Las enseñanzas del agua. De la sequía a los excesos hídricos Por: Santiago Lorenzatti – OKANDU SA

La actual campaña se encuentra próxima a su fin y nos deja varias enseñanzas, muchas de ellas relacionadas a la gestión del agua. De los excesos y las dificultades con la que se comenzó hace un año atrás, pasando por una de las sequías estivales más importantes en los últimos 50 años, hasta el temporal […]
mayo 30, 2018

La actual campaña se encuentra próxima a su fin y nos deja varias enseñanzas, muchas de ellas relacionadas a la gestión del agua. De los excesos y las dificultades con la que se comenzó hace un año atrás, pasando por una de las sequías estivales más importantes en los últimos 50 años, hasta el temporal reciente que cambió drásticamente la situación de recarga de los suelos. ¿Cuál es la mejor estrategia para producir en este contexto?

Santiago Lorenzatti

 Todo lo sucedido deja en evidencia que no existe una campaña igual a la otra, pero además se vislumbran eventos de gran intensidad extrema – sequías y excesos- con recurrencia cada vez mayor e intervalos más cortos.

En consecuencia, ¿Cuál es la mejor estrategia? ¿Consumir los excesos o prepararse para los momentos de déficit? ¿Intensificar rotación con inclusión de cultivos de servicios o armar una estrategia defensiva de bajo consumo? Dilemas que así planteados nos ponen en una encrucijada de difícil resolución, y hasta en una falsa dicotomía. El desafío pasa por conocer nuestro ambiente – variabilidad incluida – y tener estrategias abiertas con alta capacidad de reacción. Para poder cosechar la oferta de agua en el momento que ésta se produce, minimizando los riesgos tanto de excesos como de déficit. Una vez más, tecnologías de procesos que parten de la base de conocer e interpretar el sistema de producción; reconociendo su variabilidad intra-predio y también de oferta meteorológica, para poder armar esquemas productivos que amortigüen los momentos extremos y permitan maximizar la producción de manera sustentable.

Un recorrido por la campaña en zona núcleo

Exactamente un año atrás, en el sudeste de Córdoba salíamos de una muy buena campaña gruesa  -con excesos hídricos que complicaron pero con rindes promedios elevados en soja y maíz – y con una recarga de perfiles que auguraba un gran arranque para los cultivos invernales. A pesar de ello, en el mediano plazo, el fenómeno “La Niña” aparecía como una amenaza, y muchos dudaron, incluso, de hacer un cultivo invernal como trigo, por miedo al impacto en el cultivo de segunda.

Quienes hicimos trigo como opción invernal, ajustando la intensidad de rotación a la oferta ambiental, nos encontramos con cultivos de máxima productividad explicada desde el arranque por perfiles de suelo totalmente recargados.

Si las principales variables de manejo – elección de genotipo, fecha de siembra, manejo nutricional, y sanitario –  se manejaron correctamente, los rendimientos alcanzados fueron cercanos a los máximos históricos para la región. Se transformaron así los milímetros de lluvia ofrecidos y se transformaron granos para el bolsillo, y rastrojos y raíces para el suelo.

Es más, muchos nos animamos a ir por más, incorporando cultivos de servicio como centeno o vicia, para consumir los excesos y competir mejor con malezas difíciles; un problema que si no se lo aborda integralmente trae más de un dolor de cabeza. E incluso, fijar nitrógeno con la vicia.

A diferencia del cultivo invernal de cosecha, el cultivo de servicio cuenta con la posibilidad de manejar su momento de secado; y por lo tanto, decidir cuándo deja de consumir agua. De cara a un año Niña, la mayoría optó por cortar su consumo a inicios de primavera, permitiendo una recarga óptima con las lluvias primaverales y contando con los beneficios de su inclusión: utilizar los de excesos hídricos otoñales, competencia con malezas, aporte de cobertura, y principalmente mejorar la receptividad de ese suelo a las lluvias primavera-estivales. Así la oferta hídrica permitió que el cultivo cumpla con varios objetivos agronómicos; y de allí su denominación como cultivos de servicio.

Experiencia propia

Ahora bien… ¿Qué impacto tuvo la sequía posterior en la productividad de los cultivos estivales? ¿Hubo diferencias entre quienes optaron por incluir cultivos invernales respecto de aquellos que hicieron barbechos largos?

Para dar una aproximación a esta pregunta, compartiré mi experiencia en la actual campaña en un campo del sudeste de Córdoba, sin influencia de napa. Aclaro el tema napa, ya que en la zona quienes tuvieron el aporte de agua por influencia de la napa freática llegaron a productividades muy elevadas tanto en soja como en maíz, o al menos rendimiento aceptables para uno de los veranos más secos de la historia en la región.

Pero volvamos al punto. La campaña se presentó húmeda en otoño, con precipitaciones escasas en invierno (como es habitual) y lluvias normales en primavera; con un diciembre que llovió lo necesario. A partir de enero se plantó una importante sequía que se extendió por tres meses, con acumulados trimestrales que rondaron los 60 mm en el trimestre.

