Una forma cómplice de actuar entre mujeres

La primera vez que escuche la palabra sororidad me pareció un espanto. Un término fonéticamente complicado, pintado en carteles que eran sostenidos por mujeres sin corpiño y que no entendía muy bien a qué se refería. Incorporada al diccionario de la Real Academia Española (RAE) recién en el año 2018, convengamos que la palabra ni […]
julio 21, 2023

La primera vez que escuche la palabra sororidad me pareció un espanto. Un término fonéticamente complicado, pintado en carteles que eran sostenidos por mujeres sin corpiño y que no entendía muy bien a qué se refería. Incorporada al diccionario de la Real Academia Española (RAE) recién en el año 2018, convengamos que la palabra ni siquiera existía formalmente. Al igual que el feminismo, la sororidad a mí me llegó de grande.

Por: Lic. Cecilia Vignau – Lic. en Administración de Agropecuaria

Siento que siempre tuve la intuición de que algunas situaciones que sucedían entre amigas estaban mal, pero las tenía tan normalizadas -particularmente durante la adolescencia- que pensaba que el mundo simplemente era así.  Para quienes crecimos durante el siglo pasado, el sistema de competencia para ver quien era más linda; iba mejor vestida; era más coqueta; se comportaba de manera más complaciente o era mejor alumna, formaba parte de una construcción cultural en la que el valor de cada mujer se medía en relación con el valor de otra. Comparación y competencia. Este sistema, lograba generar una rivalidad que se manifestaba desde la escuela primaria, en comportamientos de abuso de poder y violencia entre nosotras mismas.

¿Cuántas adolescentes fueron hostigadas por quienes decían ser sus amigas cuando fueron las primeras en tener novio? Ni les cuento las cosas que tuvimos que soportar quienes por no ser tan bonitas, ni populares, por ser demasiado sabiondas o varoneras, fuimos las últimas. 

“En un mundo donde era habitual ser juzgada por otras niñas y burladas por los varones, ¿cuántas de nuestras amigas nos defendieron?  La tendencia general frente al bulling y al abuso, fue siempre aliarse con el más fuerte.  La sororidad no existía

Todas esas situaciones vividas en la infancia pienso que nos convirtieron en mujeres que crecimos con la falta de empatía hacia otras mujeres.  Adultas que en nuestros primeros trabajos vimos injusticias que no denunciamos, percibimos desigualdades que avalamos y vivimos en competencias de las que nos aprovechamos.  Nos hicieron creer que en el camino al éxito nuestra mayor amenaza era otra mujer a la que teníamos que aplastar para brillar.  Crecimos en un mundo en el que nuestras madres miraban de reojo a otras mujeres y aprendimos a hacer lo mismo. Un mundo en el que ser más desenvuelta, tener más carisma, portar buenas ideas e incluso tener afinidad con algún colega varón, nos convertían en sospechosas o futuras enemigas. Un mundo sin sororidad.

La tercera dimensión

¿Pero qué es la sororidad? Según la definición de la RAE es “Amistad o afecto entre mujeres. Relación de solidaridad entre las mujeres, especialmente en la lucha de su empoderamiento.”  Es un hermanamiento, una alianza entre mujeres con el fin de crear redes que les permitan caminar juntas hacia la igualdad.

Si bien muchas historiadoras afirman que la historia de la sororidad femenina es bien larga, la historia de la palabra es bien corta.

El término se usó por primera vez en el semanario Caras y Caretas a principios de 1921. Sí, en Buenos Aires.  El escritor y filósofo español Miguel de Unamuno publicó un artículo titulado “Sororidad. Ángeles y abejas”.  En el mismo reflexiona sobre el modelo de piedad fraternal, inventando una palabra que no existía hasta entonces en el castellano, denominando a la sororidad como el amor de la hermana.  Olvidado hasta los años 70’, el término vuelve a aparecer como “sisterhood” de la mano de un grupo de mujeres radicales en Nueva York. Años más tarde, el feminismo francés lo tradujo como “sororité”.

La versión española fue utilizada nuevamente años más tarde por la antropóloga e investigadora mexicana Marcela Lagarde que la definió como “una forma cómplice de actuar entre mujeres”.  Adicionalmente, afirmó que la sororidad tiene 3 dimensiones.

La primera es una dimensión ética que se basa en la búsqueda de relaciones positivas, la complicidad y empatía, en saber escuchar y ayudar a otras mujeres. Es la más intuitiva, la que sentimos todas las mujeres alcanzadas o no por el feminismo. Esa sensación de hermandad con otras con nuestras mismas vivencias.

