Por: Pablo A. Roset
(SLT-FAUBA) En los sistemas áridos como la Patagonia la productividad de la vegetación (PPNA) y la desertificación son dos procesos clave. Ambos están relacionados entre sí, dado que la PPNA es la velocidad a la que se genera nueva biomasa y la desertificación es la disminución de esa productividad a lo largo del tiempo. La escasez de agua en estos sistemas hace que la lluvia sea el control principal de la producción de biomasa, pero las intervenciones antrópicas pueden interferir más allá de lo que se puede esperar sólo por el ambiente. Un estudio de la Facultad de Agronomía de la UBA (FAUBA) en la Patagonia investigó la PPNA para un período de 30 años y determinó que el impacto de las actividades humanas es claramente negativo, aunque, por fortuna, leve.
“Una idea frecuente es que, a menor lluvia, menor productividad. Entonces, si eso va a ocurrir a lo largo del tiempo —por el efecto del cambio climático— podríamos imaginar una tendencia negativa en la PPNA. O sea, que año a año se produzca menos. Pero la realidad es más compleja, ya que también estamos los seres humanos, que ejercemos acciones y podemos afectar la velocidad a la que se genera la biomasa. Ahí surge algo que yo llamo la paradoja de la milhojas, que pone en evidencia una serie de efectos muy intrincados, difíciles de separar”, explicó Gonzalo Irisarri, docente de la cátedra de Forrajicultura de la FAUBA.
“Primero buscamos entender la complejidad de esa capa estudiando un proceso a gran escala —el fenómeno de El Niño— y otro más bien regional, como es la relación entre lluvias y productividad”
Irisarri
“Ese fue el disparador de nuestra publicación en Global Change Biology, en la que reconocemos que, si bien la milhojas tiene como capas principales el clima y los seres humanos, el clima en sí mismo ya es intrincado. Entonces, primero buscamos entender la complejidad de esa capa estudiando un proceso a gran escala —el fenómeno de El Niño— y otro más bien regional, como es la relación entre lluvias y productividad. Por ejemplo, nos cuestionamos cómo son los efectos directos e indirectos de El Niño sobre la producción de biomasa”, sostuvo Irisarri, coautor del trabajo junto Marcos Texeira, Martín Oesterheld, Santiago Verón, Facundo Della Nave y José Paruelo, docentes de la FAUBA.
“El primer hallazgo de nuestro trabajo fue que El Niño y las precipitaciones tienen una influencia notable sobre la producción de biomasa en el 65% de la Patagonia. En los años ‘Niña’, la productividad tiende a ser mayor porque, en general, llueve más en el invierno, cuando cae la mayor parte de la lluvia en esta región. Esa agua es la que usan las plantas para crecer en primavera-verano”, comentó Gonzalo, quien también es investigador del CONICET.
“Sin embargo, a lo largo de los 30 años que estudiamos ocurrieron grandes oscilaciones en la productividad de la vegetación, y esta explicación en base al fenómeno de El Niño y las lluvias terminó resultando insuficiente. Todavía estaba pendiente aclarar que parte de esa variabilidad se debe a nosotros, los humanos”.
En base a métodos estadísticos, Irisarri y colaboradores extrajeron información útil a partir de ese ‘ruido’ que no podían explicar sólo con el clima. “Ordenamos en el tiempo la porción de la variación en la PPNA que no se relacionó con el clima y encontramos una tendencia negativa, que asociamos al impacto humano. Es decir, si descontamos el efecto del clima, en las últimas 3 décadas, la acción antrópica tendió a bajar la productividad en gran parte de la Patagonia. Es una mala noticia, pero comprobamos que nuestra huella es muy leve, ya que, en promedio, el efecto humano relativo sobre las tendencias en la productividad de la vegetación fue sólo del 4%”.
El ser humano y una productividad oscilante
“Durante las décadas que analizamos, las personas dejamos diferentes improntas en la vegetación”, afirmó Irisarri. “En gran parte de la Patagonia encontramos tres grandes patrones de la PPNA. El primero es que en un 37% de la región, la productividad creció hasta un punto en el que comenzó la degradación. El segundo muestra que en un 27% del área el proceso de desertificación se aceleró; es decir, la productividad venía bajando y tomó más velocidad. El tercer patrón —un 15% del área— consistió en una caída continua de la producción de biomasa hasta un punto en el que se revirtió y mejoró”.
Además de hallar estos tres patrones, el investigador determinó en qué momentos ocurrieron los puntos de quiebre en las tendencias de la productividad. Para el primer patrón, el punto de quiebre sucedió principalmente entre los ’90 y los 2000. Para el segundo patrón, ese punto sucedió durante los años 2000, mientras que, en el tercer patrón, el punto se encontró mayormente en la década del 2000, con ocurrencias también en los ’80 y ’90.
Patagonia, Antropoceno y desertificación
“Me parece importante hacer hincapié en la importancia de entender el impacto de los seres humanos, sobre todo ante esta idea del Antropoceno, de que los seres humanos generamos cambios en la biogeoquímica del planeta. Hoy, mucha gente dice que una de las principales acciones en la dinámica de la productividad tiene que ver con el cambio del uso del suelo, es decir, con reemplazar pastizales o áreas ganaderas históricas por cultivos, o reemplazar pastizales por forestaciones. Eso implica una huella muy pesada, muy profunda”, puntualizó Irisarri.
En este sentido, Gonzalo advirtió: “En cambio, la Patagonia es un lugar donde casi no ocurren cambios en el uso del suelo y muchos trabajos académicos, incluso, lo consideran como uno de los lugares prístinos del mundo. Lo que nosotros venimos a decir es ‘cuidado, porque también acá hay huella humana, y esta huella es negativa’.
Ese es el granito de arena que aportamos a la ciencia, además de la parte climática, que abre muchas más preguntas a nivel regional para entender esta idea de cuáles son los procesos que están determinando las variaciones de la producción de materia seca entre años”.
“Esto tiene dos consecuencias prácticas inmediatas claves, como el desarrollo de pronósticos de producción de materia seca a partir de entender en qué fase —Niño o Niña— estamos, y qué impacto tendría eso una vez que arranca la estación de crecimiento, por ejemplo. Y, en este sentido, un desafío en relación con la desertificación es comprender cuál es la causa, porque si fuera el cambio climático, resultaría difícil generar medidas o establecer qué medidas hay que tomar, y seguramente serán distintas a las que habría que tomar si las causas estuvieran asociadas a acciones humanas en el territorio”, cerró Irisarri.