Por: Emiliano Huergo – General Manager Bioeconomía
El 2020 ha sido un año tremendamente difícil. La pandemia y las medidas derivadas de ella afectaron a millones de argentinos. Pero si sirve como consuelo, ha revalorizado el rol de la ciencia, la agroindustria y la producción sostenible.
De repente, allá por marzo, casi en forma simultánea, los gobiernos de la mayoría de los países ordenaron la reclusión de los ciudadanos en sus hogares. Bajo ese escenario, el campo y la industria agroalimentaria tuvieron la responsabilidad de continuar alimentando a la población. Y cumplieron. La provisión de alimentos jamás estuvo amenazada. Ni siquiera durante los picos de contagio.
El alcohol sanitizante, un producto que tiene su origen en el maíz y la caña de azúcar, se convirtió en uno de los productos indispensable de la población. Tanto en su versión líquida como gelificada, para la cual se utiliza glicerina como insumo. La glicerina constituye el último eslabón de la cadena sojera al obtenerse luego del refinamiento de un subproducto de la producción de biodiesel.
Entre enero y marzo, la demanda de alcohol en gel se multiplicó por seis. Gracias a los innumerables esfuerzos de la industria se logró evitar el desabastecimiento. Porta Hnos, la empresa líder en la provisión de alcohol farmacopea, puso todas sus energías y recursos disponibles en producir más que nunca. Bio4, la compañía que es propiedad de 25 productores agropecuarios, reacondicionó en tiempo récord unas columnas de destilación que no estaba utilizando para elaborar alcohol de calidad farmacopea. En el norte, Seaboard Alimentos y Energías Renovables se puso a disposición del gobierno de Salta para proveer el alcohol que fuera necesario. El grupo Essential Energy, que produce bioetanol, biodiesel y glicerina con calidad farmacopea, donó alcohol y glicerina para que el laboratorio provincial de Santa Fe, el LIF, produzca alcohol en gel. Prácticamente todas las destilerías colaboraron con sus comunidades locales. Incluso, la familia Aguilar Benitez, que tenía su planta parada por la baja rentabilidad producto del congelamiento de precios de los biocombustibles que regía desde diciembre del año anterior, retomó la producción solo con fines benéficos. En tiempos de crisis la industria de bioetanol mostró su mejor cara: la solidaridad.
Pero hay un tema más, que pocos conocen y que realza el valor de estas acciones. Por requisitos del Instituto Nacional de Vitivinicultura (INV), el etanol destinado a combustible debe contener benatonio u otro compuesto desnaturalizador que hacen que tenga un gusto y olor desagradable para impedir su uso recreativo. Durante la pandemia el mundo se frenó y la demanda de combustibles cayó abruptamente. Las cisternas se llenaron rápidamente, de tal forma que se llegó a un punto donde no había más lugar donde almacenar petróleo o combustibles. Así fue como el 20 de abril el petróleo llegó a cotizar en cifras negativas. Un hecho inédito donde se llegó a pagar hasta U$S 38 para que alguien se lo lleve. Como si fuera basura. En el caso del etanol, el almacenamiento se hace con el producto ya desnaturalizado. Las donaciones para uso sanitizante tuvieron que ser realizadas con nuevas partidas en un momento muy duro para estas empresas.
En Argentina y en el mundo la industria de etanol, además de proveer alcohol, provee de burlanda a la actividad ganadera y de dióxido de carbono a diferentes industrias, como la de gaseosas, cerveza, o aquellas que requieren de frío durante los procesos productivos o para la conservación de sus productos, como, por ejemplo, la industria cárnica. El cierre de las destilerías derivó en faltantes de estos dos productos afectando seriamente a estos sectores.
En el caso de la ganadería, los nutricionistas debieron reajustar sus dietas con insumos más caros y no disponibles localmente, lo que trajo serios dolores de cabeza, ya que justamente, era muy difícil circular en medio de los bloqueos. En EEUU, los analistas estimaron que el aumento del costo del novillo terminado oscilo entre U$S 30 y U$S 50.
La ausencia de dióxido de carbono se convirtió en un cuello de botella para las industrias mencionadas. Y también para la producción de hielo seco, un insumo clave para la medicina y que resulta fundamental para la logística de algunas de las vacunas candidatas para el Covid. Resultará fundamental para cuando esté disponible la vacuna que la demanda de bioetanol retome la normalidad. Pues 3 de las 5 vacunas con mayor aspiración para combatir el avance del virus requieren de hielo seco para su distribución.
Más allá de estas particularidades que muestran las complejas relaciones que se han creado entre diferentes industrias, el menor consumo de energía provocado por la menor circulación repercutió positivamente en el medio ambiente. Según el último informe del Global Carbon Project, que suele presentar sus resultados durante las Conferencias de las Partes de la ONU (COOP) las emisiones de gases de efecto invernadero se reducirán 7% o en 2.400 millones de tons de CO2 equivalentes durante el 2020, respecto al año anterior. Jamás antes se había logrado una disminución de semejante magnitud.
Considerando que durante la pandemia las vacas siguieron rumiando normalmente, los cultivos produciendo como siempre, y que el agro prácticamente no redujo su actividad producto de la pandemia, la reducción de emisiones alcanzada deja muy bien parado al sector agrario y muy mal parado al transporte, dominado por los combustibles fósil. Recordemos que la agricultura y la ganadería venían siendo objeto de fuertes acusaciones de ser uno de los máximos responsables del aumento de la concentración de gases de efecto invernadero en la atmósfera.
Todos los escenarios indican que la normalización de la actividad económica cuando la pandemia quede atrás, las emisiones volverán a crecer de forma abrupta. Por eso el combate del cambio climático requiere de acciones urgente. Y en el enfoque de la agricultura sustentable y de la bioeconomía está la llave para alcanzar las metas acordadas en París para lograr un planeta más sustentable.
El modelo bioeconómico parte de la fotosíntesis como proceso de captura de carbono que se fija en el suelo y en la biomasa, que luego será convertida en productos (alimentos, insumos, materiales, energía, etc.). La investigación científica y las buenas prácticas productivas, así como el aprovechamiento de los productos de la biodiversidad y su procesamiento con técnicas milenarias, conforman las bases fundamentales de este nuevo paradigma productivo.
Por eso, este 31, cuando alcemos las copas y celebramos que por fin se fue el 2020, recordemos también que pudimos hacerle frente por primera vez al cambio climático. La principal amenaza ambiental que enfrenta el planeta. Y ya sabemos por donde atacarlo. Solo resta que lo entienda quien lo tiene que entender.