Por: Cecilia Vignau – Lic. en Administración Agropecuaria –
Hace como quince años, trabajando para una empresa agropecuaria que ya no existe, conocí una mujer rural cuyo nombre hoy no recuerdo a la que llamaremos Claudia. Esposa de uno de los tractoristas, trabajaba en la casa principal como cocinera. Se me puede haber borrado su nombre, pero jamás voy a olvidar ese puré de papas que con tanto amor preparaba con leche de vaca jersey y medio pan de manteca. Porque las gordas tenemos memoria débil para cualquier cosa menos la comida!
Claudia era una gringa recontra fuerte, había parido 3 varones a los que criaba con puño de hierro y llevaba adelante su casa, ubicada muy cerca del casco, en la que tenía una huerta y un criadero de gallinas. A Claudia le sobraban motivos para llegar cansada al trabajo, pero jamás faltaba ni siquiera sintiéndose enferma. Sin embargo, algunas veces se la veía como taciturna…decaída y con la mirada sombría revolvía la olla ensimismada en sus pensamientos. No era demasiado locuaz pero como tampoco era retraída una noche mientras preparaba la cena me animé a preguntarle si le pasaba algo. Tal vez motivada por años de confianza, tal vez animada porque yo no era parte de su entorno directo o simplemente aliviada porque alguien notara su desolación, me contó.
“Resulta que el esposo de Claudia tomaba, tomaba bastante desde hacía algún tiempo y cuanto más tomaba, más agresivo se ponía. Y en este punto del cuento podríamos pensar pobre Claudia, se había casado con un alcohólico”
Pero no, ella se había casado con un hombre maravilloso, que la adoraba desde la adolescencia, que durante muchos años había sido un caballero y jamás le había puesto una mano encima. Ese mismo hombre que ahora estaba borracho al mediodía y por el cual tuvimos que comprar un alcoholímetro para controlar que después del almuerzo, no se subiera al tractor representando un peligro para todos. Ese hombre que se había casado con una mujer fuerte que podía con los chicos, la huerta, la casa pero que de repente se sentía sin fuerzas. Que no estaba cansada sino abatida. Deshecha por las peleas, oprimida por los gritos, derrotada por mil noches sin dormir.
Es que ese hombre ya no la dejaba trabajar, no quería que ella tuviera ingresos propios y para lograrlo estaba dispuesto a convertir su vida en un infierno. Tal vez había visto en los ojos azules de Claudia que, si ella era fuerte y trabajaba, entonces ella lo podía dejar…
Impedimento Familiar
La violencia doméstica puede entenderse como “todos los actos de violencia física, sexual, psicológica o económica que se producen en la familia, en el hogar o entre cónyuges, parejas de hecho antiguos o actuales, no siendo requisito la convivencia con la víctima”. La violencia física suele ser la expresión más visible de la violencia doméstica y la que genera irrefutables señales de alarma. Sin embargo, esta forma de violencia siempre esta precedida por otras que parecen menos graves pero que van minando la autoestima de la mujer a la vez que la alejan de sus vínculos.
“La imposibilidad de incorporarse al mercado laboral o permanecer y progresar en él puede generar una dependencia económica que elimina la capacidad de la mujer de dejar a una pareja abusiva”
La violencia económica se refiere al intento de lograr que la víctima dependa económicamente del autor y se puede manifestar de dos maneras: reteniendo sus ingresos o impidiendo que realice y mantenga una actividad profesional.
¿Pero de qué manera se logra que una mujer no pueda trabajar? Por impedimento físico a salir del hogar, golpizas que generan marcas inocultables y destrucción de la ropa o herramientas de trabajo son las formas más frecuentes. Pero también existen otras más sutiles como obligarlas a dejar inesperadamente su lugar de trabajo por emergencias familiares o la privación del sueño hasta el punto en que el ausentismo se hace insostenible. Es que la imposibilidad de incorporarse al mercado laboral o permanecer y progresar en él puede generar una dependencia económica que elimina la capacidad de la mujer de dejar a una pareja abusiva. Y ese mis queridas lectoras es el motivo principal por el cual el violento en potencia siempre pero siempre te aleja de tus afectos y tiene problemas con tu trabajo. Para cuando llega la violencia física, la mujer no tiene los recursos emocionales ni financieros para hacerle frente.
Según un estudio de la CEPAL del año 2017, el 43,4% de las mujeres latinoamericanas de entre 20 y 59 años identifican razones familiares como un impedimento para tener un trabajo remunerado. ¿Cuánta violencia doméstica hay escondida detrás de esa excusa? ¿Cuántas ocultan que el real impedimento son sus esposos que no las dejan trabajar?
