Por: Emiliano Huergo -General Manager Bioeconomía
La Agencia Internacional de las Energías Renovables (IRENA), una organización intergubernamental cuya misión es ayudar a los países a implementar las medidas que aceleren la transición hacía energías más limpias, acaba de publicar un documento donde dice que los biocombustibles son indispensables para lograr la descarbonización del planeta. El Global Renewables Outlook es una especie de guía que describe el marco de políticas necesario y los desafíos que enfrentan las diferentes regiones del planeta para alcanzar los objetivos del Acuerdo de París.
IRENA entiende que hasta que la electricidad cien por ciento renovable llegue a las flotas de vehículos livianos y estos cuenten con autonomía e infraestructura de carga adecuada, los combustibles de origen biológico serán la única opción para lograr una movilidad sustentable. El organismo estima que el consumo global de combustibles renovables se multiplicará por cinco de acá hasta el 2050 y que la electrificación no alcanzará a todos los sectores, ni a todas las regiones. “Es poco probable que los camiones de carga pesados y de larga distancia, los barcos y los aviones estén completamente electrificados, debido a la mayor densidad de energía que requieren. Por lo tanto, todas las formas de biocombustibles deben desplegarse más ampliamente dentro de una solución climática inmediata”.
Un poco de historia
Los biocombustibles comenzaron a surgir con fuerza luego de la entrada en vigencia del Protocolo de Kyoto en 2005. En aquel momento, los pronósticos indicaban que se estaría por alcanzar el “peack” en la producción de petróleo. La volatilidad en los precios comenzó a incrementarse comprometiendo la economía mundial en su conjunto. A la par, las preocupaciones por el calentamiento global llevaron a que muchos países adopten políticas de promoción de combustibles más limpios.
En el ámbito local, se estaban gestando las condiciones ideales para el surgimiento de la industria de biodiesel. Los nuevos desarrollos biotecnológicos impulsaban la producción de soja a un ritmo de crecimiento superior a los dos millones de toneladas por año. El proceso era acompañado por una modernización del complejo de crushing con la construcción de nuevas plantas y nuevos puertos que lo convertían en el más moderno y competitivo del mundo. El abastecimiento de las materias primas estaba garantizado.
Las primeras plantas fueron construidas por los exportadores para atender la demanda de aquellos países que habían establecido mandatos de biocombustibles, fundamentalmente, de la Unión Europea. Varías de estas refinerías se construyeron integradas a las aceiteras del gran Rosario, permitiendo compartir la infraestructura portuaria y de servicios. La nueva industria de biodiesel se perfilaba como una de las más competitivas del mundo. Pocos años después quedaba ratificado al convertirse en el mayor exportador mundial de biodiesel.
Luego de la crisis del 2001, se había iniciado en el país el proceso de recuperación económica que demandaba una abundante oferta de combustibles líquidos. El parque refinador de petróleo se encontraba operando a plena capacidad y la economía argentina era cada vez más dependiente de las importaciones de combustibles, fundamentalmente de gasoil. Ampliar las refinerías existentes era posible, pero demandaba enormes sumas de dinero y las escalas que resultaban competitivas no eran acordes al tamaño del mercado argentino. Tampoco era suficiente la oferta nacional de petróleo liviano. Los biocombustibles se presentaban como una oportunidad para sustituir importaciones.
Bajo este escenario, Claudio Molina, hoy director ejecutivo de la Asociación Argentina de Biocombustibles e Hidrógeno, con la ayuda de un grupo de entusiastas que habían fundado esa organización redactó un proyecto de ley para establecer un marco de uso obligatorio de biocombustibles en la Argentina. La Ley fue aprobada con amplio consenso en Diputados y unanimidad en el Senado en 2006 y entró en vigor el primero de enero de 2010, estableciendo un corte mínimo de 5% en biodiesel en el gasoil y 5% de bioetanol en las naftas por un período de 15 años.
Biocombustibles en Argentina
El nuevo marco regulatorio fue un impulso al desarrollo de nuevas plantas de biodiesel. Las de gran escala, integradas con las plantas de crushing, se ocuparon de abastecer el mercado externo, y las de mediana y pequeña escala, en abastecer el mercado local. El funcionamiento era sencillo. La secretaría de energía repartía a cada biorrefinería un cupo de venta acorde a su capacidad de producción y a cada petrolera un cupo de compra proporcional a su participación en el mercado de combustible. El precio se fijaba mensualmente a través de una fórmula polinómica que tomaba en cuenta el costo de las materias primas, el precio del gas natural, y el costo de la hora hombre que publicaba el Indec. Un mecanismo muy transparente.
Con empresarios dispuestos a invertir para agregar valor a la soja local, la capacidad de producción de biodiesel creció rápidamente. Paralelamente, los precios de la energía se iban por las nubes. Importar gasoil se convertía en un dolor de cabeza para el gobierno. En 2012, el gobierno lleva el corte de biodiesel al 7%, y dos años después al 10%, vigente hasta hoy.
