El Quincho que cierra el año

Fue el martes 9 de diciembre y La Rural estaba en modo fin de año: eventos por todos lados, cocktails, reuniones y ese calorcito que ya forma parte de la escena argentina a esta altura del año. Las sonrisas abundaban. En ese contexto nos reunimos, una vez más, para celebrar un nuevo Quincho by Kioti. […]
diciembre 17, 2025

Fue el martes 9 de diciembre y La Rural estaba en modo fin de año: eventos por todos lados, cocktails, reuniones y ese calorcito que ya forma parte de la escena argentina a esta altura del año.

Las sonrisas abundaban. En ese contexto nos reunimos, una vez más, para celebrar un nuevo Quincho by Kioti.

Por Juan Alaise – Lic. en Ciencias de la Comunicación

Con Juan Carlos llegamos temprano al predio. Mientras repasábamos quiénes serían los invitados de la noche, aprovechamos para grabar una historia para Instagram donde mencionamos la peculiar presencia que nos esperaba: un piloto de avión entre los comensales.

Pasaron apenas unos minutos hasta que vimos llegar a los primeros invitados. No eran ni las 20.15 y ya estaba presente más de la mitad de la mesa. Como buenos anfitriones, nos acercamos a recibirlos. Entre saludos y presentaciones, la charla previa se fue armando sola: el parque automotor argentino, la tecnología de los autos asiáticos y, en particular, el avance sorprendente de los coreanos.

Cuando todos los convocados estuvieron presentes, nos acomodamos cada uno en el lugar que nos llamó. Apenas tomamos asiento, el personal nos acercó una entrada para picar y sirvió vino de Bodega Antigal en cada copa.

Invitados y anfitriones

Los invitados, curiosos, comenzaron a preguntar sobre la historia del Quincho: desde cuándo se hace, cómo se eligen los participantes, cuál fue el primer encuentro. Juan Carlos respondió cada consulta, pero hubo una frase que quedó flotando en el aire, casi como un desafío: “Son muy pocos los que han repetido una noche de Quincho.”

“La idea del Quincho es poder hablar de nosotros como personas, no del laburo, que es el lugar común donde siempre recaemos.”  Con esa frase, Juan Carlos dio inicio a la primera dinámica de la noche: las presentaciones.

Comenzó él mismo. Casado con Vero y padre de tres hijos —Alfonso, María Luz y Ramiro— es palermitano por adopción y nacido en Lobos. Contó que juega al golf desde chico, aunque asegura entre risas: “Nunca aprendo, pero sigo jugando”. Agregó, casi como al pasar, que es director de la revista Horizonte A desde hace más de veinte años, y dio pie al siguiente invitado.

El turno fue de Ricardo Yapur, nacido en Pergamino y criado en el campo de su abuelo. Estudió en una escuela rural y luego se mudó a La Plata para convertirse en ingeniero agrónomo. Está casado —“segunda administración”, como dijo con humor— desde hace 25 años. Tiene dos hijas: una del primer matrimonio, de 38 años, y otra del segundo, de 22.
 Ricardo se definió como “adicto a trabajar”: le encanta y lo disfruta, y es un valor que intenta transmitir a todo su equipo. “El domingo a la noche no tiene que ser una tortura pensando en el lunes. Hay que venir contentos… y si no, cambiar de trabajo.”
 Cerró su presentación contando que tiene 67 años y es hincha de Boca. Algún atrevido en la mesa aprovechó para recordar la fecha de la velada que estábamos compartiendo: 9 de diciembre.

Siguió Paco Pérez Brea, ingeniero agrónomo y padre de tres hijos —Lu, José y Paz— que viven en Salta junto a su madre. Paco trabaja en Syngenta desde hace 22 años. Vivió seis años en Venado Tuerto y luego volvió a Buenos Aires. Además de visitar seguido a sus hijos, viaja frecuentemente a Pergamino para trabajar en su campo.
 “Trabajé en una cosa bastante rara”, dijo, antes de contar que se dedicó al pasto: hacía panes de césped para canchas de fútbol, autopistas y otros espacios. Le gusta el golf, pero nunca pudo dedicarle el tiempo suficiente, y es una de sus metas para el año próximo.

