La flor del Sol

Por: Nuala Szler, estudiante de Lic. en Letras El hecho de que el lenguaje no solo permite nombrar aquello que vemos sino que cree la posibilidad de nombrarlo es uno de los rasgos de este que no hace otra cosa que dejarnos, paradójicamente, sin palabras. Lo mismo sucede cuando nos dicen que cada lengua es […]
julio 21, 2021

Por: Nuala Szler, estudiante de Lic. en Letras

El hecho de que el lenguaje no solo permite nombrar aquello que vemos sino que cree la posibilidad de nombrarlo es uno de los rasgos de este que no hace otra cosa que dejarnos, paradójicamente, sin palabras. Lo mismo sucede cuando nos dicen que cada lengua es una concepción diferente del mundo, ahí nos damos cuenta que todo lo que sabemos o conocemos es, básicamente, poco y nada. Pero, sin irnos a extremos tan existenciales, la presencia de palabras compuestas en diversas y múltiples lenguas pone de manifiesto, y con simpleza, esa complejidad y poder del lenguaje del que estamos hablando.

El girasol, tema que nos convoca esta vez, es y ha sido, a lo largo y ancho del mundo, desde tiempos lejanos, mucho más que una flor. Su nombre mismo comienza a interpelarnos. Pues se trata de una de estas famosas palabras compuestas: el verbo “gira” del infinitivo “girar” más el sustantivo común “sol”, cuya unión nos delata lo inherente, el alma de esta flor que, mientras crece, gira siguiendo la luz del sol. Su nombre en inglés, “sunflower”, complementa esto mismo. Ya que, se trata de otra palabra compuesta por dos sustantivos “sun” (sol) y “flower” (flor), que puede traducirse como “flor del sol”. Levemente seguimos acercándonos a la singularidad del girasol, y hasta aquí sólo nos limitamos a su nombre.

Características

El girasol es una planta anual, herbácea, que llega a medir hasta tres metros de altura. Las variedades ornamentales presentan colores que van desde el amarillo hasta el rojo, pasando por naranjas y ocres. Su ritual comienza cuando el sol empieza a despuntar y se detiene cuando cae la noche.

La planta inicia un movimiento giratorio siguiendo las agujas de sol, de este a oeste. Si vemos algún girasol que ya no realiza su característico movimiento es porque ha llegado a su madurez. Entonces la flor deja de girar y se inclina hacia adelante hasta acabar su ciclo vital. Allí, la simpleza de una danza que silenciosa y sutilmente ha despertado un sin fin de connotaciones, lazos y significados.

Clitia, la mitología griega como puntapié

Cultural e históricamente, el girasol se ha visto envuelto de múltiples capas de sentidos. Sociedades de distintas regiones y distintos tiempos han hecho del girasol un concepto que trasciende la definición del mismo como meramente una flor. Según la mitología griega el asunto del girasol comienza, como todo, con una historia de amor. Se trata del famoso mito de Clitia. Para algunas versiones, Clitia era una ninfa hija de Océano y Tetis. Para otras, sin embargo, era hija del rey Órcamo y de la reina Eurínome, una oceánide. La joven se enamoró perdidamente de Helios (Apolo), el dios del Sol, motivo por el cual lo espiaba desde que salía por el este hasta que se ponía por el oeste. Si bien en un primer momento parecía que Helios iba a corresponder su amor, Clitia descubrió que su amado mantenía relaciones con su hermana Leucótoe, quien había quedado embarazada. Poseída por los celos, denunció a su propia hermana ante su padre, que era muy estricto. Éste, al conocer la noticia, condenó a su hija a morir enterrada viva para que nadie pudiera conocer su embarazo, evitando así la vergüenza. Helios, al descubrir el destino de su amada, corrió a salvarla pero no llegó a tiempo. Clitia creía que, una vez desaparecida la bella Leucótoe, Helios volvería a fijarse en ella. Sin embargo, el dios del sol se enteró de que había sido ella la traidora y la despreció tan profundamente que Clitia, deprimida, se sentó durante nueve días y nueve noches sin comer ni beber en una roca de la costa viendo salir y ponerse el sol. Según cuenta Ovidio, que al parecer tomó el mito de Hesíodo, ella:

El mito de Clitia. La leyenda de por qué los girasoles siguen al sol

«…sólo contemplaba del dios

el rostro al pasar y los semblantes suyos giraba a él.

