Valor por el suelo

Por: Emiliano Huergo- General Manager Bioeconomía En esta columna, insistimos que la bioeconomía persigue la máxima eficiencia en la producción y transformación sustentable de biomasa en productos y servicios para todos los sectores de la economía. Quien mejor suele describir la complejidad de los nuevos procesos que involucra este paradigma bioeconómico es el economista Roberto […]
noviembre 23, 2020

Por: Emiliano Huergo- General Manager Bioeconomía

En esta columna, insistimos que la bioeconomía persigue la máxima eficiencia en la producción y transformación sustentable de biomasa en productos y servicios para todos los sectores de la economía. Quien mejor suele describir la complejidad de los nuevos procesos que involucra este paradigma bioeconómico es el economista Roberto Bisang, quien es además profesor universitario de organización industrial.

Según Bisang, ya no se trata solo de producir maíz, sino de captar la energía del sol, envasarla en el grano de maíz, luego someterlo a un proceso de cracking para transformarlo en alimentos, bioenergías, biomateriales; y, además, generar un servicio ecosistémico de captura de carbono.

Los conceptos del especialista se están aplicando en las nuevas destilerías de maíz que convierten el almidón contenido en el grano en azúcares fermentables, gracias a la acción de los catalizadores biológicos, llamados enzimas. Durante el proceso, los microorganismos liberan dióxido de carbono, que, con tecnología, puede capturarse y utilizarse como un gas industrial en reemplazo de su equivalente fósil. El CO2 se utiliza para carbonatar bebidas, para elaborar hielo seco, y para una gran cantidad de aplicaciones más. Luego los azúcares se convierten en alcohol de diferentes calidades y grados de pureza que pueden utilizarle como combustible, como sanitizante, como solvente o como insumo en la industria alimenticia.

En la misma destilería, se extrae la fibra y la proteína del maíz, que dan origen a la burlanda, un alimento para la nutrición animal de excelentes propiedades nutritivas y alta palatabilidad. Hilando más fino, algunas destilerías mejoran la calidad de la burlanda extrayendo el aceite, que puede utilizarse como materia prima en la elaboración de biodiesel. Los residuos y efluentes de todo este proceso, que se conocen bajo de el nombre de vinazas, pueden alimentar un biodigestor para la producción de biogás, que, en forma de combustible, electricidad o calor puede aportar energía renovable de calidad para la red eléctrica, el transporte, o incluso, a la misma destilería. El biodigestor también suele recibir el estiércol de los animales alimentados con la burlanda. El ciclo se cierra con el digestato, los lodos que quedan en el fondo del biodigestor que produce el biogás, que son utilizados como fertilizante para la producción de maíz.

Concatenación

Este encadenamiento, que surge a partir de demandas de la sociedad de productos con menor huella ambiental, requiere de un complejo acoplamiento de todos los productos y procesos, con políticas claras y perdurables en el tiempo. Porque cuando uno de los engranajes se desacopla, las consecuencias pueden ser inesperadas. Ejemplos abundan. Como el desabastecimiento de cerveza en Inglaterra durante el mundial de Rusia 2018. La industria europea de bioetanol se había preparado durante años para un mandato de biocombustible del 10%. Sin embargo, la Comisión Europea – el órgano ejecutivo del bloque – repentinamente limitó al 7% el uso de etanol obtenido por fuentes como el maíz y el trigo, dejando una gran capacidad ociosa en las destilerías. Para julio de ese año, los stocks del biocombustible eran suficientes para cumplir las obligaciones de entrega acordadas y las plantas estaban paradas. Por lo tanto, no había producción de dióxido de carbono.

La falta del gas limitó la producción de cerveza provocando una escasez en medio de la copa del mundo, cuando la demanda durante un día de partido de la selección inglesa alcanza a 40 millones de pintas. Al mismo tiempo, el Centro de Ciencia Glasgow Science Centre debió cancelar una función ya que no pudo obtener el hielo seco que necesitaba para su nuevo espectáculo.

