Reglas de juego globales y la situación argentina. Por Santiago Lorenzatti

Una mirada a la agricultura y sus implicancias actuales  Por: Santiago Lorenzatti Director de OKANDU SA  El análisis de la dinámica real de los negocios desde una perspectiva teórica encuentra en la economía neoclásica ortodoxa una serie de dificultades. Los supuestos de competencia perfecta, elevado número de compradores y vendedores, productos homogéneos, información completa, movilidad […]
agosto 29, 2018

Una mirada a la agricultura y sus implicancias actuales

 Por: Santiago Lorenzatti

Director de OKANDU SA

 El análisis de la dinámica real de los negocios desde una perspectiva teórica encuentra en la economía neoclásica ortodoxa una serie de dificultades. Los supuestos de competencia perfecta, elevado número de compradores y vendedores, productos homogéneos, información completa, movilidad de factores y libertad de entrada no se presentan fácilmente en el mundo real de la economía y los negocios. En contraposición a la visión neoclásica, el mundo de la economía real o de los negocios, es un mundo de competencia imperfecta, reducido número de agentes económicos, productos diferenciados, información incompleta, restricciones a la movilidad de los factores y barreras al ingreso.

La nueva economía institucional es un marco teórico que contempla esta diversidad. Es un vasto campo multidisciplinario y relativamente nuevo que incluye aspectos de economía, historia, sociología, ciencias políticas, organización empresarial y derecho.  En este sentido, resulta práctico para describir y comprender el contexto en el cual se desarrollan los agronegocios y separarlos en tres ambientes: tecnológico, organizacional e institucional.

El ambiente institucional se define como un conjunto de reglas de conducta formales (leyes, contratos, sistemas políticos, organizaciones, mercados, etc.) e informales (normas, tradiciones, costumbres, sistema de valores, religiones, tendencias sociológicas, etc.) que facilitan la coordinación o rigen las relaciones entre individuos o grupos brindando mayor certidumbre a la interacción humana. Es el conjunto de reglas, escritas (formales) y no escritas (informales) que dan el marco dentro del cual el hombre actúa. Las instituciones fueron creadas por el hombre para imponer un orden y reducir la incertidumbre en las transacciones.

En consecuencia, y dado que existen oportunidades de diseño, cobra sentido el concepto de “economía de primer orden”. El objeto de estas economías es la transparencia y vigencia de las reglas de juego. A pesar de su importancia para la productividad de una economía el rediseño del ambiente institucional es lento, del orden de décadas o siglos; aunque pueden ocurrir ventanas temporales – como guerras, crisis financieras, o golpes de Estado – que permitan grandes cambios drásticos.

Otro de los abordajes de análisis es el ambiente organizacional, donde el foco de estudio pasa a la gobernancia de las relaciones contractuales. La unidad básica en una relación contractual es la transacción. Así la gobernancia es un esfuerzo por crear orden y así mitigar el conflicto y lograr mutuos beneficios. Los costos de transacción son los costos ex ante de la negociación y las distintas salvaguardas, y en mayor medida los costos ex post de mala adaptación y ajuste que surgen en los desvíos de la  ejecución de un contrato como resultado de las omisiones, errores y perturbaciones no anticipadas. En términos globales, son los costos de funcionamiento del sistema económico. Lo interesante es que las estructuras de gobernancia son susceptibles de diseño; definiendo como “economía de segundo orden” al logro de estructuras de gobernancia correctas.

En el ambiente tecnológico el objetivo es mejorar la productividad y la calidad; dando lugar a las “economías de tercer orden”. Estas economías son de tipo marginalistas, surgen de reducir los costos de transformación, incrementar la productividad, y también la mejora continua que incluye los aumentos de calidad y diferenciación. Se refiere a la reducción de los costos fijos y variables. Es decir, que recién en este nivel de análisis – y una vez considerado los niveles anteriores –  se toma a la economía neoclásica como la principal herramienta para analizar la realidad.

La Nueva Economía Institucional deja abierta la posibilidad del diseño tecnológico, organizacional o institucional. Es decir, que el hombre con su racionalidad limitada y su oportunismo, como rasgos característicos, es capaz de analizar al menos parte de la información de su entorno para diseñar y gobernar los ambientes tecnológicos, organización e institucional. Y ese precisamente es el orden creciente de complejidad que tendrán los distintos ambientes o entornos para ser modificados e intervenidos por el hombre para la gestión del negocio.

Como conclusión y adaptando estos conceptos al mundo real de los negocios se puede afirmar que el principal problema de la economía es la adaptación. En economías turbulentas y en escenario de negocios inciertos la adaptación resulta un  tema clave.

