Durante décadas, los residuos orgánicos de la producción animal y agroindustrial fueron vistos como un problema: olor, contaminación, emisiones y un gasto constante en su manejo
Autor: Gastón Borgiani. CEO de Biosoluciones Montecor
Hoy, en un escenario de presión ambiental, nuevas regulaciones y mercados más exigentes, esa mirada está cambiando.
Cada vez más empresas del sector agropecuario y agroindustrial entienden que los residuos pueden transformarse en energía, fertilidad y reputación, pasando de ser un costo inevitable a un recurso estratégico.
El nuevo contexto: de pasivo a activo
Durante décadas, hablar de residuos en el agro argentino era sinónimo de problema: costos de limpieza, denuncias por olores, riesgos de contaminación de aguas, emisiones invisibles de metano.
La consigna era clara: “sacar el estiércol de la vista lo más rápido y barato posible”.
En feedlots, granjas porcinas y avícolas, así como en agroindustrias de frutas, vino o carnes, los residuos orgánicos eran tratados como un pasivo inevitable.
Ese paradigma hoy está en crisis. Y no por una moda ambientalista, sino por una convergencia de fuerzas regulatorias, tecnológicas, económicas y sociales que obligan a repensar el valor de cada tonelada de estiércol, cama aviar, purín o descarte agroindustrial.
En este nuevo escenario, lo que antes drenaba recursos y generaba conflictos se está transformando en fuente de energía, fertilidad y reputación empresarial. El cambio comienza cuando dejamos de mirar el estiércol solo como un pasivo y lo entendemos como un recurso.
Este cambio de mirada es el punto de partida para entender por qué el momento actual es decisivo.
De pasivo ambiental a activo productivo
- Pasivo ambiental:
- Los residuos mal gestionados liberan metano (CH₄) y óxido nitroso (N₂O), gases con un poder de calentamiento global 28 y 265 veces superior al CO₂, respectivamente.
- En Argentina, la ganadería es responsable de más del 20 % de las emisiones totales de GEI, y una parte significativa proviene del manejo de estiércoles.
- Además, el escurrimiento de efluentes puede contaminar napas y cursos de agua, con riesgo para comunidades y sanciones regulatorias.
- Activo productivo:
- El mismo estiércol que generaba reclamos vecinales puede convertirse en biogás para calentar agua en una planta avícola o reemplazar gas en una granja porcina.
- La fracción sólida, compostada o carbonizada como biochar, retorna como biofertilizante, sustituyendo fertilizantes minerales importados y caros.
- Cada tonelada tratada adecuadamente evita emisiones, genera insumos y puede ser contabilizada en reportes ESG, condición creciente para acceder a financiamiento o mantener contratos de exportación.
Hasta aquí vimos cómo los residuos pueden dejar de ser un pasivo ambiental para transformarse en un activo productivo con impacto directo en energía, fertilidad y competitividad. Pero este cambio de mirada no surge de manera espontánea: responde a un nuevo escenario donde lo ambiental, lo económico y lo social se entrelazan con más fuerza que nunca.

En otras palabras, la transición hacia una economía circular de los residuos orgánicos no es solo una opción, es el resultado de un contexto que empuja a las empresas a actuar.
Desde normativas que miden y exigen resultados hasta consumidores que condicionan sus compras por criterios de sostenibilidad, son múltiples las fuerzas que hoy marcan el rumbo.
Las fuerzas que aceleran este cambio
El paso de ver a los residuos como un problema a tratarlos como un recurso no ocurre en el vacío. Está impulsado por un conjunto de factores que hoy pesan más que nunca en la agenda de productores, agroindustrias y empresas exportadoras.
Desde la forma en que el Estado mide las emisiones hasta las exigencias de los compradores internacionales, pasando por el costo creciente de los insumos y la presión social en los territorios, todo el entorno empuja en la misma dirección: valorar y gestionar mejor los residuos orgánicos.
- Regulación y métricas claras: El Inventario Nacional de GEI, con las guías IPCC 2019, ya pone números oficiales a las emisiones de estiércol. Reducirlas ahora es medible, verificable y, por lo tanto, financiable.
- Políticas activas: Programas como ProBiomasa ofrecen asistencia técnica y modelos de negocio probados, mientras la Ley de Generación Distribuida permite a los productores autogenerar y ahorrar energía a partir de biogás.
- Mercados exigentes: Supermercados europeos y cadenas de valor globales ya condicionan sus compras a la huella ambiental de los productos. Exportar carne, pollo o cerdo sin una narrativa de circularidad es cada vez más difícil.
- Costos de insumos: Con fertilizantes minerales y energía en alza, el reciclado de nutrientes y la generación de energía interna representan ahorro directo y reducción de dependencia.
- Licencia social: En un país donde muchas producciones conviven con pueblos y ciudades intermedias, el manejo responsable de residuos es clave para evitar conflictos vecinales y judicialización.