Sus miembros, cuentan, se prendieron al suelo, y una lívida palidez

vertió parte de su color a las exangües hierbas;

tiene en parte un rubor, y su cara una flor muy semejante a la violeta cubre.

Ella, aunque por una raíz está retenida, al Sol

se vuelve suyo y mutada conserva su amor.»

Así, Clitia se convirtió en una flor que vivía gracias a la luz del sol. Una flor que, aún hoy, no olvida el objeto de su amor y su diadema dorada continúa siguiéndolo.

La leyenda remarca el significado de lealtad y fidelidad ligado a esta flor, el amor de Clitia hacia Helios no se acabará nunca, al menos no mientras haya girasoles sobre la tierra. En realidad, según esta versión del mito, la jóven Clitia se convirtió en lo que llamamos un heliotropo, una planta de flores violetas, amarillentas y blanquecinas cuyo nombre genérico, “Heliotropium”, proviene de las palabras griegas “Helios” que significa “sol”, y “tropein” que significa “volver”, debido, no solo a que se gire hacia el Sol, sino a que parece que se encara siempre hacia él, ya que tan solo florece la parte de la planta que está expuesta a los rayos del astro rey.

El girasol como símbolo según las diferentes culturas

Simbólicamente, la flor de girasol denota toda otra serie de sentidos que, no obstante, guardan relación con este mito. Es símbolo del Sol y, por supuesto, del amor y la admiración. Pero también, simboliza la felicidad, la vitalidad, el positivismo y la energía. Tal es así, por ejemplo, en la cultura china donde esta flor es sinónimo de una larga vida y buena suerte. Asimismo, hay quienes atribuyen al girasol un simbolismo espiritual, pues su movimiento siguiendo la posición del sol representa un modo de vida feliz y una búsqueda constante de luz, de iluminación. Para algunas religiones es un símbolo de aquel que busca permanentemente a Dios, a lo divino y lo santo, ya que el astro simboliza a Dios. Incluso, la propia estructura del girasol está envuelta de simbolismos. No sólo refleja con sus pétalos los rayos del astro, volviéndose todo un símil de este. También, la denominada “inflorescencia en capítulo”, donde las diminutas flores y posteriores semillas se distribuyen formando un círculo perfecto, sigue el modelo de la espiral de Fermat o espiral parabólica. Eso le otorga un poder mágico que se asocia al cosmos,  la inmortalidad, la evolución, el crecimiento personal y la conexión con lo divino.

Como podemos ver, en gran medida el simbolismo del girasol tiene que ver con su heliotropismo o búsqueda constante del sol. En términos espirituales, ese movimiento representa una búsqueda de la luz  y una necesidad de absorber las buenas energías.

Del mismo modo, su color no es inocente en dichos términos. El color amarillo aporta vitalidad, es una representación de vida y de fe inquebrantable. Además, es el color que se identifica con el chakra del plexo solar y se asocia también a conceptos como el amor incondicional, la amistad y la fidelidad. En algunas culturas, hasta es símbolo de fortuna y riqueza.