Otro caso similar ocurrió en Estados Unidos durante el pico de la pandemia. La estrepitosa caída en la demanda de combustibles por las restricciones a la circulación arrastró a las destilerías de etanol, que se vieron forzadas a tener que cerrar por quedarse sin espacio donde almacenar más biocombustible. Esto provocó una fuerte caída en la oferta de burlanda que afectó seriamente a los productores ganaderos, que tuvieron que reformular sus dietas con insumos más costos y no disponibles localmente.

Traer insumos desde localidades distantes en pleno bloqueos al transporte resultó ser un tremendo dolor de cabeza para los farmers. En este caso también hubo faltante de dióxido de carbono que afectó a la industria cervecera, especialmente las cervecerías artesanales. El desabastecimiento hubiera sido un importante cuello de botella si hubiera existido una vacuna contra el Covid.

La Compensación de Carbono

A principios de septiembre, el New York Times había alertado que el Centro para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC) estimaba que las dos vacunas con mayores posibilidades de éxito para el Covid-19 requerirán hielo seco, la forma sólida de dióxido de carbono, para mantener estable las inyecciones durante su transporte.

Retomando las palabras de Bisang, vale la pena detenerse por un instante en ‘el servicio ecosistémico de captura de carbono’. La agricultura es señalada a menudo como uno de los sectores que más contribuye al cambio climático. Sin embargo, con prácticas sustentables como la siembra directa, la rotación de cultivos, los cultivos de servicio y la integración con la ganadería, puede lograr el tan ansiado efecto inverso de secuestrar carbono en el suelo, uno de los métodos más efectivos para combatir el cambio climático. Y a la vez, puede ser una fuente de ingreso para los agricultores a través del mercado mundial de compensaciones voluntarias de carbono (MVC).

Emiliano Huergo

Muchas empresas que quieren mejorar su desempeño ambiental, pero por algún motivo no pueden reducir su huella de carbono en la práctica, están dispuestas a pagarle a un tercero para que neutralice sus emisiones. La Compensación de Carbono (crédito o bono de carbono) es el instrumento financiero, que se mide en toneladas de CO2, que regula estas operaciones. Un crédito de carbono equivale a una tonelada de CO2 secuestrada y certificada por proyectos de carbono válidos y verificados.

Poet-DSM Plant

El pionero en impulsar el mercado de carbono en la agricultura fue la startup de origen estadounidense, Indigo Ag, a través de su plataforma Indigo Carbon. A mediados de octubre, la compañía emitió un comunicado presentando las primeras siete empresas en sumarse a la iniciativa. Acordaron pagar U$S 20 por tonelada de dióxido de carbono (CO2) equivalente secuestrado en el suelo o disminuido durante la campaña agrícola 2020. Para la temporada 2021, Indigo invitó a inscribirse al programa a productores de cereales de 21 Estados de EE.UU., a los que les está ofreciendo un mínimo de U$S 10 por crédito de carbono. La tasa podría subir si hay una mayor demanda de créditos.

Para hacerse del bono, un agricultor debe iniciar sesión en el sitio web de Indigo con las coordenadas de su granja y enviar un conjunto de lecturas a intervalos regulares. Se analizarán estos datos y los del suelo. Luego de una auditoría, realizada por un tercero independiente, se comercializarán los créditos de carbono verificados. De esta forma, un agricultor podría obtener de 5 a 8 créditos o al menos U$S 50-80 por hectárea durante 10 años. Una cifra nada despreciable.