Ventajas y atributos del nuevo modelo de negocio
El modelo de biosoluciones para residuos orgánicos se diferencia de la gestión tradicional porque no se limita a tratar un problema ambiental, sino que lo transforma en una plataforma de valor múltiple. Sus principales atributos y ventajas son:
- Diversificación de ingresos y reducción de costos: el biogás sustituye GLP y gas natural en calderas, el compost y digestato reemplazan fertilizantes minerales y, en algunos casos, se pueden generar ingresos adicionales por la venta de bioinsumos.
- Resiliencia frente a la volatilidad: en un contexto de insumos importados caros y dependientes de la geopolítica, producir fertilidad y energía dentro del propio sistema es una forma de blindar la rentabilidad.
- Licencia social y reputación: una planta de biodigestión o compostaje bien gestionada reduce olores, vectores y riesgos hídricos, generando aceptación en las comunidades rurales y en cadenas de valor internacionales.
- Alineación con regulaciones y mercados: al medir y reducir emisiones de metano y N₂O, las empresas mejoran sus reportes ESG, acceden a financiamiento verde y cumplen con exigencias de supermercados y compradores globales.
- Innovación y competitividad: integrar IoT, sensores y co-digestión inteligente permite optimizar procesos y situar al productor o agroindustria en la vanguardia de la bioeconomía circular.
- Impacto ambiental positivo: reducción de gases de efecto invernadero, recuperación de nutrientes y menor presión sobre suelos y aguas. Se trata de pasar de ser parte del problema climático a ser parte de la solución.
Este nuevo modelo es, en esencia, una forma de reconvertir la sostenibilidad en negocio: menos riesgo, más eficiencia y mayor valor percibido por mercados, financiadores y comunidades.
Cómo transformar los residuos en oportunidades sector por sector
El potencial de la valorización de residuos cambia según la cadena productiva. En porcinos, feedlots o agroindustrias, los problemas son distintos, pero la lógica de negocio es la misma: convertir un pasivo ambiental en un recurso que genere energía, fertilidad y reputación.
Producción porcina
Las granjas porcinas enfrentan un desafío histórico con los purines: altos volúmenes, olor persistente y riesgo de contaminación. Sin embargo, esos mismos efluentes son materia prima ideal para producir biogás y fertilizantes líquidos.
Una planta bien dimensionada puede aportar energía térmica suficiente para calefaccionar las salas de cría, reduciendo la dependencia del GLP, y a la vez recuperar nutrientes que disminuyen la compra de fertilizantes nitrogenados en hasta un 30 %. El resultado es un sistema más eficiente, con mejores condiciones sanitarias y menor exposición a la volatilidad de precios internacionales de insumos.
Feedlot bovino
En los engordes a corral, el estiércol acumulado suele generar problemas de olores, emisiones de metano y riesgo de lixiviados hacia cursos de agua. Con un esquema de separación sólido-líquido, los residuos pueden seguir dos rutas complementarias: el compostaje de sólidos, que devuelve materia orgánica y nutrientes a los suelos, y la biodigestión de líquidos, que genera biogás para cubrir necesidades térmicas de la propia explotación.
En un feedlot de 10.000 cabezas, este modelo puede equivaler al consumo energético de cientos de viviendas, a la vez que produce fertilidad para forrajes propios, cerrando el círculo productivo.
Agroindustrias de frutas y hortalizas
Las plantas de empaque y las bodegas suelen lidiar con grandes volúmenes de descartes estacionales —frutas fuera de calibre, orujos, vinazas— que suponen un costo de disposición y riesgo de impacto ambiental. Cuando estos residuos se integran en plantas de co-digestión junto con estiércoles de granjas cercanas, se transforman en un flujo constante de biogás y biofertilizantes durante todo el año.
Una bodega mediana, por ejemplo, puede generar más de 400 MWh de energía limpia a partir de 1.000 toneladas de orujo, reduciendo su dependencia del gas natural y mostrando una narrativa de circularidad muy valorada en reportes ESG y mercados internacionales.
Más allá del residuo: claves estratégicas para la transición
El paso de ver a los residuos como recursos no se agota en la dimensión técnica. Para que la valorización de estiércoles, purines y descartes agroindustriales se convierta en un verdadero modelo de negocio, hace falta entender también sus implicancias económicas, ambientales, sociales y reputacionales. Estos aspectos son los que terminan de marcar la diferencia entre una práctica de cumplimiento mínimo y una estrategia competitiva de largo plazo.
Dimensión económica y financiera
La valorización de residuos no es solo un compromiso ambiental, también es un negocio tangible. En un contexto donde los precios de fertilizantes minerales y energía aumentan año tras año, cada tonelada de compost o digestato aplicada en el campo representa ahorros directos.
