Sacar las retenciones es posible, mañana. Y siempre es mañana. Por lo menos eso nos enseña la experiencia de los últimos 22 años. El desafío para aquellos que tienen como objetivo reducirlas o removerlas es muy complejo: en el corto plazo el costo macroeconómico de bajarlas o removerlas es muy alto, sin embargo, el largo plazo ruinoso que construyen (y habitamos hace al menos una década) genera solo un contrafáctico que gobiernos y votantes no ven o pueden percibir, que es el desarrollo federal del país que podríamos tener imitando el éxito de Brasil, Paraguay o Uruguay.
Las retenciones obturan el debate sobre el debate de política pública agropecuaria porque, queramos o no, empapan cualquier tema de la agenda ya que al ser una sobre imposición sobre el productor y/o dueño de tierra (toca a todo el sistema, pero más a ellos) en relación al resto de la “economía fuera del Planeta #Campo” se transforman en la principal traba a la inversión/productividad. Es el elefante adentro del bazar, es imposible no verlo y en mayor o menor medida afecta a todos.
Hace casi tres décadas que tres grupos algo difusos se disputan la política agropecuaria. Por un lado, están los “históricos kirchneristas” (Julián Domínguez, Javier Rodríguez, etc.) a los que suele recurrirse para básicamente profundizar el esquema de sobre imposición sobre todo el sistema de agronegocios y que además generan rentas discrecionales intrasistema o fantasías como la expropiación de compañías o creación de “empresas testigo estatales”. Con el kirchnerismo no es interesante discutir, hablan un idioma lisérgico solo comprendido por ellos; cuando tienen poder lo relevante es resistir.
La visión de la política agropecuaria “pro agro” entonces queda representada en dos grupos cuyo principal punto de contacto es la eliminación de la sobre imposición y la liberalización de la exportación, pero más allá de ahí no hay coincidencias relevantes. Los separa una diferencia fundamental sobre cómo entienden “lo rural”. Están aquellos que a) creen que él único actor que produce valor en el agro es el productor y el resto son todos parásitos que viven de él. En esta visión se puede llegar al extremismo de suponer que hasta el ingeniero asesor o el veterinario son irrelevantes, un subtexto “cuasi fisiocrático” donde el valor genuino sale de la biología y la tierra, una visión de posesión de stocks, de la posesión de la tierra. Por otro lado, están aquellos que b) tienen visión sistémica en la que en mayor o menor medida todos los participantes del sistema aportan a la producción de valor y salvo contadas (y en algunos casos claves) excepciones que tienen que ver con fallas de mercado o regulatorias, si no aportan al proceso los barre el mercado. En esta visión la introducción de conocimiento en la producción es crítica por muchas cosas, a quien escribe le interesa porque incluye a más argentinos que la primera.
Siempre “hacer algo” es mucho más difícil que “no hacer nada”; hacer implica necesariamente equivocarse, y en política pública tocar intereses
Lo política agropecuaria que se deriva de ambas visiones no puede ser una síntesis, porque de la primera se desprende que en un extremo no debería existir una Secretaría de Agricultura, Ganadería y Pesca (u organismo similar de mayor o menor jerarquía), mientras que la otra ve virtudes en la coordinación y regulación positiva de la actividad.
¿Se puede hacer política pública agropecuaria en Argentina? La respuesta la da la realidad: es muy difícil porque el discurso a) cala muy hondo y tiene representantes muy activos que además (y esto es muy importante) en varios casos su reclamo es lógico y porque siempre “hacer algo” es mucho más difícil que “no hacer nada”; hacer implica necesariamente equivocarse, y en política pública tocar intereses. A esto se suma que en un país en el que la prioridad social absoluta es el muy esquivo equilibrio macroeconómico, se torna imposible.
Entonces, no hay política pública agropecuaria de excelencia en Argentina de manera sostenida hace casi tres décadas, porque es muy difícil de realizar y porque sus principales afectados no están interesados en financiarla cuantiosamente; a diferencia de otros sectores de la economía, los agronegocios no cuentan con think tanks que formen funcionarios (en una cantidad suficiente) y líneas de acción clara.
Nunca es tarde, la vida es una maratón, pero las oportunidades van pasando.