Me junté Rosana Nardi en el marco de FARO 2025, el encuentro que puso el acento en las tres inteligencias: natural, artificial y humana.
Por Sebastián Nini -periodista
En esta Horizonte A de octubre en el marco de la fecha que conmemora a la mujer rural queremos ir más allá, tener en cuenta también a las maestras y médicas rurales y a las empresarias que trabajan y proveen al campo, y en este último ejemplo la figura de Rosana es el mejor espejo: es la líder que, sin buscarlo, terminó asumiendo el timón de una de las empresas más icónicas del agro argentino, redibujando el mapa de un sector que, históricamente, tuvo nombre de varón.
Rosana es la primera profesional de su familia, una arquitecta de Pergamino que encontró su vocación diseñando planos, pero que terminó construyendo puentes: entre empresarios y productores, entre la tradición familiar y la gestión moderna, entre el ser y el deber ser.
Nos sentamos a conversar tranquilos, lejos del bullicio de FARO, una conversación con una mujer honesta y de fuertes convicciones, amiguera y simpática. Es la charla de una mujer que tuvo que heredar el traje de su padre y que de entrada no se sintió cómoda, hasta que entendió que no se trataba de ocupar el espacio de otro, sino de crear uno propio. Sus palabras son un mapa de ruta para quienes buscan el liderazgo con autenticidad: un proceso que nace con angustia se vive con resistencia y florece cuando se rompe el molde. Rosana no habla de Agroactiva, sino de una comunidad que ama; no habla de negocios, sino de vínculos.
El tono es cálido, sin prisa. Es el relato de quien supo despojarse de una armadura pesada para mostrar la fibra sensible y el empuje que hoy definen su propia mística.
Agroactiva es una historia de familia, de visión. Pero la tuya empieza con una elección muy personal: la Arquitectura. ¿Acaso nació como la búsqueda de un camino propio, o simplemente un amor por el diseño?
Fue la única decisión en mi vida que puedo decir que fue cien por ciento mía, sin condicionamientos. No había abogados o médicos en casa para seguir una línea. Yo estaba entre Psicología y Arquitectura, y cuando me imaginé trabajando, me incliné por esta última. Amo mi carrera. Te juro, si volviera a nacer veinte veces, volvería a elegir Arquitectura.
Mi regreso a Pergamino, mi pueblo, fue igual de natural. Amo Buenos Aires, disfruté la facultad, pero yo no podía estar más de quince días sin volver. Es el lugar donde me siento en casa. Y ahí arranqué, de la mano de mi papá. Él era un emprendedor nato que compraba y remodelaba casas. Mi primer trabajo fue con él, y después, por la otra empresa de servicios que tenía con mi hermano, empezamos a meternos en el mundo de las exposiciones, desde la Rural de Pergamino hasta que nos ofrecieron comprar la marca Agroactiva en el 98. Yo hacía el diseño del plano, la estética, la cartelería… Estaba construyendo la muestra, pero todavía desde mi rol de arquitecta.
Después vino el giro. Tu papá se retira y te entrega el timón. Ese traspaso, por lo que contás, fue más una tragedia que una bendición.
Totalmente. No lo elegí, lo viví como una tragedia. Me resistí muchísimo. Cuando mi papá me dijo en 2012 que se retiraba, sentí que no tuve opción. Me dijo: “La única que puede seguir con esto sos vos”. Y se fue. No le costó, se retiró y se retiró. Yo, en cambio, entré en pánico. Una angustia que me duró varios años.
Yo tenía una mochila gigantesca: la de querer ser como él. Mi papá viajaba con el portafolio, se hacía amigo de cada empresario fierrero, hacía un trabajo de hormiga para hacer grande a Agroactiva. Yo pensaba: “Yo nunca voy a poder ser como este hombre. Yo estoy casada, tengo tres hijos chiquitos, yo no quiero vivir viajando”. Me estaba comparando con mi papá, en un contexto que ya había cambiado totalmente. Cuando él se fue, Agroactiva ya era otra cosa, ya teníamos un nombre, ya habíamos sido la exposición a cielo abierto más grande del mundo en 2007.

¿Cuándo hiciste el clic? ¿Cuándo esa obligación se convirtió en disfrute?
Fue cuando me saqué, terapia mediante (ríe), esa mochila del “deber ser”. Me di cuenta de que tenía que dejar de ser un clon. Yo no tenía sus fortalezas, pero tenía otras. Y sobre todo, entendí que podía armar el liderazgo a mi medida. El título de presidenta me parecía un plomo. A mí me gusta estar con mis compañeros de trabajo, divertirme, ser una más. Me veía como en un cristal, sacralizada, y eso no me gustaba. Cuando me di cuenta de que podía ser auténtica, que podía liderar desde mi sensibilidad, lo empecé a disfrutar como loca. Tenía que ser yo. Y ese yo no es el que viaja y hace negocios en cada cena, sino el que mantiene viva la mística que él plantó.