Le sigue dimensión política, que se termina traduciendo en el movimiento feminista que busca la igualdad y la equidad. La que a todas nos llega en el momento que estamos listas, nunca antes.

Y la dimensión práctica, en la que se busca el apoyo mutuo para lograr el empoderamiento de cada mujer. La más difícil de todas, la que involucra el “dejar brillar a otras”, la que nos saca del ambiente de competitividad y nos permite empoderarnos unas a otras, sin divisiones, sin celos y sin envidias. Esta es la dimensión hacia la que tenemos que evolucionar si queremos cambiar el mundo en el que nacimos.

Las misóginas

La sororidad no es un fenómeno impulsado por el feminismo, ni exclusivo del mundo contemporáneo.  Es una realidad que ha formado siempre parte de las relaciones entre mujeres a través de los siglos pero que fue en gran medida ocultada por la historia, enterrada especialmente entre los siglos XVII y XIX bajo un manto imaginario que puso su acento en la competencia.  Olvidamos nuestra innata sororidad y la rivalidad entre mujeres se convirtió en un atributo natural de la femineidad.  Pero por qué? Mientras el éxito del hombre estaba asociado a su patrimonio y logros profesionales, el de una mujer se asoció al marido que podía conseguir.  Al ser convencidas de que su fuente de valor proviene de la valoración masculina, se vieron obligadas a competir con otras mujeres por ese premio que les permitía convertirse en esposas y madres ejemplares. ¿Qué era una mujer sin esposo? Una paria, una excluida. Y una amenaza, por supuesto. 

En este siglo, esa validación relacionada con el matrimonio ha disminuido pero hemos trasladado la rivalidad a otros campos como el profesional.  Esta poco difundida y a veces es imperceptible pero la misoginia de mujeres hacia mujeres existe.  Y es mucho más marcada en el ámbito laboral porque manejar poder define relaciones desiguales en desmedro de unas mujeres frente a otras.  Cosas que en el campo son bastante habituales entre hijas y esposas de, frente a trabajadoras que se destacan por su profesionalismo llamando la atención de los varones de la familia.

Las mujeres misóginas, al igual que su contraparte masculina, están impulsadas por un resentimiento injustificado hacia las mujeres que se alejan deliberadamente del ideal femenino y las normas de género tradicionales.  Son capaces de apuñalar por la espalda a una compañera de trabajo antes que ayudarla a progresar.  Son aquellas que no soportan el estrellato de otras, a las que consideran inferiores.  Se da muy frecuentemente entre mujeres “con títulos” que intentan desprestigiar las ideas de quienes tienen larga trayectoria en el sector pero no fueron educadas dentro del sistema formal.  Mujeres que ven su camino recorrido como un terreno ganado que no debe ser alcanzado por otras. No es envidia, es simplemente ese desconocimiento de solidaridad femenina.

Sororas

Es muy triste ver que en paralelo a la guerra contra el patriarcado, se lleva a cabo esta batalla entre mujeres. Una lucha entre amigas, familiares, vecinas o compañeras de trabajo que compiten por el éxito en todos los órdenes de la vida.  Desde quién tiene el mejor trabajo o gana más dinero hasta pavadas como las ideas determinadas de lo que debe ser la maternidad.  Es la ambición mal encauzada y cada acto de misoginia es un fracaso.

Debemos entender que la competencia es lo contrario a la sororidad.  Las misóginas no son nuestras enemigas, no tienen la culpa de serlo.  No se nos enseñó a solidarizar entre nosotras ni a relacionarnos desde la confianza y no desde la envidia.  Es algo que tenemos que aprender en la tercera dimensión, es una evolución que nos llega después de reconocernos feministas.  Cada una a su ritmo, cada una en su tiempo.

Sororidad es la palabra que se representa en todas aquellas mujeres que han sido hermanas, amigas, compañeras, colegas, guías y mentoras. Nos recuerda a todas aquellas que cuidan, curan, protegen, enseñan, apoyan y son luz para otras mujeres en un pacto mutuo de hermandad y respeto.  La sororidad es una herramienta de empoderamiento personal y colectivo.  Construir relaciones positivas entre mujeres a partir de la empatía y el apoyo mutuo debería verse como una estrategia de supervivencia y de visibilización de la labor de otras. 

En el sector agropecuario, tan aferrado a construcciones culturales altamente ligadas al patriarcado, estas relaciones se vuelven fundamentales.  No tenemos margen para andar excluyendo mujeres, no somos tantas.  Nos necesitamos todas.

El mundo necesita que más mujeres apoyen a otras mujeres, es la única manera que tenemos para cambiar nuestra historia.  Aunque el término nos suene feo, seamos sororas!

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