Por Chrystel Monthean, EVP* Américas de Yara – *Vicepresidenta Ejecutiva de Yara para las Américas
Según datos de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), las mujeres representan un significativo porcentaje de la fuerza laboral agrícola, ya sea como productoras o como trabajadoras rurales. Esto cobra mayor relevancia si consideramos que los datos de la población económicamente activa del campo tienden a excluir el trabajo no remunerado, que realizan las mujeres en el agro y la familia.
Son bien conocidas las barreras sociales e institucionales que afrontan las mujeres para tener acceso a recursos productivos (como tierra, créditos, tecnología e información de mercado). Sin duda, la falta de oportunidades también las hace más vulnerables a los riesgos derivados de las crisis económicas, en comparación con los hombres, que no siempre afrontan sus mismos desafíos.
Las mujeres dedicadas a la agricultura cumplen además otras funciones, que contribuyen a nuestra seguridad alimentaria: obtienen ingresos, cuidan a su familia y se ocupan de la gestión de los recursos naturales y la biodiversidad. Su eficacia en el desempeño de estas funciones depende de qué tan bien las empoderemos, para acceder a capital, insumos de mejor calidad, herramientas digitales y nuevos mercados para comercializar su cosecha.

Investigaciones recientes evidencian que, en los últimos 20 años, la economía argentina registró un incremento de la participación femenina. De hecho, las explotaciones agropecuarias encabezadas por mujeres se duplicaron, pasando de un 10% en 2002 a más de 20% en 2020. La Argentina tiene uno de los números más altos de mujeres liderando campos agropecuarios de América Latina; sin embargo, estas cifras aún no son suficientes para reconocer el papel que ellas desempeñan.
Con mucha frecuencia, las mujeres rurales son invisibilizadas y viven una doble brecha de desigualdad e inequidad; por otro lado, el sector agrícola aún presenta grandes desafíos para que puedan tener mayor protagonismo. No podemos olvidar que, si bien la mirada del hombre y la mujer son distintas, justo allí radica la complementariedad de intercambiar visiones y colaborar para avanzar hacia el objetivo sostenible de “Hambre Cero”, consignado por la ONU en la Agenda 2030.
Varios estudios demuestran que, cuando los recursos están a cargo de las mujeres, es más probable que se destinen a incrementar el consumo de alimentos, la protección y el bienestar general de la familia, así como a reducir la malnutrición de los niños. Por lo tanto, la seguridad alimentaria y el bienestar de la familia son más que razones suficientes para proteger, o incrementar, el acceso y el control de las mujeres sobre la tierra, así como otros recursos productivos.
La evaluación cabal de la seguridad alimentaria, el estado de nutrición en los cultivos y el acceso a los insumos de última generación (así como otros factores de la producción agrícola), desde una perspectiva de género, es una medida fundamental y decisiva en la elaboración de cualquier política destinada, en última instancia, a combatir la pobreza y alimentar el mundo.
Como parte del trabajo articulado, que involucra a distintos sectores, las empresas privadas como Yara juegan un rol estratégico porque aportan conocimiento y experiencia, para transformar la realidad de las mujeres rurales. Por eso, impulsamos espacios de capacitación y educación continua, con el objetivo de que agrónomas y productoras puedan aplicar soluciones nutricionales más eficientes en sus cultivos, que promuevan mayor rentabilidad y responsabilidad con el ambiente.
Todo se resume en empoderar a las mujeres. Una mayor participación de los hombres, en el cuidado de la familia, les otorga a ellas mayor tiempo para su propia educación y la construcción de tejido social. Sabemos el desafío que tenemos por delante y estamos dispuestos a enfrentarlo.
En la industria de alimentos, también debemos contribuir con la equidad de género en el campo. La diferencia de género debe existir como sinergia creativa y no como distancia; aquellas empresas con mayor equidad, son las que obtienen mejores resultados, y en gran medida, el futuro de la agricultura está en manos de las mujeres rurales.