No hay reservas. El Gobierno anuncia un programa con el FMI con el objetivo de reprogramar sus vencimientos de deuda y recortar gastos, pero no es suficiente. La población liderada por la oposición provoca desmanes mientras sale a las calles y exige la renuncia del Primer Ministro que por ahora resiste. No es Argentina en el 2001, es Sri Lanka hoy. Al país le quedan reservas de combustible para un par de días más. El principal ingreso del país es el turismo, muy golpeado por la pandemia durante 2 años, sin embargo, todo se recrudeció aún más por una torpe decisión del gobierno.
Un país que prácticamente no importaba alimentos perdió su soberanía alimentaria cuando el Primer Ministro anunció en que Sri Lanka sería “una nación orgánica” y prohibió la importación de fertilizantes y fitosanitarios en abril del 2021.
La consecuencia es catastrófica: la producción de arroz, la base de la pirámide alimenticia de Sri Lanka, cayó 3,4 millones de toneladas a 2,9 millones. En algunas regiones el rinde de los cultivos se derrumbó en un 60%.
El experimento de hacer agricultura prescindiendo de tecnologías del siglo XX (en ese país claramente no están en la frontera) fue un desastre humanitario. Menos de un año después, en noviembre del 2021 el Secretario de Agricultura del país anunció que el país volvía a importar insumos agropecuarios, pero el daño ya estaba hecho y había que atravesar el año con una cosecha magra.
La agricultura moderna es el resultado del perfeccionamiento de técnicas productivas ancestrales durante decenas de miles de años guiadas por un principio rector: producir más con menos. Menos superficie terrestre, menos consumo de agua, menos necesidad de exposición al sol, menor cantidad de insumos y menos trabajo. Si se logra producir más con menos, el precio de los alimentos se reducirá y al hacerse más accesible permitirá a más gente salir de la pobreza. Es obvio que para reducir la pobreza esto no es lo único que puede y debe hacerse, pero sin esto es imposible. El experimento a cielo abierto que realizó el gobierno de Sri Lanka con su población nos muestra que sin tecnología agrícola no puede ser viable la reducción de la pobreza. Lo mismo sucede en numerosos países del Africa Subsahariana que son grandes importadores de alimento.
Adicionalmente, sin tecnología agrícola una gran parte de las horas de nuestro día estaría dedicada en forma directa a producir alimentos, haciéndonos esclavos de esa tarea. Las sociedades con altos niveles de productividad le otorgan a sus ciudadanos la libertad de elegir con su tiempo: pueden trabajar más y ganar más dinero, leer un libro o tener una huerta. En las sociedades donde no hay conocimiento potenciando la productividad del trabajo no hay opciones: si no se cuida a la huerta hay hambre.
Quienes abogan por una agricultura sin conocimiento del siglo XXI jamás tuvieron que controlar las malezas de una hectárea de tomates o papas a mano, o enfrentarse a la toxicidad de las flores de crisantemos para que un insecto no se devore las plantas.
“La discusión sobre el uso de la tecnología agrícola no es un chiste de snobs tomando tchai latte en el barrio de Palermo”
La discusión sobre la biotecnología vegetal y el uso de fertilizantes y fitosanitarios no puede prescindir de la ciencia, de la misma forma que no puede dejar de lado la experiencia de Sri Lanka. El error de dejarse llevar por mitología y poesía puede costar muy caro, en aquella leja isla en océano Indico se está cobrando en hambre y violencia.
Hace algunos años se amplió el límite de lo posible: una turba ingresó al Capitolio de Estados Unidos con el objetivo de torcer el proceso democrático, una pandemia cuyas consecuencias están aún por desentrañarse corrió el límite de qué podía ordenarle el Estado a sus ciudadanos a escala global y Rusia invadió un país europeo, algo que no sucedía desde la segunda Guerra Mundial.
La discusión sobre el uso de la tecnología agrícola no es un chiste de snobs tomando tchai latte en el barrio de Palermo. Es extremadamente real y cercana, puede suceder y las pocas esperanzas de una macroeconomía estable que al país le quedan son sus exportaciones del sistema de agronegocios.
El planeta #Campo tiene que colectivamente continuar con la ardua tarea de explicar, pero en base a una estrategia basada en una serie de pilares: a) siempre ir con la verdad, no exagerar sobre la seguridad de los productos y reconocer que si no se utilizan correctamente puede haber problemas, b) tener paciencia y empezar de cero, porque el interlocutor en general no maneja ningún concepto clave y c) saber que los datos no alcanzan: una parte importante para la validación de la información es la confianza en quien la emana.
Hay que detener al terraplanismo, dejó de ser un chiste de mal gusto.