ONU Mujeres determinó que existen 18 países en el mundo donde los hombres pueden pedir legalmente que sus esposas no trabajen, pero en muchísimos otros la prohibición está ahí, disfrazada de “impedimentos familiares”.
Costos Ocultos
Los costos económicos de la violencia doméstica abarcan tanto el valor de los bienes y servicios utilizados para tratar o prevenir dicha violencia como el valor de los bienes y servicios no producidos cuando el maltrato impacta en el ámbito laboral, afectando de manera directa a la economía de los países.
Algunos estudios han estimado el costo anual de la violencia doméstica en las economías nacionales. A nivel internacional, las principales investigaciones sobre los costos económicos de la violencia familiar se circunscriben a unos pocos países: Reino Unido, Suiza, Estados Unidos, Canadá, Nueva Zelanda, Australia, Chile y Nicaragua. El costo total de la violencia doméstica en Reino Unido fue estimado en £ 23.000 millones para el año 2001. El equivalente al 2,6% del PBI de Inglaterra y Gales en conjunto. En el año 2009, Canadá estimó que la violencia conyugal tuvo un impacto económico de 7400 millones de dólares canadienses. Un estudio de la CEPAL calculó que el costo de la violencia económica en Latinoamérica y el Caribe equivale al 2% del PBI de la región.
Lamentablemente, a pesar de contar con un Ministerio de Género, nuestro país no produce información sobre este tema. Otro problema que se esconde debajo de la alfombra.
Ámbito rural
En el ámbito rural, el solapamiento trabajo-familia crea una complicación adicional ya que las mujeres rurales trabajan en la unidad económica familiar y usualmente carecen de ingresos propios. Peor aún, a veces también son víctimas del silencio del empleador de sus parejas que, conoce la situación, sabe lo que sucede dentro de su establecimiento pero calla en lugar de ayudar. Considera la violencia doméstica como parte del ámbito privado del trabajador sin entender que afecta negativamente a la productividad de todo el equipo de trabajo.
Migajas
La violencia familiar tiene graves consecuencias sociales y económicas. Sus efectos no se limitan a los padecimientos sufridos por sus víctimas, sino que también la economía se ve afectada por las consecuencias derivadas de este importante problema social. Entonces, los espacios laborales públicos y privados deben involucrarse en la erradicación de la violencia intrafamiliar no sólo porque es moralmente correcto, sino también porque impacta negativamente en sus negocios. Esta obligación es reforzada con la entrada en vigencia del Convenio 190 de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) que incluye referencias a la necesidad que los empleadores se involucren en garantizar la protección frente a la violencia doméstica.
“El tercer Objetivo de Desarrollo Sustentable de la ONU busca promover la igualdad de género y el empoderamiento de la mujer”
Uno de los medios que pueden contribuir a su empoderamiento es el acceso al mercado laboral. Porque no me voy a cansar de repetir que una mujer que es económicamente independiente es una mujer que es libre. Fundamentalmente, es libre de abandonar a su pareja si esta convierte su vida – y la de sus hijos que es lo más importante – en un calvario.
El impacto de la violencia doméstica en la salud física y mental de los trabajadores es devastador. Quién de nosotros no tuvo alguna vez una compañera de trabajo que bajara considerablemente su productividad a la vez que empezaba a descuidar su imagen? Cuántos de nosotros pensamos que podía ser víctima de violencia en su casa? Hace 25 años a nadie se le ocurría.
Las cosas cambiaron y hoy tenemos miles de ojos que nos pueden ayudar a ver las señales… Mirada perdida y cansada, desconcentración permanente, irritabilidad injustificada, ojos hinchados por noches enteras de ahogar el llanto en la almohada, llegadas tarde, ausentismo… Toda manifestación de violencia deja rastros.
Vamos dejando migajas de pan sin darnos cuenta, tal vez lo hacemos inconscientemente como un pedido desesperado de ayuda. Es nuestro deber como mujeres identificar las señales a tiempo, en nuestras compañeras de trabajo y en nosotras mismas.
Sororidad es también entender el infierno que puede estar viviendo la otra, aunque a veces no podamos hacer nada al respecto. Entender que pueden estar viviendo un estado de desprotección absoluto y desesperante. No las dejemos solas. Le paso a Claudia, me pasó a mí y nos puede pasar a todas. Evitémoslo a tiempo. Hagámoslo juntas.