Daniel Lema – Economista – Centro de Economía y Prospectiva -INTA – Director Maestría en Agronegocios – UCEMA
La relevancia de producir mayor diversidad de bienes y con mayor “valor agregado” es ampliamente aceptada como mecanismo para promover el desarrollo del sector agroalimentario. El énfasis en este aspecto hace que muchas veces se desvalorice o minimice la importancia de la producción y exportación de productos primarios. Esto es un error, dado que en términos de creación neta de riqueza para la sociedad no hay diferencia entre el tipo de bien que se produzca, siempre que se realice de manera eficiente. Podemos afirmar que un dólar obtenido mediante la venta externa o interna de un producto primario es tan valioso, centavo a centavo, como el derivado de un producto procesado o industrializado.
Independientemente del tipo de bien que se produzca, el concepto relevante es el de eficiencia y rentabilidad. Producir de manera eficiente y rentable implica que los verdaderos costos de producción, netos de impuestos y subsidios, sean menores que el precio de venta de los productos. Para que la producción sea eficiente debe prestarse particular atención a la evolución y crecimiento de la productividad, que no es otra cosa que la capacidad de producir mayor cantidad de bienes con los mismos recursos, es decir, a menores costos reales.

Economista – Centro de Economía y Prospectiva -INTA
Director Maestría en Agronegocios – UCEMA
En este sentido, el sector agropecuario argentino ha mostrado un importante crecimiento de la productividad en los últimos 50 años. Estimaciones recientes muestran que la tasa de crecimiento de la productividad del sector agropecuario ha sido de aproximadamente el 2% anual en este período. La producción agropecuaria total se multiplicó casi por cuatro y sólo un tercio de este crecimiento se explicaría por el incremento en el uso de los factores productivos (tierra, trabajo, capital, insumos intermedios). Dos terceras partes del crecimiento de la producción se deben a mejoras de productividad asociadas al uso de nuevas tecnologías y mejoras de eficiencia organizacional en las empresas.
La evolución de la productividad del agro argentino es un ejemplo de la forma en que opera la aplicación sistemática del conocimiento y los efectos dinámicos del aprendizaje. En cuanto los incentivos económicos lo permiten, la actividad agrícola y agroindustrial se moderniza aceleradamente.
Daniel Lema
Nuevas técnicas, procesos e insumos son incorporados al proceso productivo en busca de nuevas oportunidades de negocio. Así, se difunden y adoptan de manera creciente sofisticadas tecnologías de producción, de organización y de manejo empresarial con importantes efectos de escala y derrames de conocimientos entre los diferentes actores. La histórica adopción de semillas mejoradas, la siembra directa y el reciente crecimiento de las empresas “Agtech” son apenas una muestra de ello.
Las ganancias de productividad en las empresas agropecuarias se trasladan a lo largo de la cadena productiva y permiten la aparición de nuevos procesos y productos en la industria de alimentos. Asimismo, las innovaciones y las ganancias de productividad en el sector procesador tienen consecuencias sobre el sector primario a través de una demanda creciente de cantidad y calidad por parte de la agroindustria. La vinculación entre la producción primaria y el sector agroindustrial se produce a través del crecimiento de la productividad en ambos subsectores y fundamentalmente de la integración con los mercados mundiales. Esto tiene implicancias muy relevantes para la visión del sector agroindustrial y para el diseño de las políticas públicas.
Políticas que distorsionen los precios y la asignación de recursos afectarán adversamente la productividad y, en última instancia, el bienestar de la sociedad. Los impuestos y otras restricciones que reducen los precios de los bienes primarios con el objetivo de “cuidar la mesa de los argentinos” o alentar artificialmente el “agregado de valor” disminuyen los incentivos económicos para incrementar la eficiencia y terminan perjudicando a toda la cadena productiva. Por el contrario, con políticas que promuevan el crecimiento genuino de la productividad, la rentabilidad y la asignación eficiente de los recursos, ser el supermercado del mundo es posible.