El último de los cuatro gobiernos kirchneristas terminó en una orgía de locura inflacionaria. El Presidente electo todavía se aferraba a su plan de dolarización. El verano de 2024 fue extremadamente duro para la sociedad y nadie se hubiera imaginado hoy que el tipo de cambio libre sería un 35% más bajo que en el pico de aquel momento. Hace menos de 7 días comenzó a desarmarse el control de cambios en Argentina, el famoso cepo. Es irrelevante analizar las motivaciones, el por qué; lo relevante es el cómo: lograron hacerlo respetando el objetivo que guía al equipo económico, que es básicamente la reducción de la inflación.
Argentina es una economía extremadamente bimonetaria. Esto implica que los agentes económicos (empresas y familias) miden su capital y el retorno de sus inversiones en dólares y por lo tanto ajustan costos y precios de aquello que venden lo más que pueden a la cotización del dólar, algunos agentes pueden más, otros menos.
Este fenómeno se da en casi todo el mundo salvo un puñado de países, pero en Argentina se da con especial intensidad debido a altísima volatilidad de todas las variables de la economía. Ese es el principal canal de transmisión entre el movimiento del tipo de cambio y el nivel de precios; por esta razón salir del cepo no era sencillo: era una operación cargada de incertidumbre que podía salir mal.
Durante un año y unos meses el gobierno se dedicó a comprar confianza para minimizar la incertidumbre que produciría la salida del cepo. Con movimientos tácticos construyó un superávit fiscal reduciendo el gasto estatal; son tácticos porque pueden mantenerse por un tiempo, pero es dudoso que se mantengan por 4 años. Esto permitió la doble operación de reducir fuertemente la emisión monetaria a la vez que saneó el mercado de deuda en pesos en cabeza del BCRA traspasando dicha deuda al tesoro, cuyos intereses se capitalizan. Finalmente, comprada esa credibilidad con el programa, se negoció una recapitalización del BCRA alquilando reservas internacionales. Cuando todo se dio recién la semana pasada se comenzó a liberar el control de cambios con el objetivo de no producir un salto cambiario por exceso de demanda de dólares. Cuando el gobierno asumió decir que existía un exceso de oferta de pesos era quedarse corto, el repudio a la moneda local era absoluto.
El gobierno hasta ahora fue tremendamente exitoso en su principal objetivo: reducir la inflación y comprar credibilidad en la comunidad internacional. No es para nada menor, hace 20 meses el país era un tren bala hacia la locura.
El plan de estabilización con apreciación cambiaria es básicamente eso y demandó hacer oídos sordos a casi cualquier dificultad sectorial. Los que hacen política económica son seres humanos con una biografía y la última experiencia de estabilización de la macroeconomía argentina los marcó a fuego: se hizo casi lo contrario a lo que hizo el gobierno de Macri buscando el mismo objetivo. Todo el ordenamiento económico está supeditado a reducir la inflación y el año que viene a renovar los vencimientos de deuda. En eso piensa el equipo económico cuando pone la cabeza en la almohada y todo el resto no tiene la más mínima importancia.
En este contexto de costos fijos creciendo medidos en dólares la rentabilidad del agro se comprime. La competitividad está en juego, no solo en el agro, sino en toda la economía que produce “transables” (bienes y servicios que compiten con el mundo). Hoy por hoy el gobierno parece no conmoverse por ello. Lo más parecido a este fenómeno que atravesamos es el Plan de Convertibilidad, aunque por numerosas razones no es igual; dos de ellas? El tipo de cambio si bien se aprecia, puede depreciarse y las cuentas fiscales están en orden, el Estado no es una máquina de emitir deuda. ¿Cómo impactarán estas diferencias? Difícil de predecir.
Una crítica reconocida al programa de la Convertibilidad era que la exigencia sobre la competitividad del conjunto de la economía era creciente y “barría” rápidamente con cada vez mayores porciones de los agentes económicos, particularmente aquellos que producían bienes transables. La clave era incrementar la escala de las operaciones para licuar los costos fijos dolarizados por unidad producida. Los pooles de siembra fueron la respuesta del agro para a) licuar los costos fijos y b) reducir el costo del financiamiento.
El actual programa económico, si no sufre un shock externo, no debería tener los problemas que conocemos los argentinos: crisis de deuda, de mercado cambiario o rebrote inflacionario. Hay un pequeño test que será la capacidad del BCRA de comprar dólares en el mercado para elevar las reservas, pero hay un consenso sobre que eso no será difícil, aunque fácil no es nada en Argentina. La alarma vendrá por otro lado: la economía real. La exigencia de elevar rápidamente la competitividad de todo el sistema económico agita el fantasma del desempleo; que en estas épocas de “changas digitales” de cuello azul y blanco será el del empleo con ingresos insuficientes.
Esta es la columna número cien (100) del Lote a la Góndola. Si algo enseña el tiempo es a ser paciente. Es muy pronto para aventurar el resultado de un plan que hasta hoy cumplió con lo que se propuso. No es poco.