En definitiva, la adaptación a los cambios se resuelve a partir de diseños institucionales, organizacionales y tecnológicos, alineados con la estructura de gobernancia y la estrategia de negocios, con el foco en el acceso al mercado y a las preferencias de los clientes.

Las reglas de juego globales

 Hay dos características de la sociedad actual que definen y enmarcan el contexto actual, con gran impacto en los agronegocios: la globalización y el hecho transitar por la sociedad de la información. En la práctica, se entiende por globalización al proceso y momento en los cuales todas las economías del mundo y las culturas de todos los países han entrado en un estado de interacción y de interdependencia, de permeabilidad e influencia recíproca, de apertura y no de aislamiento, autarquía o autosuficiencia. La realidad de los negocios agroalimentarios globalizados hace que lo único permanente sea la situación de fuerte cambio; y por lo tanto la estrategia es la adaptación. La interdependencia entre países y economías hace que un efecto en cualquiera de ellos tendrá un impacto en el resto, efecto al que no es ajena la producción de alimentos; sino pensemos en el reciente y aún vigente conflicto entre China y Estados Unidos, que repercute en el comercio mundial y espacialmente en la soja.

Dentro de esta era globalizada, los principales focos de la agricultura son: a) Cómo responder a una demanda creciente de alimentos en un contexto de escases de tierras cultivables; b) Producir minimizando el impacto ambiental; c) Reducir la dependencia de combustibles fósiles; y d) La adaptación al cambio climático (Figura 1. Fuente: Croplife).

A pesar de lo expuesto, la globalización es un fenómeno coyuntural, aunque sea muy prolongado. Lo que es, por otra parte, esencialmente estructural es el advenimiento de la sociedad de la información, aquella de los servicios y de los conocimientos, y de la organización por redes.

La sociedad de la información – también llamada del conocimiento – es aquella en la que los factores de producción  tradicionales: capital, tierra, maquinaria y trabajo quedan minimizados en su importancia económica, por la rápida irrupción en la sociedad de un conocimiento dinámico y progresivo, que procede del desarrollo de las ciencias y las nuevas tecnologías y que se propaga con rapidez gracias a la explosión de las comunicaciones.

Para tener éxito, una sociedad o país deberá estimular a la creación de empresas profesionales que presten servicios altamente calificados para un mundo global. Actualmente, la eclosión de Starp Ups en AgTech son un claro emergente de este fenómeno. El último congreso de Aapresid, realizado en Córdoba tuvo como protagonistas a un universo nuevo de pequeñas empresas basadas en Big Data, Machine learnig e Inteligencia Artificial; conceptos que cada vez más encuentran una traducción al mundo de la biología y los negocios. Bioceres/Indear, la empresa rosarina creada en medio de la crisis del 2001, es otro claro ejemplo de la nueva forma de hacer negocios, conjugando biotecnología y Agronegocios con perspectiva global.

En la sociedad de la información el medio ambiente cobra vital importancia en los procesos de desarrollo y – recíprocamente – la necesidad absoluta de un nivel de desarrollo satisfactorio para poder alcanzar una conservación dinámica del medio ambiente, de los recursos naturales y de la biodiversidad (di Castri, 2002). En este contexto, los procesos de producción –así como el suministro de servicios o el manejo de recursos naturales y de la biodiversidad – son cada vez más intensivos en ciencia, y por lo tanto en conocimiento.

A la tradicional visión del agro como productor casi excluyente de alimentos y fibras, y como fuente de ingresos y empleo para el habitante del campo, se ha incorporado una visión agro-eco-sistémica del sector rural; dentro de la cual se identifica al agro-ecosistema como proveedor de un conjunto ampliado de servicios que son esenciales para la calidad de vida de una sociedad.

En este sentido, si la segunda mitad del siglo XX ha sido señalada como la era de la biología, no debería sorprendernos que la primera mitad del siglo XXI sea reconocida la era de la ecología, sin duda una de las ramas más robustas de la biología moderna. De allí, que cualquier proceso productivo deberá contemplar la pata ambiental como uno de sus ejes. Programas como Agricultura Sustentable Certificada de Aapresid, Buenas Prácticas Agropecuarias de Córdoba, la Red de BPAs, o la certificación de Municipio Verde, son ejemplos de esta tendencia.