Luego tomó la palabra Martín Melo, otro de los anfitriones del Quincho. Vive en Capital pero nació en Suipacha, donde hizo la primaria y la secundaria. Más tarde se mudó a la ciudad para estudiar periodismo. La vida lo llevó a trabajar en un banco hasta 2002, cuando decidió volver a Suipacha para empezar de cero.
 Fue entonces cuando se acercó al periodismo agropecuario, primero desde un semanario local y luego de manera independiente. Hoy está casado con Elizabeth y, dentro de muy poco, será abuelo de corazón.

La siguiente presentación fue la de Natalia Marquiegui Mc Loughlin —“digo el apellido de mi mamá porque siempre me piden que lo diga entero”—. Es licenciada en Ciencias de la Comunicación por la UBA y locutora nacional. Trabaja en medios desde los 16 años: a los 18 ingresó a Canal Rural, donde ya lleva 30 años.
 Su vínculo con el campo viene de chica: su abuelo tenía campo en Lincoln, destino al que viajaba seguido. Nati nació en Junín —“Junín es como mi segunda casa, voy y vengo todo el tiempo”— pero vive en Capital desde los 7 años, actualmente en Belgrano.
 Si bien trabaja en Canal Rural, se define como una comunicadora amplia. Esa faceta la desarrolló también durante 16 años en TN, haciendo información general, donde también conoció a su marido, Sebastián Domenech, periodista de policiales. Tienen una hija llamada Sol.
 A Nati le encanta trabajar, aunque en el último tiempo tuvo que bajar un poco el ritmo por motivos personales. Hoy se dedica al Canal Rural y a la conducción de eventos, pero ya planea recuperar su agenda plena el año que viene. Es hincha de Boca, entrena fuerza y funcional, y confesó que ama los aviones, detalle heredado de su padre militar… lo que fue el anticipo perfecto para uno de los invitados de la noche.

Después fue mi turno. “Soy Juan Ignacio Alaise, pero Juani alcanza.”
 Al igual que Nati, también soy juninense, y Junín es mi segunda casa: amigos, familia y esa sensación de volver siempre a un lugar que te recibe. Conté que este último fin de semana largo no viajé porque era el cumpleaños de mi novia porteña, quien lucha todos los días para que pronuncie bien las “s” y honre mi título de Ciencias de la Comunicación.
 Llegué a Capital a los 18 para estudiar y vivo en el barrio más inundado de gente del interior posible: Palermo. Me adapté tan bien que cuando vuelvo a Junín siento que todos manejan a dos por hora: el ritmo de la ciudad es otro.
 Mencioné a mis viejos y la herencia verde que me dejaron: no dólares ni hectáreas… sino la pasión por Sarmiento de Junín, el club de mis amores.

Finalmente, me atrevo a pensar, llegó el turno del más esperado por toda la mesa: Carlos Echeverría, piloto de avión.
 Nacido en Tapalqué, se crió hasta los 18 profundamente ligado al campo por su familia. “De chico hice todo lo que se puede hacer en el campo, pero yo quería volar… y en Tapalqué no hay aviones.”
 El aeroclub más cercano estaba en Saladillo. Su mamá aceptó que pudiera ir pero con la condición de que estudiara una carrera universitaria. Justo abría un CBC, así que Carlos se anotó en Ingeniería, casi como excusa para poder acumular sus primeras horas de vuelo.
 Avanzó en ambos caminos hasta que decidió mudarse a Capital por sus estudios aeronáuticos, pero la crisis de 2001 lo obligó a regresar a Tapalqué. Allí volvió al campo, aunque pudo seguir volando como aeroaplicador.
 Con el tiempo regresó a Buenos Aires y tuvo sus primeros trabajos en taxis aéreos, carga y vuelos sanitarios. Luego ingresó a Aerolíneas Argentinas, donde vuela hace más de 15 años.
 Carlos está casado y tiene dos hijos: una nena de 15 y un varón de 9. “En los ratos libres jugamos a ser papás”, dijo con ternura.

Charlas, entre vino y asado

Cuando parecía que su presentación llegaba al final, la mesa entera estalló en preguntas. Aprendimos que vuela entre 18 y 19 días al mes, que Argentina tiene uno de los mejores indicadores de puntualidad del mundo (92%), que las aerolíneas americanas son las peores —por su volumen de operaciones— y escuchamos varias anécdotas de aeropuertos que despertaron fascinación general.
 Para coronar, contó que es vecino de Juan Carlos y que se conocieron en reuniones de consorcio, detalle que generó carcajadas en toda la mesa.

