Hace un mes el Presidente de Estados Unidos y su Secretario del Tesoro anunciaron el respaldo total al programa económico. Aún falta la elección del domingo y el conjunto de la economía argentina continúa en pánico. El dólar financiero rebota entre los 1.370 y los 1.540 pesos al ritmo de la dolarización de cartera: desde los verduleros hasta las multinacionales dolarizan su capital de trabajo. En la columna del mes pasado exploramos la razón, la naturaleza bimonetaria de la economía argentina según la cual la unidad de cuenta para medir la rentabilidad de su capital de todos los actores que hacen transacciones es el dólar. En situaciones de incertidumbre disminuyen al máximo posible las transacciones y pasan a dólar billete todo su capital de trabajo, es decir sus cuentas a cobrar e inventarios.

La cotización del dólar financiero se depreció un 5% en un mes y estuvo rebotando (y no volando a no se sabe dónde) gracias a la decisiva intervención oral, escrita y material de Scott Bessent. Los argentinos, una sociedad que alimentó un escepticismo sobredimensionado y un pesimismo sin parangón a fuerza de un PBI per cápita que cae hace más de 15 años no cree en absolutamente nada ni nadie: la palabra de la Casa Blanca le sabe a poco ¿durante cuánto tiempo se mantendrá este apoyo tan contundente? Parece no importar cuánto los funcionarios norteamericanos lo reiteren.
Es difícil anticipar cuál será el evento que cortará la espiral autodestructiva, pero será determinante la reacción de nuestro Presidente, la oposición (la que coopera y la kirchnerista) y la Casa Blanca al resultado de las elecciones del domingo, que es incierto; sin embargo, la sociedad ya se comporta como si el lunes el Presidente que entra a la Casa Rosada es Kicillof con Grabois como segundo (ambos declararon su compromiso con defaultear la deuda).
Para el agro sería clave que cualquiera fuese el resultado, el Gobierno cierre los próximo dos años que le quedan sin recurrir a la receta que artificialmente destruyó la relación insumo-producto los últimos 23 años: un aumento en las retenciones o un nuevo desdoblamiento cambiario. Las devaluaciones inevitablemente mejoran su rentabilidad en dólares, ya que aunque sea momentáneamente licuan sus gastos en pesos (son pocos, pero están ahí), mientras que la brecha cambiaria destruye su rentabilidad medida en dólares. Un mercado cambiario sin brecha va a motorizar la inversión porque los dólares que se siembran serán los mismos que se cosechan.
Si el Gobierno logra sostener su buena política fiscal mientras corrige su política monetaria y cambiaria en el 2027 podemos estar atravesando un nuevo ciclo de crecimiento basado en exportaciones, inversión y algo de consumo financiado con crédito; esto es un consenso en casi todos los economistas.
El anterior es un escenario modesto que puede mejorar si el Gobierno suma consenso para encarar una serie de reformas estructurales que pueden ser efectivas sin la necesidad de ser faraónicas: lograr que las provincias reduzcan ingresos brutos, mejorar la eficiencia del mercado laboral como primera prioridad al reducir algunos costos laborales o ligados a la desvinculación de empleados, financiar tramos de obras infraestructura clave.
Todo eso tiene que darse durante 2 años en los que oficialismo y oposición tienen que ordenarse para competir por la presidencia en 2027 y no será sencillo ya que todo parece indicar que no hay más luna de miel entre el Gobierno y la sociedad, mientras que ni los partidos que ofrecen una oposición razonable y el kirchnerismo no tienen un candidato asegurado. Se puede transitar sin tensión si esa contienda se resuelve de una forma serena, mientras que la perspectiva es que en el 2027 un candidato promercado gane la presidencia. El escenario opuesto es familiar para la sociedad y es de inestabilidad.






