Este fenómeno se da en un contexto de demanda creciente de alimentos y energía en cantidad y calidad. Al respecto, se prevé que en los próximos cincuenta años la población que hoy supera los 7.000 millones de personas aumente en un 40 por ciento; es decir, que hacia 2050 habría 10.000 millones de habitantes. El 90 por ciento de esta explosión demográfica ocurrirá en los llamados países en vías de desarrollo, principalmente en África y Asia; haciendo aún más importante el desafío de responder al aumento de demanda con mayor producción, pero en simultáneo cuidando el ambiente.

La importancia de la protección del medio ambiente es incuestionable, debido a que el futuro de la humanidad es incompatible con el modo actual de extracción de recursos y patrones de consumo (sobre todo en los países más ricos); con lo que la problemática ambiental se torna inevitablemente compleja, ya que además de estar compuesta por los medios físicos, biológicos, sociales, culturales, existen fuertes componentes de intereses. Ha surgido un gerenciamiento ecológico que entraña en sí mismo una contradicción insoluble al querer conciliar el consumo actual, con la preservación de los recursos naturales.

Resulta evidente que la demanda debe ser satisfecha a partir de una expansión de la oferta. Y al realizarlo está el desafío de hacerlo sustentablemente desde el punto de vista ambiental. Este desafío es el que tiene la Humanidad en su conjunto y la agricultura en particular. Producir más alimentos es una necesidad ineludible, como así también lo es preservar la productividad de los recursos naturales involucrados en el proceso, suelo, aire y agua.

Las reglas de juego locales

Lo que sucede en el mundo tiene su correlato local. Sin embargo, es interesante destacar algunas cuestiones particulares del ambiente institucional de nuestra sociedad. Una de las principales características de nuestra economía es su carácter pendular. Sin entrar en tecnicismos, resulta evidente que analizando los últimos 30 años de la historia argentina la economía tocó extremos.

De la desregulación y la apertura extrema, al intervencionismo, proteccionismo, las retenciones y las tensiones campo/gobierno. Esta dualidad pendular en corto tiempo no facilita la estabilidad de las reglas de juego para ninguna actividad económica incluidos los agronegocios.

 

Otro de los aspectos que hacen a la competitividad, es el tener un marco legal acorde a la tecnología reinante y vigente. En el caso del mejoramiento vegetal hay un atraso en el abordaje del tema con un marco legal que sirvió en tiempos en que la biotecnología no había calado de lleno en el mejoramiento vegetal. Sin embargo, actualmente el marco legal no está acorde a esta nueva tecnología. Los innovadores no siempre pueden captar el rédito que deriva de la innovación. Los competidores o agentes que se encuentran en etapas anteriores o posteriores en la cadena de abastecimiento pueden beneficiarse con la innovación cuando los sistemas de asignación de propiedad son débiles o cuando poseen activos complementarios. La asignación de propiedad es débil cuando la tecnología puede imitarse con facilidad o bien cuando los sistemas de patentamiento no se ejecutan con suficiente vigor.

En el negocio de la biotecnología y las semillas existe una materia pendiente que ya está poniendo al agro argentino en una posición desventajosa en términos de competitividad. Resulta crucial resolver de manera urgente el tema de una nueva Ley de Semillas que permita a quien invierte capturar el valor de su innovación; y a la vez a los productores tener mecanismos de pago coherentes, de manera de poder acceder a esas innovaciones. En caso contrario, el atraso tecnológico respecto a nuestros competidores será el resultado de esta falta de institucionalidad local.

Finalmente, hay un factor cultural en la sociedad argentina que también se refleja en los agronegocios y que atenta a la competitividad sistémica. Tiene que ver con una débil cultura del cumplimiento tributario. Si bien es cierto que la presión tributaria es muy alta y hasta excesiva, también existe una ingeniería de la evasión o elusión en muchas empresas. Esta tensión lleva a un resultado de suma cero o suma negativa, dónde se perjudica principalmente aquel actor que cumple o intenta cumplir con la legalidad impositiva. Ya que por un lado se siente atado a la alta presión impositiva, y por otro, está en desventaja respecto a sus competidores evasores. Revertir esta tendencia también es parte de los desafíos institucionales que la sociedad debe asumir.

