Innovación interactiva: cuando el agro anticipó a los Nobel

Las teorías del crecimiento endógeno, premiadas con el Nobel 2025, confirman un modelo que el INTA y el agro argentino practican hace décadas. INTA. Centro Regional Córdoba En un contexto global que busca entender cómo sostener el crecimiento económico, los últimos premios Nobel de Economía —Joel Mokyr, Philippe Aghion y Peter Howitt— destacaron el papel […]
diciembre 26, 2025

Las teorías del crecimiento endógeno, premiadas con el Nobel 2025, confirman un modelo que el INTA y el agro argentino practican hace décadas.

INTA. Centro Regional Córdoba

En un contexto global que busca entender cómo sostener el crecimiento económico, los últimos premios Nobel de Economía —Joel Mokyr, Philippe Aghion y Peter Howitt— destacaron el papel central de la innovación tecnológica como motor del desarrollo. Su trabajo subraya que el progreso no depende sólo de la acumulación de capital o recursos, sino de la capacidad de articular la ciencia con la práctica dentro de ecosistemas colaborativos, donde el conocimiento circula, se combina y se transforma en nuevas oportunidades productivas.

Esta idea, que hoy celebra la academia, lleva años implementándose en la Argentina a través del Modelo Interactivo de Innovación (MII) del INTA, que articula ciencia, territorio y comunidad para producir conocimiento aplicado.

“Ahorrar trabajo o insumos no es un efecto negativo, es el aspecto creativo del cambio tecnológico. La innovación consiste en producir más con menos”, Daniel Lema

“El fenómeno del crecimiento económico sostenido es relativamente reciente”, explicó Daniel Lema, economista del Centro de Investigación en Economía y Prospectiva (CIEP) del INTA. “Las economías del mundo empezaron a crecer de manera sostenida con la Revolución Industrial, a mediados del siglo XVIII. Antes de eso había períodos de crecimiento y luego estancamiento. La pregunta que se hacen las teorías del crecimiento es: ¿qué hizo posible ese cambio estructural?”, agregó.

Daniel Lema, economista del Centro de Investigación en Economía y Prospectiva (CIEP) del INTA

El conocimiento que multiplica el crecimiento

Las primeras explicaciones provinieron de Robert Solow, quien en los años ´50 mostró que las economías crecen al acumular capital y trabajo, pero que ese proceso tiene un límite. El crecimiento sostenido, explicó, requiere progreso tecnológico. Sin embargo, su modelo trataba esa innovación como un fenómeno exógeno, algo que ocurría fuera del sistema.

A fines de los ´80, Paul Romer dio un giro al introducir los modelos de crecimiento endógeno, donde el progreso tecnológico se genera dentro de la propia economía. Su aporte fue conceptualizar el conocimiento como un bien no rival: puede compartirse sin agotarse. A diferencia de los recursos materiales, el conocimiento se multiplica cuando circula.

“Romer muestra que el capital humano y el conocimiento son los verdaderos motores del crecimiento”, indicó Lema. “A medida que la gente inventa cosas nuevas y las comparte, toda la economía aprende y mejora su eficiencia.”

El historiador Joel Mokyr profundizó este enfoque al distinguir entre el conocimiento proposicional (el “por qué” de la ciencia) y el prescriptivo (el “cómo” de la técnica). El progreso, sostuvo, surge cuando ambos tipos de saber se retroalimentan.

“Mokyr plantea que la ciencia avanza cuando dialoga con la práctica. Y eso es precisamente lo que hace el INTA con su Modelo Interactivo de Innovación: integrar el conocimiento académico con la experiencia productiva”, agregó Lema.

Finalmente, Philippe Aghion y Peter Howitt incorporaron la noción de destrucción creativa: cada innovación reemplaza a la anterior y genera un proceso continuo de renovación. Las economías crecen cuando permiten la entrada de nuevas tecnologías y la salida de las obsoletas.

“Aghion y Howitt muestran que las economías progresan cuando logran un equilibrio entre competencia y protección”, sostuvo Lema. “Demasiada competencia desalienta la innovación porque las empresas no pueden recuperar sus inversiones, pero demasiada protección también la bloquea.”

En conjunto, estas teorías explican cómo el conocimiento acumulativo, el diálogo entre ciencia y técnica y la competencia por innovar se combinan para sostener el crecimiento. Y es justamente en el sector agropecuario argentino donde esta dinámica teórica encuentra su expresión más concreta.

El agro argentino: un laboratorio vivo del crecimiento endógeno

Desde la década de 1960, la productividad del agro argentino creció a una tasa promedio del 2% anual acumulativo, mientras que la productividad total de la economía nacional se estancó. “Cuando uno mira los datos —señaló Lema—, la economía argentina en su conjunto tiene hoy una productividad inferior a la de 1960. Pero el agro creció de manera sostenida. Eso se debe a su flexibilidad para adaptarse a nuevas tecnologías y para compartir conocimiento.”

