Ing. Daniel Igarzábal. Director Laboratorio de Investigación, Desarrollo y Experimentación.

En Cordoba Fueron condenados un aero-aplicador y un productor por Contaminación peligrosa  Las voces calladas del Juicio a la producción agrícola. Para mucha gente, especialmente los que viven en las ciudades y tienen poco contacto con las actividades agrícolas, la producción es un concepto contrapuesto al ambiente. Quien produce contamina, con énfasis en los productos […]
agosto 21, 2013
Daniel Igarzabal

Daniel Igarzabal

En Cordoba Fueron condenados un aero-aplicador y un productor por Contaminación peligrosa

 Las voces calladas del Juicio a la producción agrícola.

Para mucha gente, especialmente los que viven en las ciudades y tienen poco contacto con las actividades agrícolas, la producción es un concepto contrapuesto al ambiente.

Quien produce contamina, con énfasis en los productos químicos a los que se califica de “agro-tóxicos”. Este es el mensaje que se escucha en los medios masivos de difusión con frecuencia, y con muy pocas voces que discrepen o argumenten en contrario, ya que la sociedad lo condena de antemano.

Pero hay muchas cosas que el común de la gente desconoce, o no se lo han hecho conocer. El origen del problema es el primero punto a tener claro. Cuando el hombre decide hacer cultivos (una sola especie vegetal en grandes extensiones) rompe la diversidad biológica. Esta diversidad asegura un equilibrio entre sus componentes que estabilizan las distintas cadenas tróficas. Es decir los distintos niveles de plantas, insectos, mico-organismos y animales superiores tienden a vivir en armonía. Cuando se reemplaza la vegetación original por un cultivo, la diversidad se reduce al mínimo y el impacto ecológico que causa es mayor a cualquiera de los desequilibrios ambientales conocidos en la actualidad. Es que la bio-diversidad es el seguro de estabilidad. Rota la diversidad y cambiado el ambiente, los nuevos habitantes implantados (los cultivos) con el fin de producir (alimentar, vestir, crear bienestar, insumos industriales, trabajo…) deben ser auxiliados. Ahora, solos en medio de un desierto biológico, deben recibir ayuda para cumplir su cometido. Esto es un cultivo, la introducción a un sistema de plantas extrañas, una al lado de la otra, en grandes extensiones. La primera reflexión que debe hacerse es que no puede concebirse un mundo sin cultivos. El cultivo es un desequilibrio ecológico provocado por el hombre, absolutamente necesario para la supervivencia de la especie humana sobre el planeta.

Al pretender cosechar una especie pura, y solo desde el punto de vista sanitario, el cultivo debe ser defendido de sus antiguos habitantes seleccionados. Insectos, plantas de otras especies, micro-organismos patógenos, que ven en un cultivo su alimento o hábitat  predilecto, crecen, se multiplican y le hacen sentir su peso ante la desprotección de la diversidad perdida.  Otros desaparecen por falta de su alimento original.

Ahora llamamos a estos fenómenos plagas. Antes simples animalejos que “picoteaban” alguna planta, ahora cientos de miles comiendo las plantas que provienen de un campo de arrendamiento o propio donde hubo que pagar impuestos, semillas, fertilizantes,  etc. , no son bienvenidos. Están alimentándose  (si bien con un derecho histórico legítimo) de la producción, y por tanto disminuyendo los rindes y las ganancias. Este es el concepto antrópico de plagas (sean insectos, enfermedades o malezas), poblaciones de organismos que afectan sanitariamente la producción mermando los rendimientos. Y entonces la reacción lógica de quien produce es defenderse. Los defensivos agrícolas son los plaguicidas. Son absolutamente necesarios para equilibrar la desprotección por falta de diversidad. Pero su uso sin criterio y abusivo es causa de un doble impacto, el bilógico por el cultivo y el ambiental por el grado de peligro que acarrea el uso incorrecto.

Y comienza así la antigua antinomia entre produccionistas extremos y ambientalistas. Para unos “todo vale” sin importar las consecuencias, para otros “los agro-tóxicos deben ser prohibidos”. Las dos puntas del desequilibrio mental que alimenta una ambigüedad que no debiera existir: el ambiente y la producción no son compatibles.

