MILANESA DE CUADRADA, A CUADRITOS. Por Luis Fontoira

Si es cierto, como dice Humberto Eco, que los comics “funcionan como refuerzo de los mitos y valores vigentes”,  es lógico que en nuestro país se gasten miles de plumines, lápices, carbonillas y acuarelas bocetando asados, milanesas, empanadas y bifes. Desde El Eternauta a Súper Hijitus, pasando por Inodoro Pereyra o Patoruzú, los héroes argentinos […]
noviembre 14, 2014

Si es cierto, como dice Humberto Eco, que los comics “funcionan como refuerzo de los mitos y valores vigentes”,  es lógico que en nuestro país se gasten miles de plumines, lápices, carbonillas y acuarelas bocetando asados, milanesas, empanadas y bifes. Desde El Eternauta a Súper Hijitus, pasando por Inodoro Pereyra o Patoruzú, los héroes argentinos no necesitan la espinaca de Popeye ni la poción mágica de Asterix y se las arreglan con una buena parrillada.

 Por Luis Fontoira

Luis.fontoira@gmail.com

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EL ETERNAUTA 2

Si bien siempre fue considerada como un “arte menor”, la historieta tuvo y tiene la virtud de ser una cronista fiel de la idiosincrasia de una sociedad, sus costumbres, sus sueños, sus fantasías y, en muchos casos, sus logros y problemas cotidianos.

Y en un país como el nuestro, con una gran tradición de dibujantes de historieta y humor gráfico (el hermano menor de ese arte menor), se gastaron cientos de miles de plumines, lápices, carbonillas y acuarelas bocetando asados, milanesas, empanadas y bifes de todos los tamaños y colores en las situaciones más cotidianas y también en las más inverosímiles.

Lo primero que viene a mi memoria al referirme a este tema es un anuario de Patoruzú, de principios de los ’80, en el que se presentaba una payada bilingüe sobre el asado. Decía, si la memoria no me falla, “Some chorizos and morcillas are roasting in the brasas…”.

La enumeración de “historietas de la carne”, como se verá, puede ser tan extensa como caprichosa y antojadiza. Sin embargo, se pueden tomar algunos ejemplos emblemáticos como botones de la muestra.

El indio más querido y el bon vivant más famoso

Ya que se hicimos mención a Patoruzú, el indio más entrañable, comencemos con la gran creación de Dante Quinterno, que debutó como personaje en 1928 con el extraño nombre de “Curugua-Curiguagüiga” dentro de la tira “Aventuras de Don Gil Contento”. Rebautizado rápidamente como Patoruzú, por razones obvias de marketing y mnemotecnia, el personaje deambuló por distintas publicaciones hasta consolidarse definitivamente en 1931 con su propia historieta.

Patoruzú es un indio patagónico, último descendiente de los tehuelches, que presenta muchas de las características que pueden asociarse al ideario del “campo argentino”. Por sus páginas, a lo largo de los años y las décadas, desfilaron toros, novillos, vacas, asados, asadores y hasta plantas frigoríficas.

Un dato significativo es que Patoruzú fue criado en base a una ingesta sostenida de empanadas de carne, plato elaborado por su nodriza, “La Chacha”. Tal era el fanatismo de esta señora que fumaba pipa por las empanadas que en un capítulo –en el que se relata el frustrado casamiento de Patora, la hermana del indio- llegó a preparar 5.000 en un solo día.

La infancia de Patoruzú mereció su propia revista, Patoruzito, que comenzó a editarse, a empanada limpia, en 1945, convirtiéndose en un fenómeno de ventas.

Muchos años después, en la primera película que realizó Patagonik Film Group sobre Patoruzito (2004) una de las escenas más recordadas es la del gigantesco asado con el que le festejan el cumpleaños del indiecito, con música de Los Nocheros.