El agro funciona como un ecosistema de innovación abierta, donde la información circula libremente y las mejoras se difunden rápido. En lugar de patentes o secretos industriales, el conocimiento se comparte: los productores, asesores, investigadores y técnicos experimentan, validan y aprenden colectivamente.

“El agro produce bienes no diferenciados —granos, carnes— donde las rentas monopólicas no existen”, aseguró el economista del INTA. “Por eso el conocimiento se derrama sin resistencia, y los sistemas de extensión públicos y privados son motores de innovación”.

Este flujo continuo de conocimiento convierte al agro en una economía basada en bienes no rivales, donde la productividad se expande a medida que se multiplica el saber. Los programas de investigación y extensión del INTA, así como otras empresas e instituciones del sector, operan como verdaderos mecanismos de difusión endógena del conocimiento: generan aprendizaje colectivo, validación en campo y retroalimentación con la investigación.

Pero el dinamismo no se limita a la circulación de ideas. La “destrucción creativa” —esa competencia que renueva el sistema— se manifiesta en el mercado de insumos. “Cuando aparece una nueva semilla o una maquinaria más eficiente, desplaza a la anterior”, describió Lema. “La semilla RR reemplazó a las convencionales, el maíz Bt desplazó a los híbridos viejos, y los tractores con guiado automático cambiaron la escala de eficiencia”. Cada innovación destruye parte del valor anterior, pero amplía la frontera productiva del conjunto.

“Cada innovación destruye parte del valor anterior, pero amplía la frontera productiva del conjunto”

La adaptación estructural del sector también se refleja en la evolución de su base empresarial. La mecanización, la digitalización y la biotecnología cambiaron las escalas de producción, provocando una reducción en el número de explotaciones pero un aumento en la productividad por hectárea. “Ahorrar trabajo o insumos no es un efecto negativo, es el aspecto creativo del cambio tecnológico. La innovación consiste en producir más con menos”, aclaró.

Esta flexibilidad estructural —mercado de tierras dinámico, actores dispuestos a reconvertirse y un entorno de aprendizaje colectivo— explica por qué el agro argentino mantuvo competitividad incluso en escenarios macroeconómicos adversos. En contraste, la industria nacional exhibe una rigidez que impide replicar ese dinamismo.

trigo cosecha

“En el sector industrial los mercados están más regulados, con muchas rentas y baja competencia. Eso desalienta la innovación. En el agro, en cambio, las barreras de entrada son menores y las tecnologías se difunden rápidamente”, señaló Lema.

El resultado es una economía dual: un agro que opera bajo lógicas endógenas de innovación y un resto de la economía más dependiente de estímulos externos. El campo, por su estructura abierta y su cultura colaborativa, se comporta como una red de aprendizaje continuo, donde las ideas circulan, se prueban y se perfeccionan. En términos de las teorías de los Nobel, es un caso empírico de crecimiento endógeno en acción.

El INTA y el modelo argentino de innovación

El Modelo Interactivo de Innovación (MII) del INTA formaliza institucionalmente el proceso que las teorías del crecimiento endógeno describen. Su eje es la articulación entre investigación, extensión y comunidad, generando redes de aprendizaje que transforman el conocimiento en acción. Cada innovación —una semilla, una práctica o una tecnología— surge del diálogo entre investigadores y productores, y vuelve al sistema como conocimiento público.

El modelo propone una estructura en la que el saber científico y el saber práctico se encuentran, de modo semejante a lo que Joel Mokyr define como la sinergia entre el conocimiento proposicional y el prescriptivo.

En esta interacción, el INTA reproduce en la práctica lo que las teorías de Romer, Mokyr, Aghion y Howitt desarrollan en el plano teórico: la idea de que el conocimiento compartido impulsa el crecimiento, que la ciencia progresa cuando dialoga con la técnica, y que la innovación es un proceso permanente de reemplazo y reconstrucción.

El MII actúa además como un amortiguador de los costos sociales de la destrucción creativa, al acompañar procesos de reconversión, capacitar nuevos actores y democratizar el acceso a la innovación. No impone el cambio: lo construye colectivamente, integrando actores diversos en una lógica de aprendizaje compartido.

Así, el INTA no sólo genera bienes públicos de conocimiento, sino que construye las condiciones institucionales para que la innovación sea sostenible. En la práctica, convierte en política pública lo que los Nobel de 2025 consagraron en la teoría: que el desarrollo surge cuando el conocimiento se comparte, circula y se transforma en valor colectivo.

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