Esa mística familiar que mencionás es lo que muchos en el sector destacan. Agroactiva parece elegirse, más que simplemente contratarse. ¿Qué es lo que lograron que trasciende el negocio puro y duro de la exposición?
Lo más valioso de Agroactiva no es la empresa; es la comunidad. Es esa burbuja, ese microclima que se genera en los días de la muestra. Los empresarios eligen Agroactiva para sus lanzamientos; el público entra con una felicidad contagiosa. Es amor, es identificación. Es un entusiasmo que no se ve en todos lados, ese ir para adelante. Mi papá plantó esa semilla de vincularse con la gente, de hablar el mismo idioma, de estar al servicio.
Nosotros hemos logrado, por suerte, mantener ese espíritu chacarero, de gente del interior que tiene esa metodología genuina de tratar. Yo veo a los clientes, los fierreros, yendo a Agroactiva con otra onda, con ganas de ir a la casa de sus amigos. Es así: es una muestra que se disfruta. Y por supuesto que se hacen negocios, porque la gente feliz hace más negocios que la gente con cara de traste. El disfrute es determinante. Es la mística de Agroactiva, y no se ha perdido.
En este mes de la mujer rural, ¿cómo analizás el momento actual? Vos, que llegaste al sector cuando la vara era externa, alta y a veces condescendiente, ¿se han abierto las puertas o aún estamos en deuda?
Creo que es un proceso lento, pero las puertas están abiertas. Eso es lo que yo siento. Yo tuve que soportar, al principio, comentarios graciosos o no tanto, como que mi marido me había traído y “pobre él, qué embole”, hasta que él tenía que aclararles: “No, ella me trajo a mí”. Eso era hace diez, doce años. El sector ha sido de los últimos en achicar esas diferencias.

Pero hoy el contexto cambió. Ya no está bien visto que te menosprecien en público por ser mujer. Y creo que ahora la cosa pasa por sacarnos los auto condicionamientos. Tenemos que despojarnos de la idea de que somos menos, de los mandatos, de la “capa de no puedo”. Hay un hueco, metámonos con todo. Si tenés un buen proyecto, conocimiento, dale para adelante. Hoy tenemos la oportunidad de plantarnos de igual a igual, porque si alguien piensa mal, hoy es al menos políticamente incorrecto. A mí me gusta pensar en la complementariedad: el ser mujer nos da sensibilidad, creatividad, otras características. Si podemos potenciar todo eso, el agro gana. Se trata de despojarse y ser natural. Deberíamos llegar a conducir una empresa o lo que fuera sin darnos cuenta de que somos “la primera mujer en hacerlo”, debería ser algo natural.
El plano de su propia huella
Reconozco que en el caso del Foro en Rosario la oportunidad de hablar con “Rosi” fue más relajada, quien la ve en Agroactiva sabe que tiene tan apretada su agenda que mientras está saludando en un stand, la gente de la expo ya la está corriendo para que siga camino a la próxima reunión. En este caso la agenda dio lugar a sentarnos y charlar tranquilos. De todos modos, Rosana Nardi tiene que seguir, aunque menos apretada la agenda siempre está. Se despide con la calidez de quien cierra la puerta de su casa. Se fue la arquitecta que dudó, la hija que temió no estar a la altura, y se queda la líder que hoy sabe exactamente quién es y cómo quiere que sea el legado de su familia.
Su historia es la prueba de que el verdadero liderazgo en el agro no requiere de la rigidez de un traje, sino de la autenticidad de un par de zapatillas de campo. Ella tomó la bandera, no para imitar el camino de su padre, sino para trazar su propio plano, y en ese diseño incluyó un ingrediente fundamental que es el sello de Agroactiva: la sensibilidad humana como motor de negocios.
Rosana representa a una nueva generación de mujeres rurales y agropecuarias que, sin pedir permiso, se sientan a la mesa para hablar de inteligencia artificial (con Faro, la nueva propuesta de la empresa) o de cómo colocar una gota de agroquímico, pero que nunca olvidan que el campo no es solo tecnología y números, sino, ante todo, vínculo.
“La gente feliz hace más negocios que la gente con cara de traste” La frase es simple, rotunda. Y es, quizás, la mejor definición de su estilo.
Gracias Rosi!






























