Por Sebastian Nini
Los días pasan llanos en el abril “coronavírico” de la ciudad de Buenos Aires, algo de sol en el balcón, teletrabajo interrumpido por los quehaceres domésticos y el uso de las computadoras por parte de los chicos que siguen sus clases desde casa. Me pregunto si alguien de todos los que están diagramando la cuarentena alguna vez pensó en los que tenemos más de un hijo, francamente nosotros deberíamos tener un locutorio para que cada pibito pueda hacer su tarea sin tocar la máquina con la que el padre trata de ganarse la vida. A la tarde actividad física casi obligatoria, no aspiro a salir de esta como un modelo de pasarela, con mantener el talle estoy más que agradecido. A la noche aplausos en el balcón, una comida rica como si fuera un festejo, buscando mantener la moral de la tropa bien alta, circunstancialmente algún juego de mesa y a dormir con una serie, un libro o una peli. Todos los días igual, o casi igual, porque hay que armar el quincho y eso me tiene loco, esta noche más que otras.
La cuarentena nos tiene a todos adentro pero el quincho no para, la posibilidad de juntar a los comensales invita a agudizar la imaginación y si de imaginar se trata a mi juego me llamaron.
Entre sueños de quinchos idílicos me invade la imagen de uno de los personajes que si estuviera vivo me encantaría sentar a mi mesa, ese que me hizo reír de chico y de no tan chico. Ese que me imaginé caminando tantas veces por la peatonal Córdoba cuando por algún evento o Congreso tuve que viajar a Rosario. Me mira frente a la computadora con las manos alzadas para escribir, con esa sonrisa pícara y compradora que les sobra a los grandes como él, me dice “No toca Botón” “Si la vamo a hacer, la vamo a hacer bien” Ahí nomás me rio en la soledad del living interactuando con mi ídolo en sueños. Veo la parrilla y me lo imagino esencial en el quincho de Cuarentena.
ALBERTO OLMEDO

Él, el negro del barrio Pichincha, arrabal de antaño devenido en “Palegasermo rosarigasino”, Alberto me da la mano y me invita a soñar este quincho distinto. Le abro una Quilmes clásica, está sonsa del frío, y mientras prende el fuego y esperamos a los que vendrán hablamos de su Rosario donde nació pobre. Pobre es poco, “Éramos tan pobres” me dice y se ríe. Fue lechero a los 5 años, se ponía diarios adentro de la ropa para calentarse en invierno cuando un tío que le daba una mano lo llevaba a trabajar con él de madrugada, vivía solo con su madre, no conoció a su padre –sí lo hizo llegada su adultez-. Así pobre se vino a Buenos Aires y arrancó como ayudante o tira cables, se hizo un lugar con dos herramientas que le regaló la vida, perseverancia y simpatía. Se ganó el cariño de la gente con su modo de ser. Conoció a su padre de grande, en edad y en tamaño de su fama, se le presentó de la nada en una comida en Mar del Plata cuando compartía con el elenco la cena en Perales. El negro sin mucho gesto acercó una silla a su lado en la mesa y dijo “Muchachos les presento a mi viejo”. Enorme como siempre Alberto.
Juan Carlos Grasa pone a disposición copas, hay una conservadora con varias cervezas y en una frapera se acondicionan los vinos para que todos puedan disfrutar de la mejor manera de este quincho. Juan Martín Melo trae un sacacorchos y destapa en un movimiento limpio un Malbec. Hay alguien en la puerta.
JOSE GABRIEL DEL ROSARIO BROCHERO
El primer invitado no se hace esperar, está acostumbrado a llegar presto, a ponerse a disposición del otro, y de esto que estamos viviendo entiende un montón, si viviera en esta época estaría acompañando viejos en geriátricos, visitando a los que no tiene quien los visite, acompañando a bien morir. Recorriendo su provincia de Córdoba, la que lo vio nacer en Villa Santa Rosa un 16 de marzo hace tanto tiempo, pero no por eso dejaremos de homenajearlo en su cumpleaños que pasó hace unos días.