Otro personaje de Quinterno, el padrino de Patoruzú, un porteño pusilánime que solamente buscaba la forma de engañar al indio, desdobló su personalidad y se convirtió, a partir de 1940, con su propia tira, en el “play boy mayor de Buenos Aires”. Isidoro Cañones se transformó rápidamente en la “vedette” del sindicato editorial de Quinterno y en 1968 tuvo su propia revista, “Locuras de Isidoro”, superando los 300.000 ejemplares de venta desde su creación y hasta 1976.

“Locuras de Isidoro” fue una revista innovadora porque incorporó personajes, lugares y marcas reales. Un día perfecto para Isidoro era comenzar con aperitivos en algún bar famoso y terminar en un casino o la boite Mau Mau, pero siempre degustando buenos asados en alguna parrilla de renombre, como “La Raya”, “Happening”, “La Estancia” o “El Mangrullo”.

El Eternauta también

EL ETERNAUTA TAPA

 Dicen los que saben que “El Eternauta” es “La” historieta nacional de todos los tiempos. Sazonada y ornamentada con alusiones políticas, de antaño y de ahora, resignificada y reinterpretada una y otra vez como si se tratara de la mismísima Biblia, la genial historia de ciencia ficción está protagonizada por un argentino de clase media, Juan Salvo que, como todo argentino de clase media, es fanático del asado.

La historia comienza con un partido de truco entre amigos, por la noche, en un típico chalet del norte de Buenos Aires. Y el lector argento tiene una intuición parrillera desde la primera página, casi como si se tratara de un silogismo de las pampas: si un grupo de hombres juegan al truco después de cenar en una casa de los suburbios quiere decir que esos hombres (Salvo, Favalli, Lucas y Polsky) acaban de comer un buen asado.

La suposición tiene una constatación empírica en la página 66 de la edición original de la historieta. Después de una nevada mortal y radioactiva que aniquiló a casi toda la población de Buenos Aires, Juan Salvo y sus amigos están por abandonar definitivamente la casa en busca de un futuro más venturoso, pero Elena, la esposa de Salvo, es terminante: “Primero tenemos que comer”. ¿Y qué pueden comer? Obvio, las sobras del asado del día anterior. “Este asado está riquísimo”, asegura el protagonista en medio de la muerte y la destrucción, como si ni aún en el momento más negro de su existencia no pudiera desprenderse de los rasgos de su argentinidad carnívora.

También existen menciones parrilleras en la versión literaria de “El Eternauta”[1]: “Por un momento me pareció estar viendo a los amigos, trabajando con palas junto a un gran fuego -demasiado grande, como siempre- para el asado que debíamos preparar…”.

La historia fue publicada inicialmente en “Hora Cero Semanal”, entre 1957 y 1959, con guiones de Héctor Germán Oesterheld –desaparecido durante la última dictadura militar, por su militancia política- y el dibujante Francisco Solano López, quienes –según está debidamente documentado- se juntaban asiduamente a comer asados en una casa de Beccar para urdir las historias.

En 1958, el año de El Eternauta, por así llamarlo, el consumo de carne vacuna en la Argentina superaba los 98 kilogramos por habitante. ¿Cómo no iban a comer asado, entonces?

Mafalda, la sopa y las milanesas

La comida emblemática de la tira Mafalda, que se editó entre 1964 y 1973, era la sopa, una especie de “alimento archienemigo” del recordado personaje. Sin embargo, en una entrevista concedida a la BBC, Joaquín Salvador Lavado, “Quino”, su creador, señaló que la sopa era una alegoría de los gobiernos militares y que, Mafalda, como todos los niños, seguramente era fanática de la milanesa y las papas fritas.

Superasaditus

 El español Manuel García Ferré, que llegó a nuestro país de adolescente, creo un universo propio pero eminentemente argentino, “Trulalá”, extraña mezcla de Buenos Aires ciudad, Buenos Aires conurbano y pueblo del interior. En “Trulalá” convivían sus extrañas criaturas: Hijitus -“Clark Kent” de Súper Hijitus-, el millonario Gold Silver, la bruja Cachavacha, un niño que se arrastraba en pañales pero portaba dos grandes pistolones (Oaky), un grupo de malvados dirigidos por el Dr. Neurus, un comisario sin nombre y, como no podía ser de otra forma, el eterno Larguirucho, entre otros.