Mientras disfrutábamos de un gran plato de costilla, o banderita como dicen los porteños, acompañado de ensalada y papas, las conversaciones iban y venían como si la mesa tuviera vida propia. Se habló de experiencias durante la pandemia, de inteligencia artificial, de diferencias generacionales y hasta apareció un término que me dejó en evidencia por ser el más joven del Quincho: “mecanografía”, algo que jamás me enseñaron en el colegio.

Dinámica de Quincho

Llegó entonces el momento de una de las dinámicas más queridas del Quincho: la selección de imágenes, donde cada invitado elige aquella que siente que lo representa en este momento de su vida.

El primero en animarse fue Carlos, nuestro piloto. Eligió una imagen de un grupo de personas abrazadas.
 “El trabajo en equipo, la charla y la comunicación son fundamentales para cualquier actividad: en el laburo o en tu casa”, dijo.
 Juan Carlos no se resistió a hacer el comentario justo: que esa unión de la que hablaba Carlos sería ideal para aplicar en el consorcio. La mesa explotó en risas.

Nati, eligió una imagen de una chica sentada sobre una tranquera y mirando hacia un campo abierto.
 Lo interpretó como un mensaje de avanzar siempre, aun con dudas. “Pensé también en mi hija, que se llama Sol”, agregó. Nati nos invitó a imaginar un nuevo amanecer, una oportunidad renovada cada día.

Paco, gerente de marketing de NK, eligió la misma imagen que Nati.
 “Esta imagen me transmite la sensación de un buen momento, como el que estamos pasando en esta comida”, dijo. También habló de la paz y alegría que le generaba verla.

El último invitado en participar fue Ricardo Yapur, que eligió una imagen de un grupo llegando a la cima de una montaña.
 “Esta está buena: nadie se salva solo.”
 Luego hizo referencia a la imagen elegida por Nati y Paco, reconociendo que también le gustaba por ese gesto de mirar hacia adelante: “Yo en mi vida no tengo retrovisor”afirmó.

Pero la mesa, fiel a su espíritu democrático, pidió que también participáramos los anfitriones. Accedimos rápidamente sin dudarlo.

Juan Carlos eligió la imagen del nido vacío, porque extraña mucho a su hija que vive en España y con quién habla por teléfono todos los días sin falta.

Yo elegí una imagen de un grupo de personas conversando. Dije que anhelo que, más allá del avance de la inteligencia artificial, podamos seguir conectando entre humanos y reivindicar el error compartido: equivocarnos juntos.
 Ricardo, entre risas, me dijo que tengo pensamiento de gente grande… y que eso está bueno.

Melo cerró la ronda eligiendo la imagen de la persona sentada sobre la tranquera mirando hacia el horizonte.
 “Hace unos años mi vida cambió mucho y tomé conciencia de varios aspectos”, dijo.
 Le agradeció a Nati por haber compartido su interpretación, porque le permitió ver esa imagen desde una perspectiva mucho más amable.

Cierre de una noche de alto vuelo

Para cerrar una gran noche, mientras algunos disfrutaban del postre y otros del café, hicimos una última dinámica: me encargué de hacer una pregunta personal para cada uno de los invitados. Preguntas pensadas una por una, dedicadas, casi como un espejo para invitar a mirar hacia adentro.
Todos abrieron su corazón. Compartieron vulnerabilidades, recuerdos y emociones que sólo emergen cuando la mesa es segura y la escucha es verdadera.

La noche daba para seguir largo y tendido, para estirarse hasta la madrugada sin mirar el reloj. Fue difícil ponerle fin al momento que estábamos viviendo: había algo en el aire que invitaba a quedarse un rato más.

Antes de despedirnos, hicimos una foto grupal para atesorar en algunos pixeles recuerdos de la cena compartida. Estoy seguro de que pronto volveremos a cruzarnos: en alguna Expoagro, en una Jornada a campo o incluso en algún vuelo de Aerolíneas Argentinas.

Hasta el próximo Quincho de Horizonte A, by Kioti!!

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