Se postula con mucha razón que el campo tiene el potencial de aumentar significativamente su capacidad productiva agregando valor sobre la materia prima originada. Si las exportaciones agrícolas primarias actualmente rondan los 30 mil millones de dólares anuales, agregando valor sobre los commodities tradicionales sería posible llevar esa suma a 45 ó 50 mil millones en no mucho tiempo. ¡Menudo impacto sobre la economía del país! Y Argentina tiene la capacidad de hacerlo.
Pero exportar valor agregado no es tan sencillo, requiere un pensamiento más innovador que el tradicional knowhow para producir granos. Requiere empresarios, no sólo productores. Empresarios que estén dispuestos a correr la frontera de su actividad para incorporar nuevas ideas y mercados, y así extender su cadena de valor.
Lo bueno es que esto no es una quimera: ya está ocurriendo en el campo argentino y los ejemplos sobran.
Un bodeguero mendocino luego de estudiar las tendencias del mercado internacional se decidió a cambiar completamente la estrategia del negocio heredado de sus padres y en lugar de mantener la producción de cepas para consumo masivo de calidad media para el mercado local, optó por cultivar viñedos de alta gama que junto a la incorporación de nuevas y sofisticadas técnicas productivas le permitió exportar casi la totalidad de su producción a los mercados internacionales de mayor poder de consumo.
Una familia productora de Salta decidió dedicar el 50% de la superficie sembrada de su campo a explorar cultivos alternativos a los tradicionales, por lo que en lugar de soja y maíz decidió experimentar con jengibre, garbanzos, quinoa y otros cultivos “de nicho”. Por otra parte, además de ajustar la metodología de producción agronómica a partir de la incorporación de nuevos conocimientos, tuvieron que aprender a organizar la logística y la comercialización de dichos productos en mercados no tradicionales.
Otra familia del oeste de la Provincia de Buenos Aires decidió montar una fábrica para transformar la soja de sus campos en TSP, o sea “proteína de soja texturizada”, un derivado de soja de alto contenido proteico apto para diferentes usos en la cadena alimentaria que tiene amplio mercado en todo el mundo. Actualmente exportan buena parte de su producción al lejano oriente. Para ello vendieron algunos de los campos del patrimonio familiar para financiar el montaje de la fábrica y soportar el tiempo de migración hasta poner el nuevo negocio en régimen.
Ninguno de los mencionados productores tomó decisiones sencillas. Modificar el perfil de sus negocios implicó tiempo, riesgos, dudas, capital, deudas y zozobras. Sobre todo implicó la decisión audaz de cambiar, de salir de la zona de confort para entrar en un nuevo concepto de empresa. Implicó también aprender muchas técnicas y disciplinas que desconocían –cómo manejar una fábrica, cómo exportar, cómo analizar mercados, cómo organizar logística, cómo dirigir proyectos, cómo reorganizar la empresa, y un gran etcétera-, además de someterse a la aventura de que todo eso funcione.
Y es aquí cuando llegamos al punto central de esta columna: para innovar se requieren innovadores. Una verdad de Perogrullo pero irrebatible. Ninguna empresa evoluciona y toma riesgos si no hay un empresario dispuesto a correrlos. El empresario es el eje de la innovación. No obstante, la pregunta es ¿cualquier productor puede asumir el riesgo de cambiar y salir ileso del intento?
La respuesta es un indudable sí, pero hay que ser prudentes y muy sensatos en la selección del proyecto y la forma de implementarlo. Los manuales de innovación y creatividad le piden al emprendedor algunas características para lanzarse a la pileta:
- que sepa de algún tema en profundidad: innovar requiere mucho conocimiento sobre el tema en cuestión, no se puede “tocar de oído”, los errores se pagan caros.
- innovar requiere cierta agudeza crítica para identificar oportunidades donde otros no ven nada. Hay que entrenar el “ojo” para ver mejor, se requiere indagar metódicamente y no dar nada por supuesto.
- también se requiere una gran pasión para superar las dificultades y no abandonar en medio del río. Es raro encontrar un tesoro escondido en el primer intento, hay que perseverar.
- innovar requiere mucha inteligencia colectiva, sumar experiencias, escuchar, aprender, estudiar, trabajar en equipo. Es difícil que el innovador sepa todo lo que tiene que saber, hay que poner muchas cabezas en sintonía.
Obviamente que no todo proyecto es un buen negocio y que muchos intentos fracasan. Frente a esa realidad la pregunta es ¿cuál es el riesgo mayor, seguir en lo que estoy haciendo o experimentar con alguna nueva variante? Normalmente no vemos el riesgo de mantener la fórmula que conocemos, en cambio comprendemos rápidamente el costo de probar lo nuevo. Suponemos que el entorno es lo suficientemente estable como para que aquello que sabemos hacer hoy sea igualmente exitoso y rentable en el futuro. Ello normalmente nos lleva a quedarnos donde estamos, nos hace naturalmente conservadores. Pero todos sabemos que el mundo cambia y que las cadenas de valor se redefinen cada día.
Un verdadero monumento histórico al impacto de los cambios de los mercados fue la saga de los “barones del caucho” en Manaos. El descubrimiento del proceso de vulcanización del caucho y de la cámara neumática a mediados del siglo XIX dio lugar a la explosión de la fiebre del caucho en toda la geografía amazónica con epicentro en Manaos. Entre 1880 y 1910 se produjo el apogeo de esa economía extractiva cuando la industria del látex se integró con las industrias de Europa y Norteamérica, floreciendo en muy pocos años una generación de emprendedores con sus respectivas fortunas. Para esa sociedad se planificaron y construyeron vías férreas en plena selva y se dio origen a la ciudad más moderna y desarrollada de Brasil para esa época, con un teatro lírico de nivel mundial, sistema de tranvías eléctrico y arquitectura europea. Es conocido que en poco tiempo la competencia de Malasia, del África Subsahariana y de Ceilán rompió el monopolio de Manaos e hizo caer drásticamente el precio del látex en el mercado mundial, destruyendo el micro clima económico-social que había florecido en el Amazonas.
Nada exime a las producciones actuales de la ruptura de los mercados que hoy parecen inconmovibles, por lo que los empresarios que no estén entrenados en su capacidad de adaptación serán las primeras víctimas de los cambios de viento de la economía.
Entonces las preguntas pertinentes son:
- ¿Nos vemos dentro de cinco o diez años haciendo las mismas cosas que hacemos hoy?
- ¿Serán igualmente rentables? ¿Existirán los mismos productos y mercados?
- ¿Tendremos las mismas oportunidades de cambiar o el tren ya habrá pasado?
- ¿Cuáles son las tendencias que dominan mi negocio?
- ¿Cuánto estoy dispuesto a arriesgar hoy por estar en una mejor posición mañana?
Estas preguntas no tienen una respuesta única, cada productor sabrá cómo contestarlas. Pero es mejor plantearse el interrogante a tiempo que evitarlo. No por dejar de pensar se puede evitar el futuro.
(*) Luis Galeazzi, profesor de la Universidad Austral y del Salvador, socio