Y en ese mundo naif y onírico concebido por el “aporteñado gallego” García Ferré abundaban los asados y los bifes, como la vez en que el atildado Gold Silver invitaba a los policías a probar sus dotes como asador o la historia en la que Neurus le intentaba vender al millonario su falso invento de la “parrilla solar” que no necesitaba carbón para dorar los mejores cortes de carne vacuna.

Inodoro Pereyra, “el renegau”

 Creado por Roberto Fontanarrosa a fines de 1972 para la revista “Hortensia”, Inodoro Pereyra (“Pereyra por mi mama, e Inodoro por mi tata, que era sanitario”) era un gaucho solitario y chúcaro, vago y con la viveza criolla a flor de piel. A partir de 1976, cuando comenzó a publicarse en el diario Clarín, las tiras pasaron a ser unitarias y muchas veces hicieron referencia a la situación social y política del país. Por eso mismo, la carne y sus vaivenes también ocuparon un lugar de importancia en el mundo de don Inodoro, que usaba ristras de chorizos como boleadoras: “¡Mire esa vaca, Serafín! Musa inspiradora de miles de composiciones escolares… ¡Y ahora es acusada de traficante de colesterol por el naturismo apátrida! Nos da su leche, su carne, su cuero. ¡Lo quiero ver a usté haciéndose una campera de zapallitos!”

Piturro

Como no podía ser de otra forma, el menos académico de los personajes argentinos, llegó desde Córdoba de la mano de Héctor Olivera, en 1974.

Piturro, vago, guarango y mujeriego, representaba el “lado oscuro” del glamoroso Isidoro Cañones, y tuvo también en “Piturrín” su versión para niños, menos picaresca.

Una característica de Piturro –además de sus besos, chorreantes de saliva y con una lengua que literalmente atenazaba a sus compañeras-, lo hace merecedor de figurar en esta lista: siempre se atiborraba de milanesas en la pensión en la que malvivía. A punto tal que terminaba de comer con una panza prominente –que había crecido durante la ingesta- y los pantalones desbrochados para evitar la presión sobre ese cementerio de carne rebozada, a la que accedía, obviamente, de garrón y sin que nadie lo hubiera invitado.

Humor parrillero

Entrando en el multifacético y enmarañado terreno del humor gráfico, la carne vacuna siempre estuvo (está y estará) presente en las viñetas de los más famosos dibujantes, como Landrú, Crist, Caloi, Tabaré, Nik, Maitena, Sendra o Rudy y Paz, entre otros, y en famosas e históricas tiras como “El Loco Chávez”, “Teodoro y Cía”, el “Negro Blanco” u otras más recientes como “Tuburcio”. Algunas, incluso, hicieron referencia directa al mundo de la carne desde su título, como “La Vaca Aurora”, “Choripán” o la actual “Bife Angosto”, de Gustavo Sala.

Historietas de la carne

Si tomamos como válida la definición de Humberto Eco[2] (1973), que sostiene que “los cómics, en su mayoría reflejan la implícita pedagogía de un sistema y funcionan como refuerzo de los mitos y valores vigentes”, podemos entender la fuerte relación que existe entre la carne –ese mito, ese valor, siempre vigente- y la historieta nacional.

A diferencia del estadounidense Popeye, que obtiene su fuerza de la espinaca, o del galo Asterix, que es indestructible gracias a una extraña poción mágica, los héroes argentinos de historieta no tienen superpoderes, pero se hicieron fuertes –como el país mismo- gracias a los asados, las empanadas y las milanesas.

[1] El Eternauta y otros cuentos de ciencia ficción. H.G. Oesterheld. Ediciones Colihue.

[2] es un escritor y filósofo italiano, experto en semiótica.

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