Un baile que no se detiene

El nombre científico del girasol es “Helianthus”, otra palabra compuesta por dos sustantivos de origen griego, “helios” que significa “sol” y “anthos” que quiere decir “flor”. Por lo tanto, se denomina, similar al inglés, como “flor de sol”. Popularmente también se lo llama “mirasol”, “sol de las Indias”, “tornasol”, “trompeta de amor”, todos nombres que hacen honor al mencionado ritual en que la planta sigue al sol durante su recorrido diurno. Sin embargo, tan solo las yemas cerradas de la planta lo hacen, ya que necesitan la luz solar para desarrollarse. Al crecer, los tallos se vuelven rígidos y por tanto las plantas adultas también lo son. Cuando los girasoles dejan de crecer dejan de girar también, pero su baile nunca se detiene. Pues, una vez crecida la planta empieza a desprender un calor adicional que atrae a los insectos y favorece su polinización. Así, se reproducen y las vueltas comienzan de nuevo. Este movimiento de los girasoles de este a oeste es conocido científicamente como heliotropismo y lo que hace realmente es favorecer el crecimiento de la flor, tanto de noche como de día. Una parte del tallo del girasol se estira durante el día, y otra lo hace de noche, como si de una danza se tratara. Es precisamente el crecimiento desigual de su tallo lo que provoca que los girasoles giren en busca de la luz. De este rasgo, de la incansable búsqueda de los rayos del sol para crecer, también da cuenta la lengua francesa: los girasoles son llamados por los franceses “tournesol”, término que significa “gira con el sol”.

“Algunos arqueólogos hasta sugieren que el girasol se pudo haber cultivado antes que el maíz”

De este lado del globo

Del mismo modo, de este lado del globo los girasoles son y han sido célebres protagonistas. Se afirma incluso que son originarios del norte y centro de América. Pues existen registros de su domesticación alrededor del 2600 a.C en México y su cultivo se remonta al año 1000 a.C. En cuanto a las leyendas sobre su origen se tratan de relatos transmitidos de forma oral, como los de algunos pueblos de la cuenca del río Paraná, acerca de las luchas y rivalidades entre tribus. De allí que del náhuatl recibe los nombres de “chimalatl” o “chimalxóchitl”, que significan “flor de escudo”. También, en muchas culturas amerindias, el girasol fue utilizado como la representación de la deidad solar, principalmente por los Aztecas y Otomíes en México y  por los Incas en Perú. Era para muchas de las comunidades americanas, además, uno de los principales productos agrícolas empleados en la alimentación.

Los nativos americanos cultivaban esta planta para obtener una variedad de semillas de diferentes colores, incluyendo el negro, blanco, rojo, y la variedad más conocida, la semilla o “pipa” con rayas blancas y negras.

Distintos usos en las tribus indias

El girasol era una cosecha común, también, entre las tribus indias de Norteamérica. Estudios arqueológicos sitúan cultivos de esta planta en Arizona y Nuevo México hacia el 3.000 a.C. Algunos arqueólogos hasta sugieren que el girasol se pudo haber cultivado antes que el maíz. Esta planta era muy utilizada por dichas tribus, quienes molían la semilla y la usaban para hacer tortas en forma de pan y, en algunas ocasiones, mezclaban las semillas con habas, calabazas o maíz. Es muy probable que, incluso, fabricaran un aceite que utilizaran en la elaboración del pan. Otro tipo de usos que los indios le daban a la pipa de girasol incluían hacer un compuesto para teñir ropas, para pintarse el cuerpo y demás utilidades de índole decorativo. El aceite que extraían lo utilizaban en la piel y el cabello e incluso el tallo seco era material en diversas construcciones primitivas. Asimismo, tanto la semilla de girasol como la propia planta eran un elemento empleado en ceremonias.

Como puede apreciarse, el girasol, en los pueblos nativos de América, despertaba todo un universo de sentidos, gastronomía, instrumentos y creencias. Recién mucho tiempo después, a comienzos del siglo XVI, su cultivo se expandió por el mundo tras el proceso de colonización. De ese otro lado fue, durante más de dos siglos, simplemente cultivado por su valor ornamental y, de vez en cuando, algunas aplicaciones medicinales fueron desarrolladas.

Siglo XIX

Comenzó la verdadera explotación industrial para la obtención de su aceite destinado a la alimentación humana. Fue en Rusia donde alcanzó un protagonismo inusitado, convertida en una planta ampliamente cultivada con ambos propósitos, ornamentales e industriales. El girasol llegó a ser tan importante en ese país que, en ese entonces, Rusia producía unos dos millones de acres de girasol.

Su trascendencia y popularidad fue gracias a la Iglesia ortodoxa rusa, la cual prohibía una gran cantidad de aceites durante la cuaresma y, sin embargo, no había prohibido la utilización del aceite de girasol en el transcurso de la misma.