Los sistemas de producción agrícolas y sus relaciones

En el mundo real de los negocios, y específicamente en el de los agronegocios, una de las formas frecuentes de organización es la organización en red. La estructura de una empresa de alto valor se asemeja a una telaraña. En el caso de los agronegocios, y específicamente haciendo alusión al sector agropecuario argentino, las redes empresariales que se constituyen entre tenedores de la tierra, prestadores de servicios profesionales, arrendatarios y una serie de PyMES[1] de servicios de siembra pulverización y cosecha, coordinados horizontal y verticalmente, proveedores de insumos y sistema financiero se constituyen en parte de la clave de la competitividad actual del campo argentino. Resulta evidente que los agronegocios en Argentina han evolucionado hacia formas cada vez más reticulares; donde la figura tradicional del productor – aquel con su tierra y maquinaria en propiedad, y que se autogestionaba desde los aspectos técnicos a los comerciales – fue cediendo espacio a diferentes actores que comenzaron a desarrollar cada una de esas actividades con la más variada gama de contratos, siendo una nueva forma de coordinación vertical.

La empresa agropecuaria ya no es, necesariamente, una actividad individual o familiar, sino que se ha transformado en una actividad segmentada y especializada de acuerdo a la diversidad de necesidades y funciones que la producción requiere.

La utilización de conocimientos por unidad de superficie productiva ha crecido marcadamente en los últimos años; generándose una demanda creciente de servicios profesionales y capacidad experto en las distintas actividades de gestión e implementación agronómica y empresarial

La propiedad de la tierra ya no constituye un requisito ineludible para producir. La actividad agropecuaria actual está caracterizada por la presencia de redes de miles de empresas productoras y de servicios; pequeñas y medianas, distribuidas por el interior del país. El 70% de la agricultura argentina es realizada por productores cuyo eje competitivo no es la propiedad de la tierra, sino la coordinación de una red de contratos.

Pasturas

Sin embargo este sistema de contratos no encuentra un ajuste con la variable tiempo, y por ende con la sustentabilidad ambiental del modelo. Contratos accidentales a un año o a pocos años atentan contra la implementación de prácticas como la rotación de cultivos y la fertilización estratégica, dando como resultado sistemas simplificados, apoyados en un cultivo de baja inversión y sin sustentabilidad ambiental.

Para aprovechar los beneficios de la organización en red resulta clave una reingeniería de los arrendamientos, donde la variable tiempo es fundamental. Contratos de mediano plazo habilitan a una planificación con mayor horizonte, tornándose rentable la implementación de buenas prácticas agrícolas. Gana el empresario, gana el ambiente y gana el Estado. Para que economía y ecología puedan entenderse, el ajuste de la dimensión temporal resulta clave.

Aspectos tecnológicos

Si hay un entorno en el cual el agro argentino es competitivo es el tecnológico.

Existe evidencia real, concreta y tangible que el productor argentino es un rápido adoptante de tecnologías que potencien su negocio, ya sea por disminución de costos, aumento de la renta a pesar de tener que asumir una mayor inversión, o por disminución del riesgo. La adopción de variedades transgénicas, la difusión de la siembra directa, el uso de fertilizantes y fitosanitarios, y la inclusión de la tecnología digital en maquinarias, son algunos ejemplos que ratifican esta tendencia

Si bien existen los conocimientos y las tecnologías, muchas veces los entornos organizacional y principalmente institucional imponen restricciones a la incorporación de toda la tecnología y conocimiento disponible. En consecuencia, muchos de los planteos agrícolas actuales no son sustentables ambientalmente (a nivel predial); no por falta de conocimiento y herramientas sino por restricciones impuestas por elementos de los otros ambientes (organizacional e institucional). Este aspecto toma mayor trascendencia e impacto cuando el análisis es a nivel ecorregión. Si bien hay algunos ejemplos de ordenamientos territoriales a nivel provincial, no termina de definirse un ordenamiento territorial de basamento científico nacional que ponga cierto grado de racionalidad científica a la asignación de ambientes a diferentes usos. Acá es crucial la intervención racional del Estado, posibilitando un proceso de ordenamiento profesional con fuerte apoyo en la ciencia, y no en conjeturas o pareceres sin verdadero sustento ecológico.

Otro de los ejes del ambiente tecnológico es la gestión de calidad; aspecto relativamente nuevo en agro argentino. La calidad no es más que conocimiento aplicado a productos, procesos y/o servicios focalizado en las preferencias de los clientes. La calidad vista como la acción de entes aislados sólo logra resolver o disminuir las des-economías de tercer orden. Es decir, mejorar la productividad de la empresa por mejora en la eficiencia, aumento de la productividad y el entrar en un ciclo de mejora continua. Esta sola arista es motivo suficiente para que una empresa individual adopte sistemas de gestión de calidad.

Sin embargo, existe un concepto más amplio de calidad y que es el deseo del cliente hecho realidad en los procesos, los productos y los servicios. Vista en esta perspectiva más amplia, la mejora en calidad apunta al aumento de la productividad sistémica de primer orden, atravesando los entornos no sólo tecnológico, sino también el organizacional y el institucional.