Si analizamos el cultivo de soja, en el campo de la experiencia, había soja de primera con siembras tempranas de octubre y sojas de primera de fecha intermedias de noviembre, con y sin cultivos de servicio de centeno como antecesor. También hubo soja de segunda sobre trigo que sembró en diciembre, detrás del cereal que rindió más de 5.000 kg/ha y por ende consumió buena parte de la reserva hídrica. En el caso de las sojas de primera que tuvieron antecesor centeno, este se secó a fin de agosto dando 2 meses de barbecho, posibilitando una buena recarga hídrica.

La mejor performance la tuvo la soja de primera, de ciclo corto y fecha de siembra de octubre, con rindes superiores a 4.500 kg/ha. Este cultivo “se hizo” con el agua acumulada y las oportunas lluvias primaverales y principalmente las de diciembre.

En el otro extremo, los peores rendimientos estuvieron en las sojas de primera de fechas de siembra de mediados a fines de noviembre y ciclo de madurez óptimo para la zona. Fenómeno que fue independiente si la soja tuvo o no cultivo de centeno previamente. La producción rondó los 2.500 a 2.600 kg/ha. Por su parte, el cultivo de soja de segunda, sembrado en diciembre tuvo rendimientos en torno a 2.500 kg/ha.

La impresión que me queda es que este año tuvo mucho más impacto la fecha de siembra, y por ende la ubicación del período crítico de la soja, que el consumo de agua que pudo haber hecho el cultivo antecesor. Si bien no pretendo generalizar ni sacar conclusiones determinantes con esta experiencia, considero que bien manejada la rotación de cultivos promedio en la zona tiene margen para ser intensificada, aún a riesgo de alguna sequía. Los beneficios totales justifican las pérdidas ocasionales. Obviamente, el manejo es clave: conocer el ambiente en el agua acumulada en el perfil, manejar pronósticos de mediano plazo, diversificar estrategias de cultivos y fecha de siembra, y manejar los momentos de corte de crecimiento en cultivos de servicio son variables que deben ajustarse con “sintonía fina”.

En el caso del maíz, los lotes que mejor performance tuvieron fueron los de primera con fechas tempranas de setiembre. Al igual que las sojas cortas de octubre, fueron cultivos que consumieron el agua acumulada en el perfil y recibieron oportunas y suficientes precipitaciones en el período crítico, ubicado principalmente en diciembre.

Por su parte, las variantes de maíz tardío (con y sin cultivos de cobertura con antecesor), nos muestran grandes diferencias esperadas en rendimiento (aún no se cosecharon). En tanto, que los maíces de segunda sí sufrieron un recorte de rendimiento, aunque en términos relativos, no de la magnitud de la soja de segunda. Aspecto este que nos hace explorar mucho más la variante de maíz detrás de trigo, al menos para años dónde la relación de precios soja/maíz sea favorable a maíz.

La experiencia que revalida y a veces “estresa” la teoría

La siembra directa concebida como sistema de producción ha evolucionado conceptualmente. De ser sólo una herramienta para proteger de la erosión y cuidar el agua almacenada en el suelo, llegó a ser vista como el sistema que permite gestionar eficientemente a la oferta ambiental con el objetivo de maximizar la productividad de manera sustentable. Esta nueva forma de hacer agricultura implica la interpretación de la realidad y de la oferta ambiental de cada zona productiva, adecuando una estrategia agronómica que maximice el uso eficiente de esos recursos disponibles; incorporando aquellos insumos externos limitantes, de manera de maximizar la producción sustentable. En términos energéticos esta nueva agricultura tiende a elevar al máximo la eficiencia de transformación de la energía disponible – ofrecida por los recursos naturales y los insumos externos-  y su “almacenamiento” en forma de alimentos, fibras y más recientemente en biocombustibles.

Se trata de una nueva agricultura, basada en la incorporación de los conocimientos que la ciencia genera; principalmente en lo que a ecología, ecofisiología, genética, nutrición y protección de adversidades bióticas y abióticas respecta.

Es en este contexto, donde las buenas prácticas agrícolas (BPAs) adquieren real importancia; ya que son las herramientas que permiten adaptar y ejecutar los nuevos conocimientos y avances tecnológicos al terreno de la producción agrícola de alimentos.

En un sistema de siembra directa hay dos BPAs que resultan clave a la hora de pensar en hacer un uso eficiente del recurso agua, la rotación de cultivos y el ajuste del manejo nutricional asociado. Por lo tanto, y pensando en un manejo eficiente del agua, resulta de gran importancia al plantear la rotación, ajustar su intensidad a la realidad climática y productiva de cada zona. Hay que encontrar la intensidad adecuada, ya que si la misma es baja se estarán desaprovechando oportunidades de obtener mayor rentabilidad y no se utilizaría toda el agua almacenada. Por el contrario, si la intensidad es excesiva los riesgos productivos serán altos, ya que para las condiciones promedio de la zona el agua no será suficiente para obtener altas producciones en todos los cultivos En definitiva, la intensidad de rotación es la herramienta para ajustar la secuencia de cultivos a la oferta ambiental. Un buen ajuste de la intensidad de rotación permite ser eficientes en el uso de recursos, maximizando la producción en función a la oferta ambiental; lo cual también es esperable que redunde en mejores resultados económicos para la empresa.

En términos promedio, en zona núcleo aún hay margen para intensificar la rotación en planteos agrícolas, obviamente, teniendo “la muñeca” para ir piloteando los excesos y déficit puntuales de agua.

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