Lo mismo ocurre con el biogás: sustituir gas natural o GLP en calderas y procesos permite mejorar la rentabilidad y acortar los plazos de retorno de inversión. Además, la disponibilidad de créditos verdes y líneas de financiamiento que priorizan proyectos con impacto climático coloca a estas soluciones en el radar de bancos, organismos multilaterales y fondos de inversión.
Impacto ambiental y climático
Transformar residuos en recursos también significa mitigar emisiones y mejorar la eficiencia ambiental. Capturar metano mediante biodigestores equivale a evitar decenas de miles de toneladas de CO₂e al año, mientras que la aplicación de biochar permite fijar carbono en suelos agrícolas.
Al mismo tiempo, un buen manejo de efluentes reduce la contaminación de aguas superficiales y subterráneas, mejorando la huella hídrica de la producción. Estos indicadores son cada vez más valorados en reportes ESG y en certificaciones internacionales.
“Este nuevo modelo es, en esencia, una forma de reconvertir la sostenibilidad en negocio”
Aspecto social y reputacional
La gestión responsable de residuos también fortalece la licencia social para operar en territorios donde comunidades y producciones conviven de forma estrecha. Reducir olores, lixiviados y vectores no solo evita conflictos vecinales, sino que además genera confianza y aceptación.
A esto se suma la creación de empleo verde en zonas rurales, tanto en operación de plantas como en logística y comercialización de bioinsumos. Integrar estas prácticas alinea a las empresas con los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), reforzando su reputación frente a clientes, consumidores e instituciones.
Innovación y tecnología aplicada
La transición de pasivo a recurso se potencia con tecnologías digitales y procesos innovadores. El uso de sensores IoT para monitorear biodigestores, el control automatizado del compostaje o los modelos de co-digestión que combinan estiércoles con residuos agroindustriales son ejemplos de soluciones que mejoran la eficiencia y la estabilidad de los procesos.
La innovación también alcanza la generación de bioinsumos de alto valor, como bioestimulantes o fertilizantes líquidos, que abren nuevas oportunidades comerciales dentro y fuera del sector agro.
Comparativas internacionales y benchmarking
Mirar hacia afuera muestra que Argentina no está sola en este camino. Países como Brasil y Chile avanzan con normativas que incentivan la valorización de estiércoles, mientras que la Unión Europea ya impulsa el biometano como sustituto de gas fósil en sus redes.
Estos ejemplos confirman que la tendencia es global y que las empresas locales que adopten estas prácticas de forma temprana podrán posicionarse en mercados que premian los alimentos con baja huella de carbono y alta trazabilidad.
Perspectiva futura: riesgos y oportunidades
El escenario es claro: no actuar tiene un costo. Las empresas que no gestionen sus residuos enfrentarán mayores riesgos regulatorios, posibles sanciones ambientales y pérdida de contratos con compradores que exigen certificaciones climáticas.
Por el contrario, quienes den el paso a tiempo no solo reducirán riesgos, sino que se colocarán a la vanguardia de la competitividad, con acceso a mercados premium, financiamiento más accesible y una narrativa de sostenibilidad que cada vez pesa más en las decisiones comerciales.
“El cambio comienza cuando dejamos de mirar el estiércol solo como un pasivo y lo entendemos como un recurso”
Riesgos y trampas (y cómo mitigarlos)
- Cuello de botella del digestato (post-biogás) → diseñar a priori separación + compostaje/peletizado; contratos de salida.
- Variabilidad del sustrato (arena, sales, plásticos) → pretratamiento/cribado; control de sólidos inertes.
- Olores (pilas húmedas/compactas) → monitoreo T°, volteo por rangos, biofiltros y cubiertas selectivas.
- Subdimensionamiento (caudales reales vs. de pliego) → campañas de medición ≥30 días antes de diseñar.
- Permisos y plazos → cronograma regulatorio y ingeniería de mitigación (impermeabilización, manejo de lixiviados).
- O&M (falta de SOP y repuestos) → contratos con SLA, stock crítico, formación de operadores.
- Sobrepromesa de rendimiento → publicar supuestos y rangos; realizar piloto previo (OPEX-first).
El giro estratégico
La gestión de residuos orgánicos dejó de ser un “costo de higiene” para convertirse en un pilar de competitividad. En el agro argentino ya no alcanza con producir: hay que demostrar eficiencia, responsabilidad y visión de futuro.
Quien logre transformar estiércoles, purines o descartes agroindustriales en energía, fertilidad y carbono capturado no solo reducirá riesgos, sino que ganará ventajas reales en mercados cada vez más exigentes.
Hablamos de empresas que podrán mostrar indicadores claros en sus reportes ESG, reducir la dependencia de fertilizantes y energía fósil, y al mismo tiempo construir reputación positiva frente a comunidades y compradores.
La abundancia de biomasa residual en el país y el avance de marcos regulatorios y de financiamiento crean un escenario único: el paso de pasivo a activo ya no es opcional, es la ruta inevitable del sector.
Y como en toda transición, quienes la comprendan primero serán los que mejor capitalicen sus beneficios.