Por supuesto, la carrera rusa no se quedó atrás en este aspecto y múltiples investigaciones dieron con mejores semillas que producían mucho más aceite. Hacia finales del siglo XIX, las semillas de girasol de origen ruso retornaron a Estados Unidos y así, la planta de girasol, después de varios trayectos históricos a través del Atlántico, volvió a ser producida en su lugar de origen. Todo ello, gracias al esfuerzo y contribución de las poblaciones nativas americanas y los avances genéticos desarrollados más tarde por los rusos, que culminaron en la óptima hibridación llevada a cabo por los estadounidenses. Un esfuerzo conjunto, a través de décadas de trabajo, ha dado por resultado un producto de alta calidad que actualmente viaja a través del mundo y que consumen millones de personas en multitud de países.

Simbolismos en la actualidad

Hoy, en nuestra vida cotidiana, también embiste el simbolismo del girasol. Un ramo de girasoles es, considerado por muchos, un regalo perfecto para alguien que está esforzándose por conseguir una nueva meta y que necesita apoyo y ánimo. Darle un ramo de girasoles a un ser querido es hacerle saber cuán importante es esa persona en tu vida, pues es hacerle saber que ilumina tus días, que su presencia es calidez y luz para tí. También es darle luz para su vida, positividad y buenas energías. Es la esperanza de que volverá a salir el sol después de la tormenta, cuando alguien querido está atravesando un momento difícil. Sus flores expresan la fidelidad, la amistad incondicional y el amor profundo, su color la alegría, la inteligencia y la admiración. Y, en su conjunto, un ramo de girasoles simboliza la plenitud de la vida.

Una vez crecida la planta empieza a desprender un calor adicional que atrae a los insectos y favorece su polinización

Vincent Van Gogh

Llegando al fin de este elogio a los girasoles, no podemos dejar de mencionar a Vincent Van Gogh para quien estos no fueron insignificantes en absoluto. Toda su serie de cuadros al óleo llamada “Los Girasoles” da cuenta de ello. Con Van Gogh, los girasoles se convirtieron en protagonistas de uno de los cuadros más caros de la historia de la pintura. Su interés por estas flores comenzó cuando, tras impregnarse de la obra impresionista, Vincent encontró que sus pinturas, aunque de forma novedosa, representaban el mundo tal como era. Él quería ir más allá y plasmar la realidad en una dimensión simbólica. Para Van Gogh, un tema tan simple como dos girasoles estaba cargado de simbolismo, ya que, por un lado, en la tradición religiosa holandesa eran símbolo de devoción, al seguir la luz como el alma puede seguir la de Cristo, y, por otra parte, este pintor “sentía” los colores, y en esa sinestesia el amarillo representaba su mundo interior, el amarillo era, para él, la vida, la luz, el calor y el color del sol. Así lo expresó en una de sus cartas a su hermano Theo:

“Ahora tenemos un calor magnífico e intenso y no corre nada de viento, es el adecuado para mí. Un sol, una luz que, a falta de un calificativo mejor, sólo puedo definir con amarillo, un pálido amarillo azufre, un amarillo limón pálido. ¡Qué hermoso es el amarillo!” (Carta a Theo No. 522).

Van Gogh no estaba tratando de hacer una copia exacta de la realidad en sus cuadros, no usó el color amarillo simplemente para imitar a la naturaleza sino para expresar la emoción que ella despierta y eso, por supuesto, terminó cambiando el modo en que las generaciones siguientes han visto y ven la belleza de una flor. Pues, como el propio Jonh Berger afirma en su extraordinario libro Sobre el dibujo, para Vincent Van Gogh el acto de dibujar o de pintar era una forma de descubrir y de demostrar por qué amaba tan intensamente aquello a lo que estaba mirando, de transmitir la capacidad suya de amar, súbitamente y en cualquier momento, lo que veía delante de él.

Amor, a ello se reduce todo. Y de qué no es símbolo la flor de girasol si no es símbolo de amor.

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