El parque de biodiesel cuenta en la actualidad con 5 plantas grandes integradas al crushing en los puertos del Gran Rosario y 28 plantas medianas distribuidas en las provincias de Buenos Aires, Santa Fe, Entre Rios, San Luis y La Pampa. La provincia de Santiago del Estero cuenta con una planta modelo integrada a una aceitera, pero que dejó de operar hace un año por la difícil situación que atraviesa el sector. En total suman una capacidad de 4,4 millones de toneladas por año.
El clúster de biodiesel incluye una planta de metilato de sodio, el catalizador utilizado en el proceso de producción de biodiesel, construida en el Gran Rosario para abastecer a la industria local y sudamericana y tres plantas de refinación de glicerina a calidad farmacopea. La glicerina es subproducto del proceso de elaboración de biodiesel de alto valor. Encuentra aplicaciones en la industria farmacéutica, de cosmética, alimenticia, petroquímica y por sus propiedades, es también un insumo prometedor para la nueva industria de los bioplásticos. Por la escala y la modernidad tecnología de estas plantas, Argentina logró posicionarse también como el principal exportador mundial de este producto.
Los analistas de mercados nos han explicado muy bien que el boom de la soja ha sido impulsado por el crecimiento de la clase media de los países del sudeste asiático, que han cambiado sus hábitos alimenticios demandando más proteínas animales. Y estas se producen fundamentalmente con cereales (maíz) y harina de soja. En un año con calidad de soja normal, las plantas de crushing convierten 100 kg de poroto de soja en 77 kg de harina de alta proteína y 18,5 kg de aceite. Los 4,5 kg restantes son cáscara y otros compuestos menores. Por lo tanto, el crecimiento de la producción de harina de soja es acompañado por el incremento en la oferta de aceite.
Desde fines de los años 90, Argentina comenzó a ganar mucho espacio en el comercio internacional de ambos productos, llegando a ser responsables de más de la mitad de los embarques globales. Entre 1998 y 2007, las exportaciones argentinas de aceite pasaron de 2,1 millones de toneladas a 6 millones. Un incremento de 3,9 millones de toneladas. En el mismo lapso, el comercio global creció 3,4 millones de toneladas, pasando de 7,2 millones de toneladas a 10,6 millones de toneladas. Es decir, las exportaciones argentinas crecieron más que todo el comercio global de aceite de soja. Respecto a la harina, los exportadores argentinos captaron el 93% del crecimiento global del mercado exportador, absorbiendo 15,7 millones de toneladas de las 16,9 millones incrementales.
En el caso del aceite, la mitad de las exportaciones argentinas tienen como destino un solo país, la India. De seguir creciendo el volumen no había mucha esperanza de que pueda absorber mayores volúmenes.
En 2017 – tomamos este año para el análisis ya que en 2018 la producción de soja sufrió los impactos de la sequía, y siguiendo el razonamiento anterior, Argentina exportó 6 millones de toneladas de aceite, es decir la misma cantidad que en 2007, habiendo crecido el comercio mundial en poco más de 1 millón de toneladas. Pero en lo que respecta a harina, continuó la misma tendencia de crecimiento, exportando 31,8 millones de toneladas, un incremento de 6,2 millones, siendo el global de 6,8 millones (91%).
La producción de aceite de soja en Argentina en 2017 fue de 8,7 millones de toneladas, de las cuales 3 millones se destinaron a la producción de biodiesel. Una cifra equivalente al 25% del volumen total exportado en el planeta. De no haber sido destinadas a la producción de biodiesel, tendrían que haber sido exportados impactando en el precio del aceite y por consiguiente en la capacidad de pago de la industria de crushing.
El biodiesel se ha convertido en un producto estratégico en las cadenas de valor de las oleaginosas. Por eso los principales países productores de aceites vegetales están implementando políticas de uso de altas mezclas de biodiesel en el gasoil. Indonesia, principal productor mundial de aceite, ha establecido el uso obligatorio de B30 (una mezcla de 30% de biodiesel en el gasoil) y por la pandemia ha postergado la implementación del B40. Malasia, el segundo productor mundial de aceite de palma detrás de Indonesia comenzó a implementar el B20 por regiones y sectores, y estima que estará disponible en todo el país a partir de junio del próximo año. En el caso del aceite de soja, Brasil, el país que más viene creciendo en producción ha establecido una hoja de ruta que llegará al B15 en 2023. A partir de marzo de este año está cortando al 12% y la industria acaba de solicitar adelantar la implementación del B13 a partir de julio, previsto para marzo del próximo año.
Desde lo técnico, ya está comprobado que el biodiesel no tiene ningún inconveniente para funcionar con altas mezclas. En Estados Unidos, por ejemplo, el 80% de los automóviles y pickups 0 kilometro que se comercializan están homologados para funcionar con B20. Incluso, varios fabricantes de camiones y de maquinaria agrícola tienen sus motores homologados para funcionar con biodiesel puro.
Hoy el sector atraviesa el peor momento de su historia. Los precios están congelados desde diciembre y las petroleras han dejado de cumplir con el corte del 10%. Para colmo, la Ley de biocombustibles caduca en menos de un año y el congreso está prácticamente parado producto de la pandemia. Cuando retome sus actividades, tendrá una intensa agenda y habrá que hacer la fuerza necesaria entre todos para que se apruebe una nueva ley que profundice el uso de biocombustible. Porque está en juego la salud de toda la cadena.