La producción industrial y de servicios pueden considerarse como los sectores económicos pioneros en la aplicación de normas y protocolos, debido fundamentalmente a las exigencias de un mercado internacional que primero, trató de unificar criterios de calidad y luego lo relacionó con el desarrollo sustentable. Así surgieron cuerpos de estándares, normas y protocolos de gestión cuyo enfoque se centró en aspectos de seguridad y salud laboral, y a la gestión ética de negocios como parte de la responsabilidad social que tiene cada empresa. En agricultura, sin embargo, parecía ajeno a todo este tipo de exigencias, pero la tendencia se revirtió.

En los últimos años han surgido esquemas de certificación de productos y procesos relacionados a los agronegocios alimentarios. Transitar por estos senderos, como los propuestos por Agricultura Sustentable Certificada de Aapresid, se vuelve una necesidad no sólo para ser más competitivos sino para poder producir sin conflictividad con la comunidad de la que somos parte.

Cada vez son más frecuentes los ejemplos de conflictividad entre pueblos y comunidades con la forma de producir de empresas agrícolas; con principal  foco en las aplicaciones de fitosanitarios en zona periurbana. Es necesario que quienes estamos en la producción comprendamos la importancia de dialogar con nuestra comunidad, escuchar sus demandas y en simultáneo poder contar cómo hacemos las cosas. Las actividades – como la agricultura – que interactúan con el ambiente deben aprender a someterse a una auditoría social sobre las formas de producir y su impacto sobre el ambiente. Es necesario poder dar garantías de cómo se hacen las cosas. En este contexto esquemas como Municipio Verde – variante de Agricultura Sustentable de Aapresid adaptada a la producción periurbana – resultan herramientas muy adecuadas para comenzar un diálogo serio, basado en conocimiento científico y dando un marco de referencia de esa discusión.(Figura 2). No abordar la problemática no solo es patear el problema hacia adelante, sino es agravarlo en magnitud, tal vez hasta niveles de los cuales no sea fácil volver.

A manera de síntesis

MUNICIPIO VERDE, AGRICULTURA SUSTENTABLE CERTIFICADA PARA AREAS PERIURBANAS (AAPRESID): ESQUEMA DE FUNCIONAMIENTO.

 La humanidad enfrenta actualmente un dilema entre producción y sustentabilidad de difícil resolución. Por un lado, la demanda de alimentos continuará creciendo. Por otro lado, la importancia de preservar el medioambiente es prioritaria. En consecuencia, la agricultura tiene el crucial desafío de producir alimentos de manera creciente y el hacerlo minimizando su impacto ambiental.

 Frente al conjunto de perturbaciones, la clave está en la adaptación activa. La adaptación activa no es otra cosa que la innovación o mejor aún la construcción de ventajas competitivas en sentido amplio. En este sentido, algunos puntos para el rediseño en el agro argentino que apunten a generar competitividad pueden ser:

  • Mantener un liderazgo tecnológico, apuntando no solo a la optimización de la productividad y la renta; sino también a la sustentabilidad ambiental, que en definitiva es la llave para la rentabilidad económica futura. Ello puede lograrse incorporando el concepto de Buenas Prácticas Agrícolas; o mejor aún certificando los procesos productivos a nivel predial.
  • Estimular a la realización de un proceso de ordenamiento territorial con fuerte apoyo y respaldo científico en lo que a ecología respecta, liderado por un Estado con alto grado de profesionalismo en la materia.
  • Optimizar la organización en red en las relaciones entre los actores, diseñando estrategias para dar oportunidad de reinserción a aquellos actores que no se adapten, tarea ineludible del Estado.
  • Generar un marco de reglas de juego claras y con cierta previsibilidad para que los actores económicos puedan diseñar sus estrategias competitivas. En este sentido, es crucial generar un marco legal en materia de mejoramiento vegetal y comercialización de semillas que estimule a seguir investigando e innovando.
  • Buscar alternativas para diseñar e implementar un esquema tributario acorde a una estrategia de desarrollo de país, a la vez que la sociedad debe comprender la necesidad de cumplir con sus obligaciones fiscales.

Todo ello enmarcado en una estrategia común de desarrollo integral de la Nación, aprovechando la oportunidad que el mundo brinda, a través de una demanda sostenida de muchos de los bienes y servicios en los cuales Argentina cuenta con ventajas comparativas y algunas competitivas construidas. El desafío es nuestro… ¿lo abordamos?

 

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