Hace pocas semanas se conoció la sentencia en un juicio por contaminación en un barrio de la ciudad de Córdoba. Fueron condenados un aero-aplicador y un productor por Contaminación peligrosa, y los imputados recibieron una pena de inhabilitación para efectuar tareas de aplicación de plaguicidas y trabajos sociales por varios años, eximiéndolos de prisión.

Si bien ninguna de las partes quedó conforme con el fallo, ya que para los ambientalistas denunciantes  la pena fue muy leve y los imputados siguen clamando su inocencia, los jueces fallaron con un criterio que sienta jurisprudencia.

Lejos estuvo el fallo de relacionar las muertes y casos de cáncer del barrio Ituzaingó anexo con las posibles derivas de productos, que era una de las finalidades de la parte acusadora alentada por ambientalistas.

En Córdoba existe una ley de agroquímicos que tiene restricciones en cuanto a tipo de productos y distancia entre la aplicación y zonas pobladas (según sea aérea o terrestre banda toxicológica, desde 500 a 1.500 metros, en España 100 metros, pudiendo ser menos, de acuerdo a las precauciones que se tomen). Los jueces fallaron que los imputados violaron esta ley y por tanto la figura de condena es Contaminación Peligrosa (basándose en la ley de residuos peligrosos). Y posiblemente en este punto sea donde nadie se detuvo a analizar el fallo, siendo la parte más importante de la sentencia a los fines de la producción agrícola.

En primer término se violó una Ley de acuerdo a la sentencia. Si eso pudo  ser demostrado no hay cuestionamientos. Solo que hasta el día de la fecha nunca se había aplicado la ley de agroquímicos en toda su magnitud. El concepto es claro. Las leyes fueron hechas para cumplirlas, y no porque antes nunca se hubiera usado, deja de tener relevancia y actualidad. Un llamado de atención para los productivistas extremos que no tienen responsabilidad social en los planteos de su producción. Señores, existe una ley y debe ser cumplida.

La Contaminación, entendida por uno de los jueces como: “alterar nocivamente la pureza o las condiciones normales de una cosa o un medio por agente químicos o físicos.”, implica que toda actividad humana es contaminante. En un mundo modificado por el hombre, difícilmente haya zonas sin contaminar de una u otra forma. (Automóviles, electricidad, ondas de radio…etc.).

Lo mas importante está expresado en el concepto de peligro por los jueces: “Es por ello que se debe explicitar el alcance que tendrá el concepto de peligrosidad que emplea el art. 41 del C.P. Peligroso es aquello que tiene potencialidad para causar daño. No es un delito de lesión, sino de peligro, que no exige que afecte a la salud, sino que posiblemente la afecte

“La mayoría de la doctrina admite que la base de medición de la pena está dada por la gravedad del ilícito culpable y la peligrosidad”. Y en función de ello se han impuesto las penas MINIMAS a los imputados (3 a 4 años no efectivos, cuando el máximo es 10 años con prisión efectiva).

 

Todo lo anterior, traducido al “criollo” agrícola significa que la pena fue un “Chas Chas en la colita”. Que el delito no fue grave para los jueces, si bien fue delito. Pero que la contaminación no es un hecho, sino un posible hecho, por su relación directa a la sentencia de peligrosa.

Y esta es la parte positiva para la producción agrícola, que no hubo condena a los productos fitosanitarios, defensivos agrícolas en realidad, (mal está llamarlos agro-tóxicos), sino al peligro que significa usarlos mal.

 Lo más llamativo de las consecuencias de este juicio es el silencio. Silencio de los funcionarios que administran la agricultura, silencio de los colegios que agrupan Ingenieros Agrónomos, silencio de la Universidades que forman profesionales y enseñan a manejar plagas, silencio de organismos oficiales locales y nacionales, silencio de las asociaciones de productores y de los productores mismos. Solo silencio.

 ¿Qué voces hubiera sido necesario escuchar para aclarar estos temas a la opinión pública?  Esas que digan que ni el ambientalismo radical, ni la producción sin criterio ambiental son las soluciones ni el futuro de la agricultura. Que hay suficientes medios y recursos, técnicos y humanos, para lograr esa compatibilidad entre ambiente y producción. Producir con criterio, entendiendo lo  que se tiene delante, para pensar en buenos rendimientos afectando mínimamente al ambiente. Allí está el futuro. Producir con conciencia ambiental.

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