Mientras escribo estas líneas, el Presidente está en escala en Dubai camino a China para luego visitar Japón; es un paso determinante en la política exterior argentina enmarcada en el objetivo de reducir la pobreza: más comercio es más desarrollo y por lo tanto argentinos con mayores ingresos. Lo acompaña una nutrida delegación de empresarios de distintos tamaños y rubros. El planeta #Campo está muy presente.

Iván Ordóñez
Argentina es el octavo país en superficie del mundo, China el tercero. En términos de población China está primero y se da una curiosa coincidencia: Argentina se encuentra en la posición 32 y China es 32 veces más grande que Argentina. El dragón ya casi es la economía más grande del mundo y el puma está en el lugar 45; son 20 veces más grande que Argentina, pero en términos per cápita el producto nuestro es (dependiendo la medición que elijamos) un 40% más grande que el de los asiáticos. China es el segundo destino de nuestras exportaciones, la mitad de lo que le vendemos a Brasil.
La preeminencia de la soja en nuestra relación con China es innegable, representan un 30% de nuestros despachos de la oleaginosa, pero solo de su volumen. La totalidad la compran sin procesar. El 70% tiene otros destinos y sale como harina y aceite. Para ellos somos su tercer proveedor, con un 9% de lo que importan. Sin embargo la relación tiene esperanzas de desojizarse y no porque les vendamos menos de eso en lo que somos tan buenos.
El problema no es lo que hacemos bien, sino lo que hacemos mal. Crecen las exportaciones de otros rubros: es nuestro segundo destino de carne vacuna y un importante comprador de leche en polvo, para nombrar solo algunos productos. Hace pocos meses China autorizó las importaciones de uva fresca desde Argentina y aquí hay un dato interesante: todas nuestras exportaciones de uva son una veinteava parte de las importaciones chinas. ¿El cielo es el límite? No, nosotros somos nuestro propio límite.
La soja descendió al 60% de lo que le vendemos a China y debemos redoblar la apuesta. Ser la góndola del supermercado del mundo requiere de una estrategia donde Estado y privados deben ir de la mano. China está en el Pacífico y siempre los costos del transporte terrestre superarán al marítimo: es preciso reforzar la infraestructura para conectar las zonas lejanas a nuestros puertos atlánticos con los de Valparaíso, Iquique y Montt. No es solo una cuestión de cemento, deberemos negociar con Chile un tránsito más veloz para usar sus puertos. Así, el comercio con China (y toda Asia) será un instrumento de desarrollo en toda la geografía del país.
Casi todos los productos que comercia el planeta #Campo están vivos o tienen un exceso de diminutos seres vivos, desde los granos hasta las carnes. Los países utilizan la regulación sanitaria como parte de su política comercial. Como pudimos observar con las uvas frescas, es clave para la competitividad en el comercio bilateral destrabar regulación y en eso el esfuerzo del Estado para disminuir las imposiciones y transmitirlas correctamente a los privados es tan importante como que los empresarios las cumplan a rajatabla. Luego viene lo relacionado a los aranceles, donde el Estado lidera, pero los privados deben acompañar proveyendo de información y argumentos específicos para cada industria. China y Japón, para citar el caso de un producto, poseen aranceles de un 14% para el vino argentino, mientras que es cero y 5% respectivamente para el vino chileno. Adicionalmente, ambos países (todos los países) tienen aranceles no ad-valorem: un valor fijo por una cantidad. Los vinos argentinos no son los más caros del mundo y por lo tanto este tipo de aranceles los impacta en un porcentaje mayor que a los franceses.
Los contrarios también juegan: Donald Trump acaba de tuitear que China levantó el embargo a la carne vacuna norteamericana que existía desde 2003.
Sin embargo, lo más complejo en la relación comercial con oriente es entender que la clave pasa por cambiar de modelo mental: salir de “qué le podemos ofrecer” para pasar a “qué es lo que ellos demandan”. Esto no es fácil en el mundo de los agronegocios argentinos, donde el foco siempre está puesto en “elevar la eficiencia de nuestra oferta”. Además, la dieta argentina es mediterránea y la china es… bueno, china. No solo no comen la carne como nosotros, ni siquiera tienen la noción de entrada, plato principal (ambos salados) y postre (dulce). El desafío es doble: mapear de qué forma los sectores más acaudalados de la sociedad están occidentalizando su dieta y comprender qué lleva el plato de los sectores que desean mantener su costumbre, mejorando su valor nutricional. El PBI per cápita de Japón es casi 3 veces el de China; sus necesidades y exigencias serán distintas a las del resto de los países asiáticos. Una vez entendido qué es exactamente lo que desea cada grupo poblacional de cada país debemos pensar si podemos producirlo de manera eficiente y eso no debe terminarse en la tranquera: la producción eficiente de un bien debe incluir el servicio de entregárselo eficientemente a su comprador, y no me limito solo al flete.
Finalmente, no hay una dicotomía entre la soja y el vino, lo masivo y lo boutique, el insumo y el producto final. La dicotomía es entre lo que se hace bien y lo que se hace mal.
El segundo mayor productor mundial de sake (vino de arroz, bebida nacional de Japón) es California y de hecho es el único que se consigue en Argentina; una lección que debemos incorporar.