Ing. Agr. (MSc) Gustavo N. Ferraris –INTA EEA Pergamino.
El trigo es un cultivo esencial dentro del esquema de rotaciones de la Zona Núcleo Pampeana. Aporta a la diversidad, brinda una cobertura uniforme y durable de residuos, mejora la estructura de los suelos a partir de un sistema radicular exuberante y vigoroso.
Su crecimiento invernal resta agua, nutrientes y radiación a las malezas de emergencia primavero – estival, que representan el grupo de mayor tolerancia a los herbicidas de uso más frecuente. En rotación con soja o maíz de segunda, suele representar la secuencia de mayor rentabilidad.
El contenido de agua útil a la siembra, hasta la profundidad de 150 o 200 cm, es la variable clave y de mayor correlación con rendimiento. El crecimiento acontece durante la estación seca, y por lo tanto el cultivo depende del almacenaje previo para su producción. Este almacenaje, en una transecta sudeste – noroeste, logra explicar entre 50 a 80 % de los rendimientos finales.
Nitrógeno (N) es el nutriente de mayor impacto en los rendimientos. Su función está relacionada con la formación, expansión y duración del área foliar.
La respuesta es determinada por el nivel inicial de N en suelo, el potencial de mineralización y el rendimiento objetivo. De este modo, el cálculo de dosis se realiza sumando el N contenido como nitratos, habitualmente hasta 40 o 60 cm, más el mineral agregado por medio de fertilizantes, hasta alcanzar un objetivo de N (Figura 1).. El cálculo podrá ser modificado por el potencial de mineralización, a partir del contenido de materia orgánica, N orgánico, la relación entre MO y las fracciones texturales o el N potencialmente mineralizable determinado por incubación anaeróbica (NAn).

Como el invierno determina una reducción en frecuencia y cantidad de precipitaciones, la tecnología de fertilización que contempla el momento, fuente y localización es muy relevante. La incorporación de N aplicado en presiembra o junto a la siembra deposita el fertilizante en la solución del suelo, evitando pérdidas por volatilización o intercepción por parte de los residuos (Figura 2). En regiones donde ocurren lluvias invernales, la partición de la fertilización durante el ciclo permite acompañar en mejor medida la curva de demanda de los cereales. En ciclos húmedos, reduce los riesgos de lixiviación respecto de concentrar una gran cantidad de N a la siembra. Aplicaciones tardías, desde dos nudos (Zadoks 32) hasta hoja bandera (Zadoks 39) permiten lograr un buen balance interno de la planta aportando a rendimiento pero también calidad.
Las herramientas de sensoramiento remoto se basan en la intensidad colorimétrica y en ocasiones, en el volumen de biomasa del canopeo, mejorando la precisión de los diagnósticos en la medida que avanza el ciclo de cultivo.


El fósforo (P) se relaciona con la acumulación de biomasa temprana, la captura de recursos, tolerancia a frío y estrés hídrico. Participa del metabolismo energético y la transferencia de información genética.
Poco móvil en el suelo, su manejo óptimo podría resultar antagónico a N. En cultivos de invierno, la aplicación localizada al momento de la siembra resulta ventajosa. El trigo ha demostrado gran tolerancia a dosis en línea sin expresar fitotoxicidad. Por lo tanto su implantación representa un momento clave, con el objetivo de reponer la exportación con los granos a lo largo de una secuencia de cultivos. Precisamente, el criterio de balance suele ser el mejor criterio para el manejo del nutriente (Figura 3), restituyendo P a modo de enmienda. Además, suele ser la estrategia más rentable a mediano plazo (Figura 4).
Tratamientos de fertilización fosforada con criterio de reposición o reconstrucción determinan una ganancia de rendimiento a mediano plazo por el efecto residual de los nutrientes aplicados. Esta acumulación de fertilidad permite implementar una estrategia más conservadora con mínimas pérdidas de rendimiento, cuando se presenta una campaña con relaciones de precio grano:fertilizante más desfavorable.




En muchos casos, el manejo de azufre (S) se parece al de N. La respuesta incrementa en suelos con bajo contenido de MO, muchos años de agricultura continua, ausencia de aportes externos por riego o napa y bajos índices de mineralización.
Por su movilidad, no es determinante la incorporación, pudiendo ser aplicado entre siembra y finales de macollaje. En nuestro país el S suele ser aportado mediante fertilizantes compuestos, ligado a N o calcio (Ca). Ambos tipos de fuente han demostrado una eficiencia agronómica similar. Sin embargo, el S unido a Ca tiene menor efecto acidificante, contribuyendo a detener un proceso gravoso y muy frecuente en nuestros suelos. El Ca es además un catión con efecto estructurante sobre la matriz física del suelo.
El zinc (Zn) aparece como el microelemento de mayor importancia en gramíneas. Su disponibilidad en suelos ha disminuido considerablemente, resultado de un balance negativo prolongado a lo largo del tiempo. En suelos deficientes, los cereales de invierno presentan respuestas en un rango de 5 a 10 %, económicamente positivas. El tratamiento sobre semillas, foliar en canopeo o incorporado al suelo, ajustando correctamente la dosis, presentan resultados similares.
El tratamiento sobre semilla permite una gran eficiencia de uso, abasteciendo al cultivo desde la siembra. El gran volumen de semilla utilizado en la siembra brinda, a diferencia de otras especies, una superficie específica blanco de tratamiento muy importante, facilitando esta alternativa tecnológica. Como desventaja, los tratamientos sobre semilla no dejan Zn residual para los siguientes cultivos. Las aplicaciones foliares permiten aplicar una dosis algo mayor del nutriente, pero se requiere esperar que el cultivo alcance una biomasa significativa, atravesando las primeras etapas sin usufructuar la fertilización.
La compatibilidad de la fuente de Zn con fitosanitarios destinados a la protección depende de la formulación utilizada, su pH y concentración. Por último, las fuentes de aplicación al suelo tienen absorción menos eficiente por su fuerte interacción con los coloides, lo que suele ser compensado incrementando las dosis de uso. Generan residualidad y abastecen al cultivo desde los primeros días.
Finalmente, existen tecnologías emergentes de bajo impacto ambiental y muy elevada eficiencia agronómica en relación a su costo y dosis. Estas incluyen microorganismos promotores de crecimiento vegetal (PGPM) y moléculas naturales agrupadas con frecuencia bajo el término bioestimulante. Esta definición basada en su funcionalidad incluye hormonas de crecimiento, polifenoles, aminoácidos, fosfitos y extractos vegetales y de algas, entre otros compuestos. Las vías metabólicas incentivadas son aun motivo de estudio. Agronómicamente, han demostrado múltiples efectos positivos, especialmente relacionados con la activación del metabolismo en etapas críticas, la tolerancia a frío y estrés hídrico, y la detoxificación de sustancias nocivas para el crecimiento.
El trigo es un cultivo de gran adaptación a las regiones productivas de Argentina. De elevada eficiencia en el uso del agua y los nutrientes pero exigente en estos recursos. En la última década, la mejora en genética y nutrición ha permitido lograr un salto cuantitativo notable en su productividad. Este proceso continuará en el tiempo, incluyendo nuevos elementos y tecnologías que permitirán sostener la tendencia.
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