Desde que se ordenó de sacerdote y lo mandaron a la catedral de Córdoba, el Padre José, así nos pide que le digamos Brochero, se destacó por su trabajo acompañando enfermos y moribundos en la epidemia de cólera que azotó la docta en 1867. En el año 1869 lo enviaron a Traslasierra como responsable del curato de San Alberto con sede en Villa del Tránsito donde trabajó para ayudar a abrir caminos entre las montañas, levantar capillas, escuelas e iglesias. Siguió acompañando enfermos hasta el final, a tal punto que se contagió la lepra por convivir con los enfermos en aquel tiempo. Y fue la enfermedad la que después de dejarlo ciego y sordo se lo llevó en aquel pueblo que dos años mas tarde empezó a llevar su nombre.
La historia del padre José no se apagó con la lepra, como la de todos los santos siguió en el espíritu de los que lo conocieron y en el año 1960 comenzó un proceso de canonización que culminó el día que el mismo Papa Francisco, otro cura argentino, lo canonizó en Roma un 16 de octubre hace tres años atrás. Es un cura de trinchera, le ofrezco algo de tomar y pregunta si hay mate, habrá que calentar la pava, mientras me mira y me dice, “Yo le he dicho al señor obispo y le he repetido, hasta el fastidio quizás, que lo acompañaré hasta la muerte como simple soldado que desea morir en las peleas de Jesucristo.” Y entiendo esto de la lepra, entiendo que hoy sin duda estaría en el Muñiz si pudiera, abrazando a los que sufren afuera por los que padecen adentro.
El Negro cortó unos chorizos y los dejó en una tabla para picarlos mientras conversamos, le cuenta al cura sobre su infancia en Rosario, su pobreza, le habla del dolor que recuerda, pero también de todas las alegrías, de su primera comunión y de los domingos de misa con su madre, el sacerdote sonríe y le revolea su frase mas famosa, “Negrito, Dios es como los piojos, está en todos lados, pero prefiere a los pobres”
ENRIQUE SANTOS DISCÉPOLO
Otro que va a soplar velitas en este quincho, nació el 27 de marzo cuando empezaba el siglo XX será tal vez por eso que habiendo vivido apenas 34 años de los cien de ese siglo escribió “Cambalache” para poner en sintonía todo aquello en lo que se había convertido el mundo y nuestro país. Mas porteño que el obelisco y que el tango, actor, escritor, poeta, nació en el barrio de Balvanera y 50 años después habiendo alcanzado el reconocimiento y la fama, se fue en el mismo lugar, su barrio de toda la vida.

Pide una copa de vino y me acerco con la botella, Juan le da una copa y dice, “es así amigos el que no llora no mama”. Tincho Melo le pregunta por el que no afana y el poeta contesta. “No, el que afana es un chorro”. Nos deja perplejos, y recapacito entonces que Cambalache es una pintura de una época que no le gustaba a Discepolín, una época que no pasó y que en muchos aspectos está mas activa que nunca.
El cura lo cuestiona por el verso de la Biblia y el calefón, Discépolo se lo explica, se trata de una historia real de los conventillos de principios del siglo pasado, pero le aclara que se trata de las biblias que regalaban los protestantes los sábados a los que les permitían pasar a sus casas. Sale el tema del virus y el poeta marca que no es la primera vez que el país pasa por momento como estos, pero que lo que más le entusiasma hoy es la gente. Los que cumplen guardándose y los que se juegan la vida en las trincheras de la guerra invisible. Pero le sale el pesimista, y piensa en los que son egoístas, en los que no cumplen el aislamiento, en los que solo piensan en ellos y parafrasea sus versos “Verás que todo es mentira, veras que nada es amor, que al mundo nada le importa, yira, yira”.
Son las 9:00 de la noche faltan dos invitados, en los balcones se juntan los porteños a aplaudir, suenan algunas bocinas, el negro se entusiasma y aplaude enérgico, lo seguimos. El cura, cansado pero sonriente, aplaude sentado mientras se toma otro amargo. Discépolo prende un cigarrillo se tira para atrás en la silla y aplaude cancinamente. Suena la puerta, llegó una dama. Justo a la hora del aplauso, son para ella.
CECILIA GRIERSON
La mujer de esta noche de sueños es una señora doctora, la primera médica argentina se acerca y saluda sonriente, pero con firmeza. Nos ponemos de pie y todos aplaudimos a la doctora, es nuestro saludo y a la vez, en ella, el reconocimiento diario a los héroes de hoy.

Cecilia Grierson nació en Buenos Aires un 22 de noviembre, era hija de inmigrantes escoceses, pasó la infancia en el campo de la familia en Uruguay. En su juventud, la pérdida de un ser querido le despertó la vocación, no era fácil en ese entonces ser médica, pero lo logró a pesar de los obstáculos. Fue pionera tratando a niños con discapacidades, también fue docente y capacitó enfermeras. Trabajó en la casa de aislamiento contra la epidemia de cólera, cuando le preguntamos nos dice “Los días agotadores pasados en la casa de Aislamiento me hicieron concebir la idea de educar a enfermeras, puesto que no había quien respondiera a las necesidades de los enfermos. El mejor medio de proporcionar alivio a los que sufren es colocar a su lado personas comprensivas, afables y capacitadas que puedan colaborar con el médico en la lucha por recobrar la salud” Cecilia no es solo la representante del heroísmo médico en nuestro quincho, también es una de las primeras banderas del feminismo, participó del Primer Congreso Feminista Internacional que se realizó en nuestro país y fue la voz que reclamó por los derechos femeninos en el ámbito civil y político.
El tema de la pandemia sale en la mesa una vez más y la doctora habla de sus pares, del personal de salud, de las enfermeras, y recuerda aquella frase que alguna vez le dijo a Elvira López, filósofa y feminista argentina. Esa frase que hoy ve puesta en práctica por cada uno de los que se juegan la piel “Hay que despertar corrientes de bondad”
El negro trae la carne y una vez más llaman a la puerta, Juan Martín Melo se acerca y abre, la imagen de los opuestos entre Tincho y el invitado impacta a los integrantes de la mesa. Se saludan con el codo, ríen y el campeón se permite la licencia, lo abraza con fuerza, lo levanta en el aire y Martín se sorprende.
OSCAR NATALIO “RINGO” BONAVENA