En la misma línea, Bayer anunció que a partir de julio de este año recompensará a unos 1.200 agricultores de Brasil y Estados Unidos, por unas 200 mil hectáreas, por adoptar prácticas sustentables que ayuden a reducir la huella de carbono. La Iniciativa de Carbono de Bayer es el último avance en su camino para lograr los compromisos de sostenibilidad dirigidos a reducir sus emisiones de GEI en 30% para 2030. Durante el Congreso de AAPRESID, celebrado de forma virtual en agosto, el director de Asuntos Corporativos y Sustentabilidad para América Latina de Bayer, Alejandro Girardi, informó que planea traer este programa a la Argentina a partir del próximo año.

Rastrojos que dan energía

En Canadá, la empresa Praire Clean Energy (PCE), ha creado una nueva fuente de ingresos para los agricultores. Les está comprando a los productores de lino de la provincia de Saskatchewan sus rastrojos en forma de fardos cúbicos o cilíndricos, que utiliza para producir energía. Los ‘farmers’ canadienses suelen quemar la paja de lino de forma controlada luego de la cosecha para evitar incendios mayores durante la época de sequía. PCE retira los fardos del campo del productor y el precio que paga por ellos depende de la distancia a su planta y de si tiene que prestarle o no el servicio de enfardado.

Seeds Energy en Venado Tuerto

Recientemente, en Venado Tuerto, Seeds Energy acaba de inaugurar una nueva central térmica de producción de electricidad a partir de marlos y chala de maíz que descartan los semilleros vecinos. Es la segunda de la empresa y es idéntica a la que posee en Pergamino, que se encuentra operando desde hace unos pocos meses. Ambas plantas cuentan con una potencia instalada de 2,5 MW eléctricos cada una.

El maíz producido para la elaboración de semillas, a diferencia del que se produce para grano, se debe cosechar en espiga y con alta humedad para no afectar su poder germinativo. Para ello se utilizan cosechadoras especiales que cuidan al máximo la integridad de los granos. Una vez que la espiga llega al semillero, ingresa a un proceso de secado muy cuidadoso. Cuando alcanza la humedad requerida, se trilla en forma estacionaria para separar las semillas del marlo y la chala.

El potencial de los rastrojos para generar energía es enorme. Pero una cosa es cuando hay un enorme volumen concentrado, como es el caso de Seed Energy -que ubicó sus plantas en los dos polos semilleros más importantes del país-, y otra cuando la biomasa está desparramada en el campo. Hay que recogerla del suelo y trasladarla hasta su lugar de procesamiento. Y es precisamente este aspecto el que ha hecho fracasar enormes inversiones, como el proyecto Liberty en EE.UU., que demandó casi USD 300 millones para producir 100.000 m3 de bioetanol por año a partir de 285 mil toneladas de rastrojos de maíz. Recientemente POET, la empresa que lo llevó adelante, informó el cierre definitivo de la planta luego de 7 años sin lograr producir más que un puñado de litros.

Algunos ingenieros agrónomos cuestionan la extracción de biomasa de rastrojos de los suelos, por el aporte que tienen a la salud del mismo. Estudios elaborados para las plantas de bioetanol celulósico de EE.UU. indicaron que en la medida que se disminuye la intensidad del laboreo se reduce la tasa de oxidación de la materia orgánica y permite aumentar el volumen de retiro de rastrojo.

Del mismo modo, el creciente potencial de rendimiento de los cultivos, que tiene una relación lineal con la cantidad de rastrojo, brinda mayores posibilidades de extraer biomasa sin afectar la sustentabilidad. Un tema que reviste particular importancia para la Argentina, donde se ha generalizado el sistema de siembra bajo cubierta de rastrojo, al mismo tiempo que se incrementó el potencial de rendimiento gracias a los nuevos paquetes tecnológicos y el mayor uso de fertilizantes.

El marlo y la chala representan apenas el 20% en peso de los rastrojos de maíz. En las casi 6 millones de hectáreas que se sembrarán con maíz, el valor la energía que podría obtenerse de supera ampliamente los USD mil millones. Una cifra muy atractiva. Pero claro, antes hay que superar los desafíos logísticos.

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