Se asoma inmenso, sonriente, algo burlón, con un habano que es más adorno que tabaco, una polera beige y un jean con botamanga ancha, saluda y agradece. Pide disculpas por el retraso. Era el último de esta mesa soñada, porque este quincho onírico de argentinidad al palo tiene en la mesa al artista, al cura, al poeta y a la doctora, solo faltaba el filósofo. Oscar Ringo Bonavena nació en Boedo un 25 de septiembre y es hincha de Huracán y digo “es” aunque se fue hace tiempo de forma violenta en Nevada cuando yo apenas tenía seis años, porque los hinchas son y siguen siendo más allá. ¿O alguno se piensa que Labruna, por decir alguno, en el cielo es hincha de Boca?
Ringo es un peso pesado de un metro setenta y ocho centímetros, zurdo, que además poseía una derecha letal. Para los que amamos el boxeo Ringo fue un crack excepcional que enfrentó a los más grandes, pero además era un filósofo de bar, un generador de frases y refranes, un lector de la realidad que tenía la capacidad de decir con el desenfado popular la palabra justa, llana, urbana, para describir conceptos que otros no podían poner en claras palabras. Alguna vez le preguntaron por sus hermanos y dijo “Somos nueve, ocho vivos y yo… que soy el único que trabajo”
Le doy una copa y seguimos la charla sobre el virus, Juan Carlos pregunta a la mesa cómo puede jugar a nuestro favor tener el diario de lunes con todo lo que ya pasó en Europa y Estados Unidos. Ringo salta con una deconstrucción de su frase mas recordada, la mira a Cecilia Grierson y le dice, “Doctora, esta vez nos dieron el peine antes de quedarnos pelado”. Grierson ríe dándole la razón.
Discépolo se preocupa por la economía, la doctora prioriza la salud, el padre José suspira profundo, se ceba un mate y mueve la cabeza pensando que lo mas importantes son las personas. Ringo trae a la conversación una frase de su época de boxeador “Al fin y al cabo, ¿qué es la guita? La guita no tiene dueño y pasa de mano en mano. Para mí es un asunto fundamental hasta que se firma el contrato. Después se acaba el tema del dinero y lo único que me importa es pelear de tal manera que nunca pueda sentir vergüenza de mí mismo.”
Discepolín se ríe y se aparta para que el negro con la humidad de los grandes le deje un pedazo de carne a punto en el plato. La charla sigue, con Juan Carlos y Martín nos quedamos atentos a ellos, sentimos que cualquier frase en esa mesa que no salga de esos cinco cortaría el clima, somos como el “preso”, aquel personaje de Vicente La Russa, que en el viejo “Polémica en el bar” de Porcel y Fidel Pintos solo miraba y escuchaba atento y a disposición. Como nosotros a disposición de este sueño, este quincho único que nació de la imaginación, esa que vuela cuando sobra el tiempo, cuando solo queda pensar en el día que esta Argentina, algo golpeada, pero para nada nockeada, se pase el guante por la frente, se limpie el sudor y arremeta otra vez para adelante. Porque de eso se tratan las caídas, cada caída es el comienzo de la levantada. Habrá gente de bien desesperanzadas como Discépolo, pero también habrá almas santas que traigan consuelo, médicos, enfermeras y científicos para devolver la salud, siempre habrá payasos para devolver la sonrisa y luchadores, millones y millones de luchadores que volverán a levantarse, una vez mas como tantas otras veces. Porque de eso se trata. La vida no está en pegar más fuerte, sino en que tan fuerte te pegan y de todos modos volves a ponerte de pie y a ir para adelante.
Siguen la charla, convido algún postre, y Ringo acota. “Cuando suena la campana, te sacan el banquito y uno se queda solo”. “Ahora nada de hacer la del banquito, hay que salir a bancarnos para sacar esto adelante”